viernes, 17 de julio de 2015

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10/5/81
OH SILENCIO, OH POR TI
¿Cómo puede ser que esta reverenda bruja que tengo por esposa se arregle sistemáticamente para arruinarme, todos los santas mañanas de mi vida, desde hace treinta y dos años y… cinco meses y…cuatro días, MI DUCHA? Si me diera baños de inmersión podría meter la cabeza bajo el agua y quizá no la escucharía. Odio el agua rodeándome, me ahoga, me asfixia, pero igual voy a tenerlo en cuenta, siempre queda algo por probar. Todo lo demás ya lo intenté. Si canto, igual la escucho, etc., etc. He pedido, exigido, rogado y amenazado. Promete. Ella promete, sin embargo después…: ¨Querido, ¿sabés lo que pasó?¨, ¨Mi amor, ¡no te imaginás!¨. Etc., etc.. A veces dudo de que sea producto de su estupidez diariamente renovada y me inclino a creer que es una refinada y repetida venganza por las pocas horas que le doy. En consecuencia, me las envenena. Me arruina las tres cosas básicas que constituyen un buen comienzo del día para todo mortal: la ducha, el café y el diario. A saber: 1) la ducha porque odio que me hable, me parece una falta de respeto, cuando me ducho quiero estar solo, ¿oís, bruja?, SOLO; 2) el café, porque cuando me siento a tomarlo y veo a mi lado el diario ya abierto y, por ende, mal doblado, siento como si tomara un café ya chupado por otro y 3) como cae de su peso, odio que toque el diario. ODIO. Como si hace treinta dos años cinco meses y cuatro días me hubieran violado la mujer delante de los ojos. A lo mejor hubiera sido una suerte porque rajaba y… La verdad es que desde entonces la única virgen que me exijo es el diario. Pero, evidentemente, ni de esas quedan. Claro que me deja la primicia de los partidos de fútbol que no le interesan, que si no, otra que Muñoz. Sigue la bruja, sigue. ¨Querido, ¿sabés que chocó un Fiat cerca de la clínica?, murieron un hombre y una mujer, ¡embarazada!, ¡y de siete meses!, ¡qué desgracia!¨. Y a mí qué corno me importa. De siete, de nueve o de mil. Uno que se salvó de escuchar brujas madrugadoras. O a lo mejor era una bruja en potencia. Ya estoy seco, por dentro y por fuera. Hoy sí que no te aguanto, bruja, hoy sí que no. Ni café, ni diario, ni nada. Para que aprendas. Me voy, bruja, me voy. Pero volveré. Tarde, tardísimo. Así te jodo yo.

Amo caminar estas tres cuadras. Y media, por suerte también y media. Agradezco profundamente no sé a quién, que no haya otra cochera más cerca. Coche en cochera, pies en vereda. Solo. Único momento. En el coche no cuenta porque es como el agua en la bañadera, aprieta. SOLO. Me suena a dulce melodía el  infernal ruido de los coches. Porque es distinto: no hablan. No es el ruido lo que arruina mi vida, son las palabras. La sucesión de las palabras. ¿Será posible que todos los seres humanos consideren que el deber fundamental que les concede el derecho a la vida es hablar permanentemente? Debe de ser una asociación primaria: hablo igual respiro. No respiro igual muero. Por las dudas hablo. Y mucho, muchísimo por las recontradudas. Ahora me espera mi harem de brujas. De brujitas menores, porque no hay ninguna tan recontrabruja como mi bruja domiciliaria. Además a estas brujitas les pego tres gritos y hasta se van a llorar al baño. Son buenas brujas después de todo. Tendría que probar de cortarle la lengua, aunque sea a una, un poquito, para que todas escarmientes y se callen. Estoy convencido de que si en estos veinticinco años y… tres meses… y quince días hubiera invertido en trabajar la mitad del tiempo y la cuarta parte de las fuerzas que dediqué a hacerlas callar, sería el rey de todos los laboratorios. Podría haber probado con hombres, que son más callados, pero las mujeres son mucho mejores porque se dejan gritar. Por lo menos no le niegan a uno el derecho al desahogo. Son más humanas, notablemente más humanas. ¿Cuánto menos puede hablar un hombre?, ¿el cincuenta por ciento? No es negocio. Si uno no puede gritar ni hacer pataletas, no es negocio. Además, ¿a qué hombre compra uno con claveles o con chocolates? En cambio, cuando se me va la mano, mis brujas siempre pueden ser reconquistadas con un obsequio de su jefecito. Y hasta me ama en silencio más de una. Buenas brujas después de todo. ¡La de pataletas que organizo para tenerlas aceitadas! Es una verdadera técnica: desorbitar los ojos, temblequear las manos y sobre todo, las palabras. La precisión de las palabras. Ya he comprobado que lo que más las afecta es poner en duda su fidelidad. ¨Claro, ya no puedo confiar en ustedes¨, ¨sería lo último que hubiera esperado de vos¨, etc., etc. Me parece que me salen mejor los ataques programados que los auténticos y conste que de esos también tengo. La pataleta de ayer fue de las grandes. Supongo que debería comprender que las vacaciones son un derecho legítimo hasta para mis brujas pero que mi bruja laboratoria mayor no esté, destroza mi existencia. Todo sobre mí. ¨Doctor, mire lo que me dio esta glucemia¨, ¨Doctor, se acabó el ácido nítrico¨, ¨Doctor, se rompió el destilador¨. Doctor. Doctor. Doctor. Mi amor. Querido. Amor. Todas brujas, recontrabrujas. ¿Quién puede estudiar, quién puede hacer ALGO oyendo sus repelentes cacareos? Como si a mí me importara un corno el ácido nítrico que se acaba o la glucemia de la señorita que se queja. Porque sí, todos los pacientes se quejan. Es un principio implícito en la condición de paciente. Se quejan. El precio, la demora y hasta el resultado. Como si yo fuera responsable de sus infecciones y de sus anemias. Por eso yo, de los pacientes, lejos. Cuanto más lejos mejor de sus graznidos quejosos. Estoy seguro de que más de una ante un Ortotest positivo me insultaría a mí con más ganas que al novio. Al Señor Jefe del Laboratorio. ¡Como si yo le hubiera hecho el chico! ¡Como si yo hiciera algo! ¿Para qué entrené a mi harem de brujas? Mis insoportables e ignorantes brujas, más eficientes que diez bioquímicos juntos, más responsables que vaca criando ternero y más fieles que hipocampo a otro. Me levanté zoológico esta mañana. ¡Qué show que armé ayer!, ¡qué show! Cada día me supero a mí mismo. Eso que ayer fue una rabieta casi en serio. Mi bruja laboratorio mayor no está y el laboratorio se transforma en un reverendo quilombo. Quizá cuando ella está pasa lo mismo pero por lo menos no me entero. Ayer decidí hacer un poco de facha de jefe responsable y cuando firmé los análisis (Dios me perdone el juramento del diploma, yo firmo cualquier cosa confiando en mi harem brujado) me puse a controlar todas las fichas pendientes. ¡Parvas!, ¡parvas! Entonces se desató el escándalo. No sé por qué extraño motivo no puedo ver papeles acumulados. Es física la repulsión. Odio el desorden. Y si es de papeles, mejor ni hablar. Hete aquí que tengo la peregrina idea de revisar las fichas y cuál no sería mi sorpresa al encontrar análisis terminados hace meses que no fueron retirados. Implica, pagados. Aunque en realidad la plata me importa un comino. Lo que quiero, lo que necesito, es que no haya papeles. Que vuelen, que desaparezcan, que no estén. Así empezó la furia verdadera, pero después se transformó en teatro. Junté al harem completo (las pobres que lavan los tubos y que no tienen nada que ver, también, para que aprendan) y empecé con la más eficaz de las retahílas. Yo era un pobre desgraciado, no podía confiar en nadie, tenía que estar pendiente de todo, etc., etc.. Para dar un toque dramático busqué la ficha más polvorienta y comencé: ¨No se preocupen que yo mismo llamaré por teléfono para que lo retire…¨. ¨Doctor, deje que…¨. ¨No, lo haré yo porque si no…¨. Etc., etc.. El agraciado fue el señor Gutiérrez (cinco meses atrasado) el que fue debidamente notificado a través de su secretaria (resultó doctor el Gutiérrez) del análisis pendiente. Ergo, del pago pendiente. Por supuesto llamé por teléfono frente a mi   séquito completo que contemplaba horrorizado a su inmaculado jefe que tuvo, por su culpa, que distraer sus divinos dedos sobre el negro teclado telefónico. Estaba tan divertido que la hubiera seguido pero el tema no daba para más. Y menos mis ganas. Porque odio hablar por teléfono. ODIO. Encima de escuchar, escuchar sin ver. Ni siquiera se puede distraer la atención. El único mártir, el oído. Entonces dejé a una de mis laboratorios brujas dedicada a la dulce tarea telefónica y salí a tomar un café para felicitarme por la excelencia del espectáculo. Al recapitular la escena me di cuenta de que faltaba el broche de oro. Pedí expresamente que cuando viniera el señor doctor Gutiérrez me avisaran y le entregué el análisis al propio doctor con mis propias inmaculadas manos. Creo que a esta altura mi séquito lloraba de arrepentimiento. Su pobre jefecito frente a un paciente. Mea culpa. Mea culpa. El primer paciente que veo a menos de diez metros en los últimos diez años. Ovación sobre el final. Gracias. Gracias. Se acaban estas recontracortas tres cuadras. Y media. Diviso brujas en la puerta. Ánimo. Comienza el día. Oídos perdonen. Ánimo. ¿Qué habrá pasado? ¡Qué revuelo brujado!  ¨¿Vio, doctor, el accidente en la avenida?, ¡cómo quedó ese coche!, parece que murieron un hombre y una mujer embarazada, ¡y de siete meses!¨.  Bruja, tenía que ser. Callarse. Callarse que aún no leí el diario. Callarse. Brindo por el tierno niño salvado de brujas y brujonas. Hoy sí que no las aguanto, brujas, hoy sí que no. No acercarse a mi reino. Ni a pie ni por teléfono. Me encierro allí pero no estoy. ¿Oyeron? Me fui. NO ESTOY.

No hagas ruido llave imbécil. No crujan zapatos inservibles. Cuidado. Bruja durmiendo igual SILENCIO. Albricias. Duerme la bruja domiciliaria. El señor se ha acordado de este servidor. ¡Oh placer de los placeres! Café nuevo estrenado y La Razón incólume. Parece que a la bruja no le interesa si no me tiene a tiro para sobarme las noticias. Oh, café, caliéntate para tu amo. Diario querido, entrégame tus noticias. No puedo creer esta felicidad de estar en casa, en mi mesa, sin bruja, con café y con diario. ¿Qué más pido yo a la vida?, ¡qué más! Más de cuarenta muertos en el accidente ferroviario de Brandsen. Qué desastre. Aquí está lo del Fiat: ¨En la tarde de ayer, pasadas las diecisiete horas, se produjo una violenta colisión cuyo lamentable saldo fueron dos vidas y otras en ciernes. El conductor, ante la sorpresa de numerosos testigos, se abalanzó sobre un camión detenido ante un semáforo, en la intersección de 9 de julio y Carlos Calvo. No se ha podido encontrar ninguna falla mecánica en el coche que pudiera ser responsable del luctuoso suceso. El conductor, Alberto Gutiérrez, de 42 años de edad, viajaba en compañía de su esposa, Analía Sosa de Gutiérrez, de 24 años, en estado de avanzada gravidez que fue estimada en siete meses y luego confirmada por los consternados familiares. La muerte de ambos se produjo en forma instantánea a consecuencia de los múltiples y violentos traumatismos¨.
Gutiérrez, me suena este Gutiérrez, me recontrasuena a carpetas ajadas y polvorientas. Pero ¡claro!, si un tal Gutiérrez fue el feliz destinatario de la llamada de vuesa majestad. YO. Del mismísimo contacto de mis manos. ¡Qué show, Dios mío!. ¡Qué show! Yo vuestro jefe insuperable. A ver los aplausos. ¡Qué bueno está este café!

Mi noble cabeza puede descansar en el trabajo de mis manos. Busca que rebusca. Tengo que reconocer que no todo anda mal por aquí. Flor de fichero el de mis brujas. La idea, por supuesto, ¿de quién? Del único generador de ideas de esta maldita clínica. O sea, YO. Pero no deja de ser gratificante notar que obedecen planes hechos hace años. Claro que así me sacan la posibilidad de patalear. Pero en fin, no faltará oportunidad, brujillas mías. ¿La G después de la H? ¿Será posible que esté como a los seis años con este maldito alfabeto? Parece que no terminara de aprenderlo. Es gracioso: accedo a cálculos y fórmulas pero con esta sucesión de letras soy más imbécil que el mayor de los imbéciles. Resignación. Aquí está. Gutiérrez, Analía Sosa de. Sí, señores, la estrella de los diarios. No sabía que ella también había dignificado nuestro laboratorio.
GUTIÉRREZ, Analía Sosa de
Fecha de recepción: 25/09/80
Fecha de entrega: 26/09/80
Fecha de retiro: 26/09/80
Material: orina
Análisis: Test de embarazo
Resultado: Positivo

Enhorabuena. Sí, que te sumo y resto, efectivamente siete meses. Continuemos nuestra búsqueda. Sigue la suerte. Mi don Gutiérrez buscado. Alberto Gutiérrez. Me parecía. El mismo que viste y calza. Aunque seamos realistas, ya ni viste ni calza. O sí, pero estos zapatos y este traje le duraran tanto como lo permitan los dulces gusanillos comegente. Veamos.
GUTIÉRREZ, Alberto
Fecha de recepción: 17/09/80
Fecha de entrega: 27/09/80
Fecha de retiro: 10/03/81
Material: semen
Análisis: Espermograma
Resultado:  No se observan espermatozoides. Azoospermia.

Qué silencio que siento de repente. Qué absolutamente solo conmigo que estoy. No sé ponerle nombre a esta sensación. Es como multiplicarme a mí mismo. Ser todo a la vez. Yo, la mano que ofrece el arma, la mano que gatilla y los ojos que contemplan esas manos. Yo. La causa, el hecho, el testigo. Estoy casi contento. YO. Por un minuto Dios.


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