15/4/81
Lejana
hermana:
Es
curioso como nuestras historias comienzan a ser paralelas. Te escucho hablar
(porque es como si te escuchara) sobre John y es como si vos me leyeras hablar
sobre Luis. Entonces la cuestión es resistir. El combate es duro pero
fructífero a la larga. Resistamos juntas entonces.
Te
chimento del taller. Le entregué a Castro un cuento que guardó junto con otros
cinco o seis que le fueron alcanzando. Seguimos trabajando sobre textos de
Cortázar. En la siguiente reunión dijo que comenzaríamos con el análisis de
nuestros trabajos. Sacó unas hojitas y comenzó a leer en alta voz un cuento que
resultó ser el mío, ¨Biografía con tijeras¨. No sabés lo extraño que me pareció
escuchar a otro leer mis letras. Más que lectura fue una interpretación, una
recitación. Sentía que me dividía en dos. Por un lado era una angustiada autora
a la que le corría el sudor esperando el veredicto. Por otro, una oyente
distendida disfrutando al escuchar la lectura.
Cuando
concluyó hizo la temida pregunta: ¨¿Qué opinan?¨. Silencio general. Tenía miedo
de que se escucharan los latidos de mi corazón. Ante la falta de respuesta
declaró: ¨Es excelente¨.
¿Cómo
explicarte lo que fue ese instante? Sentí la justificación de cuanto había
escrito hasta ese momento, de cuanto quizá ya no escribiría.
Después
comenzó la tarea. Copió en el pizarrón las tres primeras frases. Analizó
palabra por palabra. Marcó algunos errores. La gente casi no participaba. Yo,
muda, observaba como se apoderaba de mi escritura. Como juzgaba cada punto,
cada coma. Sin embargo, no sufrí el descuartizamiento. Comprendí que lo ya
escrito no es sagrado, que puede reverse, que puede modificarse. En definitiva,
que puede mejorarse.
Luego
del análisis meramente gramatical de ese trozo, repitió la pregunta:¨Bueno,
¿qué opinan?¨ . Y ahora sí contestaron. La acogida general fue positiva (¡también, con la opinión-mandato del jefe!). Pero empezaron a surgir las críticas
globales, no ya de las palabras. A pesar de que la cosa ya no me gustó tanto,
soporté con estoicismo. Empecé a defenderme, a justificarme. Toda la actividad
del día se circunscribió a la ¨corrección¨ (nuevo término en mi historia
literaria, para mí los textos eran sagrados) de mi cuento.
Salí
con dos hojas en las que había intentado garabatear las opiniones vertidas y el
compromiso de llevarlo corregido a la próxima reunión.
Luis
me estaba esperando. En cuanto me acerqué sacó un pañuelo y lo revoleó pero le
respondí con una sonrisa radiante. Fuimos a un restaurante para festejar el
debut.
En
cuanto llegué a casa me puse a trabajar sobre las sugerencias recibidas. A las
tres de la mañana me encontré con un texto esencialmente igual pero
notablemente depurado. Me acosté feliz.
Ahora
tengo otro problema: ¿seré capaz de seguir escribiendo? Cuando uno genera
expectativas el compromiso posterior se hace más duro. Tiempo al tiempo.
Te
quiere
Laura
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