viernes, 31 de julio de 2015

69

20/7/81
Hermana:
¡Felicitaciones!, ¡felicitaciones!, ¡felicitaciones! ¿Cómo hiciste para conseguirlo? Me parece maravilloso que hayan decidido alquilar un departamento JUNTOS. Ni tuyo ni de él. ¿Tenés idea de todo lo que significa la decisión que han tomado? Yo sí, porque nosotros ni nos planteamos considerarla. Te envidio. ¿Por qué no decirlo si es cierto? No dejamos de ser hermanas después de todo, única relación en la que los celos están absolutamente legitimizados.
A mí no me está yendo tan bien. Bastante mal para serte sincera. El otro día junté coraje y lo enfrenté a Luis. Le dije que no quería seguir viviendo así. Que empezaba a hacerme daño. Me contestó que él daba lo que podía. Que esos eran sus límites. Que era yo la que tenía que decidir si era o no suficiente. Me aterroricé y traté de revertir la situación, de cambiar de tema. No se habló más del asunto pero quedó la fisura. Se nota en el aire. Hace dos días que llega tardísimo, supuestamente a causa del trabajo. No sé cómo actuar. Hay algo pendiente y me asusta pensar en el fin de semana.
Estoy tan nerviosa que en nada encuentro sosiego. Dentro de un rato tengo que ir al taller. Espero que me ayude a relajarme un poco.
Muchos besos.
                     Laura

miércoles, 29 de julio de 2015

68

21/6/81
PARA LUIS, EN RUTA

Espacio. Tiempo.
Un cordón los une,
inexorable.
O no.
De repente
el cordón es hilo
que con solo parpadear
se deshace.
Parpadeo.
Se rompe el tiempo.
A la deriva.
Voy a la deriva.
Libre.
Murió el reloj,
se helaron las agujas.
Todo es rodar
sobre estas cuatro ruedas
que inventan
este aire solo nuestro.
Y ya no sé
si el que se mueve
es el espacio
o si giramos juntos
en un espacio quieto
Muerto el tiempo.
Me abandono
a este sentir
que vivo,
que respiro.
De a poco el vidrio
se transforma en cáscara.
El aire es denso
y casi sabe a huevo.
Quiero que siga
ausente
el tiempo.
Cierro los ojos.
Ya no ruedo, floto.
Es agua el aire.
Matriz, el huevo.
Nado.
Giro.

Floto.

lunes, 27 de julio de 2015

67

18/6/81
TRANSFUSIÓN (Final versión Lidia)
…………………………………………………………………………………………
Salí y busqué la mano de Mariela. No había nadie. Me dolía la cabeza, estaba mareada. Caminé media cuadra e iba a entrar al edificio de la esquina pero dudé. Creí escuchar a Mariela: ¨¿Qué hacés? No es acá. La escuela es en la otra cuadra, apurate que es tarde¨. La miré. Otra vez nadie. Seguí caminando casi arrastrada por su fuerza. Crucé. De nuevo Mariela: ¨Mirá, ese es el vestido que quiero¨. El mismo que me enseñó ayer. Estos chicos… Un espejo entre la ropa me devolvió mi imagen. No sé por qué me desconcertó. Como cuando una recién se corta el pelo y no se reconoce en su reflejo. Quedé paralizada. Fue un segundo. Me acomodé con la mano mi lacio pelo negro  y pensé que este shampoo nuevo es bárbaro. Impresiona ver cómo me reluce el cabello. Sacudí la cabeza y recuperé mi dimensión Sí, ya me acordaba del titubeo en la esquina. El Instituto, la visita de Diana. Cuántos años. Y me pareció como si Mariela siguiera insistiendo: ¨ Mirá, mamá, ese vestido es el que quiero¨.

TRANFUSIÓN (Final versión Marcelo)
…………………………………………………………………………………………
Salí y tomé a Mariela de la mano. Me dolía la cabeza, estaba mareada. Caminé media cuadra e iba a entrar en el edificio de la esquina pero dudé. Escuché a Mariela: ¨¿Qué hacés?, el club es en la otra cuadra; apurate que es tarde¨. La miré, me deslumbré como siempre de sus rizos rubios y seguí caminando casi arrastrada por su fuerza. Crucé. Otra vez creí oír a Mariela: ¨Mirá, ese es el vestido que quiero¨. Me asomé a la vidriera y vi el vestido. El mismo que me enseñó ayer. Estos chicos… Un espejo en la vidriera me devolvió mi imagen. No sé por qué me desconcertó. Como cuando una recién se corta el pelo y no se reconoce en su reflejo. Quedé paralizada. Fue un segundo. Sacudí la cabeza y recuperé mi dimensión Sí, ya me acordaba del titubeo en la esquina. El Instituto, el encuentro con Alejandra. Cuántos años. Mariela seguirá insistiendo: ¨ Mirá, mamá, ese vestido es el que quiero¨.

TRANSFUSIÓN (Final versión definitiva)
………………………………………………………………………………………….

Salí del bar y tomé la mano de Mariela. Me dolía la cabeza, estaba mareada. Caminé media cuadra e iba a entrar al Instituto pero titubeé. Escuché a Mariela: ¨¿Qué hacés?, el club es en la otra cuadra; apurate que es tarde¨.  Obedecí y seguí  como arrastrada por su fuerza. Crucé. Otra vez Mariela: ¨Mirá, Alejandra, ese es el vestido que quiero¨. Me asomo a la vidriera.  Un espejo entre la ropa me devuelve mi imagen al lado de la de la nena. Un sol de hermosa. Demasiado. Me duele el cuerpo de ganas de abrazarla. Giro y cierro los ojos (¨Si los catetos son iguales…¨). Mariela, de espaldas a mí repite: ¨ Mirá, mamá, ese vestido quiero¨. Se abraza a mi cintura. ¨¿Te gusta, mamá?¨ Por un momento las manos llenas. Gracias, Diana. Gracias, Mariela. Abro los ojos. La nena me pregunta: ¨¿Te gusta, Alejandra?¨

viernes, 24 de julio de 2015

66

15/6/81
Hermana querida:
Llevé otro cuento al taller. Cada vez es distinta la suerte corrida por ms líneas. Este que, en rasgos generales, fue considerado el mejor, fue duramente criticado en su desenlace. Castro propuso a un par de compañeros que escribieran otro final, que lo clarificaran. No me gustó ni cinco la idea. Veremos con qué se vienen. Y cómo reacciono,
Besos mil.

             Laura

miércoles, 22 de julio de 2015

65

7/6/81
TRANSFUSIÓN
Soñé con Diana. Sí, estoy segura de que era ella. Qué sueño raro, rarísimo. Veníamos corriendo por un campo cuando dos montañas bloquearon el camino. Empezamos a subirlas. Las bases estaban juntas pero a medida que trepábamos nos íbamos alejando. Tropecé, me caí y al incorporarme alcancé a ver que Diana también acababa de levantarse. Seguí subiendo. Una música comenzó a crecer. Era esa serenata de Mozart que tanto nos gustaba. Cada vez me sentía más alta, más pesada. Por momentos divisaba fragmentos de Diana: un ojo, los tobillos, la forma de la cara. Quise tomarme de su mano. La llamé. La música era tan fuerte que no me escuchó. Vi que se alejaba más y más. Tuve mucho miedo. Grité, grité tanto que me desperté.

Diana, qué revuelo de recuerdos. Cómo duelen y no sé por qué. O sí sé. La medida de lo perdido. La nítida fuerza de nuestras ascéticas ganas de vivir. Ascéticas y apasionadas. Así fuimos, así éramos. Qué manera de quererte, Diana. Qué manera de querernos. Qué aguda forma de vivir. Siempre juntas. Me acuerdo de cada minuto y de cada cosa. De nuestro pacto. Escrito en la primera hoja de ese diario que teníamos en común. ¨Hoy 20 de septiembre de 1966, yo Diana y yo Alejandra, juramos ser eternamente amigas y cada noche, justo a las 10, en cualquier lugar del mundo, contaremos hasta 10 y diremos: Aquí estoy, son las 10 y pienso en vos. Aquí estoy, soy tu amiga, ayer, mañana y hoy¨.
Diana, qué revuelo de recuerdos. Se multiplican las imágenes. Los paseos por el patio del Normal repasando juntas la próxima lección. Nos veo claramente. Los mocasines negros, las medias azules, el guardapolvo blanco. Exacta la altura de los ruedos, de los hombros. Y, de pronto, el desconcierto de las cabezas. Tus largos rizos rubios, mi largo y lacio pelo negro. Inútil asociarnos en el corte y el peinado: estallaba en forma y color la diferencia que intentábamos atenuar. Cómo luchamos contra tus ondas, cuánto contra lo llovido de mi pelo. Fueron miles de batallas armadas de planchados y de ruleros. Apenas alejadas del espejo nuestros cabellos rebelados revelaban quién era Diana, quién Alejandra. Tus rulos rubios, Diana. Me parece que los veo, que los toco, que los huelo. Eras tan linda, me gustabas tanto.
Pero lo que más hondo me impresiona en el recuerdo es verte frente al pizarrón. Titubeando ante el teorema y yo cerrando los ojos y diciéndote fuerte por dentro: ¨El cuadrado de la hipotenusa…¨. Y vos, de espaldas a mí, repitiendo: ¨El cuadrado de la hipotenusa…¨.
Diana, cuántos recuerdos…

Sí, soñé con Diana. Me levanté con la imperiosa necesidad de verla. ¿Cuántos años habían pasado? Más de diez. Seguimos así de amigas hasta que Diana se casó, pocos meses después de recibirnos. Rompí con Raúl y la facultad empezó a absorberme. Diana se embarazó enseguida y tuvo que dejar de estudiar. Temporariamente, por supuesto, me decía. Volvimos a vernos un par de veces. Cuando nació Mariela el marido me avisó por teléfono. No pude ir al sanatorio. Me bajé del taxi en la mitad del viaje. Esa noche caminé a reventar y lloré. Pucha cómo lloré. Me moría de ganas de verla, de conocer a nuestra planeada Mariela. Pero no fui. Del segundo ni me avisó. Igual una siempre se entera. Tuvo cuatro. Cumplió. Cuando me dieron el primero de mis premios, el de la Academia, le mandé una de mis cuatro invitaciones para la entrega. No vino. Me imagino cuántas cuadras habrá caminado y cada una de sus lágrimas. No me enojé, la quise más. Esa noche, a las 10, conté hasta 10 como tantas veces.
Soñé con Diana y me desperté con la imperiosa necesidad de verla. Y la llamé.

Quedaste en pasar por el Instituto a las tres. Justo cuando cerraba la puerta vi que te acercabas. Nos quedamos inmóviles, mirándonos. Diana. Alejandra. Las mismas. Iguales. Tan distintas. Los cabellos largos, el tuyo rubio, por supuesto, el mío moreno. Fue una sorpresa la común elección: las blusas blancas, las polleras negras. Coincidencias. Nos acercamos casi con miedo de romper el encanto. Cautelosas como gatos, emocionadas. Y después fue una fiesta. La mesita del bar y dos cafés. No cocacolas, cafés. Una fiesta. La fiesta de los recuerdos. Y después la realidad. La tuya. La mía. Misteriosamente complementarias. Me acuerdo de Serrat: ¨Lo tuyo nuestro y lo mío, de los dos¨. Si así fuera. Diana, si así fuera.
Aquí estamos. Así estamos. Yo. Vos. Los rulos de tus chicos. Mi pared llena de premios.

Invertimos los primeros minutos en contarnos nuestras mutuas glorias: las tuyas domésticas; las mías, científicas. Sin embargo nos miramos poco. Porque desde el primer momento supimos que seguimos viéndonos por dentro. Y en el fondo de tus ojos pardos veo ese tono de tristeza que tanto te conocí, que ahora reconozco. Yo escondo los míos, también pardos, también tristes. Ahí estás, volándose de tu cabeza dotada (y yo sé cuánto) tu necesidad de usufructuarla. Aquí estoy yo, no sabiendo qué hacer con  el torrente de caricias acorraladas. Ahí estás, Diana, trato de absorberte para completarme. Intuyo, sé, que no nos veremos en tiempo, en mucho tiempo. Porque duele.
Estoy de espaldas a la puerta y de repente te veo una sonrisa que no es para mí. Una sonrisa sobre mi hombro. Me doy vuelta para buscar al culpable. No entiendo qué pasa. Estás sentada frente a mí y estás entrando al bar, toda un manojo de risas y rulos. Como cuando te conocí. Como cuando tus doce años eran míos. Así. Es solo un instante. Reacciono y me incorporo para besar a Mariela.


Salí del bar y tomé la mano de Mariela. Me dolía la cabeza, estaba mareada. Caminé media cuadra e iba a entrar al Instituto pero titubeé. Escuché a Mariela: ¨¿Qué hacés?, el club es en la otra cuadra; apurate que es tarde¨. La miré, me deslumbré como siempre de sus rizos rubios y seguí caminando casi arrastrada por su fuerza. Crucé. Otra vez Mariela: ¨Mirá, ese es el vestido que quiero¨. Me asomé a la vidriera y vi el vestido. El mismo que me enseñó ayer. Estos chicos… Un espejo en la vidriera me devolvió mi imagen. No sé por qué me desconcertó. Como cuando una recién se corta el pelo y no se reconoce en su reflejo. Quedé paralizada. Fue un segundo. Me acomodé con la mano tres rulos en rebeldía y pensé que este shampoo nuevo es bárbaro. Impresionante cómo me aclara el cabello. Sacudí la cabeza y recuperé mi dimensión Sí, ya me acordaba del titubeo en la esquina. El Instituto, la visita a Alejandra. Cuántos años. Mariela sigue insistiendo: ¨ Mirá, mamá, ese vestido es el que quiero¨.

lunes, 20 de julio de 2015

64

20/5/81
Querida hermana:
¿Cuánto tiempo durará la buena racha? Ya me estoy acostumbrando y eso es muy peligroso. Hay que estar siempre alerta.
La situación con Luis sigue igual. Excelente  pero sin definiciones. Por el momento me alcanza y sobra. No sé qué pasará después. El tema del futuro es tabú. El del pasado también. Queda solo el presente. Creo que por eso lo vivimos con tanta intensidad. Anteayer Luis cumplió años y, luego de más de un año de estar juntos, conocí a sus padres. Parecen buena gente y bien predispuestos hacia mí. Desconozco si están enterados de que vivimos juntos. Es una familia que no se caracteriza por el diálogo.
Sigo yendo al taller. Estoy muy contenta. Presenté un cuento nuevo que fue bien recibido. Empiezo a tener la experiencia de escribir como un trabajo gratificante, no como una liberación, cosa que me pasaba hasta el momento. El último cuento lo hice en varias etapas. Oyendo, sí, lo que salía de adentro pero conservando la capacidad de analizarlo, de modificarlo. Mis anteriores experiencias fueron compulsivas. Yo era solo una mano tratando de abarajar órdenes internas, mandatos. Angustiada porque la velocidad del lápiz era menor que la de mis emociones. Por eso la necesidad de telegrafiar la escritura. Etapas.
Nos aceptaron el trabajo. Saldrá publicado dentro de un mes aproximadamente. Ya te mandaré los apartados. Tenés una hermana científica después de todo. Ni yo me lo creo. La ciencia ni roza mi coraza. Me entretiene pero no me compromete.
Chau, hermana.
Un beso para vos y otro para John si es que te animás a transmitirlo.
                                                                                                    Laura

viernes, 17 de julio de 2015

63

10/5/81
OH SILENCIO, OH POR TI
¿Cómo puede ser que esta reverenda bruja que tengo por esposa se arregle sistemáticamente para arruinarme, todos los santas mañanas de mi vida, desde hace treinta y dos años y… cinco meses y…cuatro días, MI DUCHA? Si me diera baños de inmersión podría meter la cabeza bajo el agua y quizá no la escucharía. Odio el agua rodeándome, me ahoga, me asfixia, pero igual voy a tenerlo en cuenta, siempre queda algo por probar. Todo lo demás ya lo intenté. Si canto, igual la escucho, etc., etc. He pedido, exigido, rogado y amenazado. Promete. Ella promete, sin embargo después…: ¨Querido, ¿sabés lo que pasó?¨, ¨Mi amor, ¡no te imaginás!¨. Etc., etc.. A veces dudo de que sea producto de su estupidez diariamente renovada y me inclino a creer que es una refinada y repetida venganza por las pocas horas que le doy. En consecuencia, me las envenena. Me arruina las tres cosas básicas que constituyen un buen comienzo del día para todo mortal: la ducha, el café y el diario. A saber: 1) la ducha porque odio que me hable, me parece una falta de respeto, cuando me ducho quiero estar solo, ¿oís, bruja?, SOLO; 2) el café, porque cuando me siento a tomarlo y veo a mi lado el diario ya abierto y, por ende, mal doblado, siento como si tomara un café ya chupado por otro y 3) como cae de su peso, odio que toque el diario. ODIO. Como si hace treinta dos años cinco meses y cuatro días me hubieran violado la mujer delante de los ojos. A lo mejor hubiera sido una suerte porque rajaba y… La verdad es que desde entonces la única virgen que me exijo es el diario. Pero, evidentemente, ni de esas quedan. Claro que me deja la primicia de los partidos de fútbol que no le interesan, que si no, otra que Muñoz. Sigue la bruja, sigue. ¨Querido, ¿sabés que chocó un Fiat cerca de la clínica?, murieron un hombre y una mujer, ¡embarazada!, ¡y de siete meses!, ¡qué desgracia!¨. Y a mí qué corno me importa. De siete, de nueve o de mil. Uno que se salvó de escuchar brujas madrugadoras. O a lo mejor era una bruja en potencia. Ya estoy seco, por dentro y por fuera. Hoy sí que no te aguanto, bruja, hoy sí que no. Ni café, ni diario, ni nada. Para que aprendas. Me voy, bruja, me voy. Pero volveré. Tarde, tardísimo. Así te jodo yo.

Amo caminar estas tres cuadras. Y media, por suerte también y media. Agradezco profundamente no sé a quién, que no haya otra cochera más cerca. Coche en cochera, pies en vereda. Solo. Único momento. En el coche no cuenta porque es como el agua en la bañadera, aprieta. SOLO. Me suena a dulce melodía el  infernal ruido de los coches. Porque es distinto: no hablan. No es el ruido lo que arruina mi vida, son las palabras. La sucesión de las palabras. ¿Será posible que todos los seres humanos consideren que el deber fundamental que les concede el derecho a la vida es hablar permanentemente? Debe de ser una asociación primaria: hablo igual respiro. No respiro igual muero. Por las dudas hablo. Y mucho, muchísimo por las recontradudas. Ahora me espera mi harem de brujas. De brujitas menores, porque no hay ninguna tan recontrabruja como mi bruja domiciliaria. Además a estas brujitas les pego tres gritos y hasta se van a llorar al baño. Son buenas brujas después de todo. Tendría que probar de cortarle la lengua, aunque sea a una, un poquito, para que todas escarmientes y se callen. Estoy convencido de que si en estos veinticinco años y… tres meses… y quince días hubiera invertido en trabajar la mitad del tiempo y la cuarta parte de las fuerzas que dediqué a hacerlas callar, sería el rey de todos los laboratorios. Podría haber probado con hombres, que son más callados, pero las mujeres son mucho mejores porque se dejan gritar. Por lo menos no le niegan a uno el derecho al desahogo. Son más humanas, notablemente más humanas. ¿Cuánto menos puede hablar un hombre?, ¿el cincuenta por ciento? No es negocio. Si uno no puede gritar ni hacer pataletas, no es negocio. Además, ¿a qué hombre compra uno con claveles o con chocolates? En cambio, cuando se me va la mano, mis brujas siempre pueden ser reconquistadas con un obsequio de su jefecito. Y hasta me ama en silencio más de una. Buenas brujas después de todo. ¡La de pataletas que organizo para tenerlas aceitadas! Es una verdadera técnica: desorbitar los ojos, temblequear las manos y sobre todo, las palabras. La precisión de las palabras. Ya he comprobado que lo que más las afecta es poner en duda su fidelidad. ¨Claro, ya no puedo confiar en ustedes¨, ¨sería lo último que hubiera esperado de vos¨, etc., etc. Me parece que me salen mejor los ataques programados que los auténticos y conste que de esos también tengo. La pataleta de ayer fue de las grandes. Supongo que debería comprender que las vacaciones son un derecho legítimo hasta para mis brujas pero que mi bruja laboratoria mayor no esté, destroza mi existencia. Todo sobre mí. ¨Doctor, mire lo que me dio esta glucemia¨, ¨Doctor, se acabó el ácido nítrico¨, ¨Doctor, se rompió el destilador¨. Doctor. Doctor. Doctor. Mi amor. Querido. Amor. Todas brujas, recontrabrujas. ¿Quién puede estudiar, quién puede hacer ALGO oyendo sus repelentes cacareos? Como si a mí me importara un corno el ácido nítrico que se acaba o la glucemia de la señorita que se queja. Porque sí, todos los pacientes se quejan. Es un principio implícito en la condición de paciente. Se quejan. El precio, la demora y hasta el resultado. Como si yo fuera responsable de sus infecciones y de sus anemias. Por eso yo, de los pacientes, lejos. Cuanto más lejos mejor de sus graznidos quejosos. Estoy seguro de que más de una ante un Ortotest positivo me insultaría a mí con más ganas que al novio. Al Señor Jefe del Laboratorio. ¡Como si yo le hubiera hecho el chico! ¡Como si yo hiciera algo! ¿Para qué entrené a mi harem de brujas? Mis insoportables e ignorantes brujas, más eficientes que diez bioquímicos juntos, más responsables que vaca criando ternero y más fieles que hipocampo a otro. Me levanté zoológico esta mañana. ¡Qué show que armé ayer!, ¡qué show! Cada día me supero a mí mismo. Eso que ayer fue una rabieta casi en serio. Mi bruja laboratorio mayor no está y el laboratorio se transforma en un reverendo quilombo. Quizá cuando ella está pasa lo mismo pero por lo menos no me entero. Ayer decidí hacer un poco de facha de jefe responsable y cuando firmé los análisis (Dios me perdone el juramento del diploma, yo firmo cualquier cosa confiando en mi harem brujado) me puse a controlar todas las fichas pendientes. ¡Parvas!, ¡parvas! Entonces se desató el escándalo. No sé por qué extraño motivo no puedo ver papeles acumulados. Es física la repulsión. Odio el desorden. Y si es de papeles, mejor ni hablar. Hete aquí que tengo la peregrina idea de revisar las fichas y cuál no sería mi sorpresa al encontrar análisis terminados hace meses que no fueron retirados. Implica, pagados. Aunque en realidad la plata me importa un comino. Lo que quiero, lo que necesito, es que no haya papeles. Que vuelen, que desaparezcan, que no estén. Así empezó la furia verdadera, pero después se transformó en teatro. Junté al harem completo (las pobres que lavan los tubos y que no tienen nada que ver, también, para que aprendan) y empecé con la más eficaz de las retahílas. Yo era un pobre desgraciado, no podía confiar en nadie, tenía que estar pendiente de todo, etc., etc.. Para dar un toque dramático busqué la ficha más polvorienta y comencé: ¨No se preocupen que yo mismo llamaré por teléfono para que lo retire…¨. ¨Doctor, deje que…¨. ¨No, lo haré yo porque si no…¨. Etc., etc.. El agraciado fue el señor Gutiérrez (cinco meses atrasado) el que fue debidamente notificado a través de su secretaria (resultó doctor el Gutiérrez) del análisis pendiente. Ergo, del pago pendiente. Por supuesto llamé por teléfono frente a mi   séquito completo que contemplaba horrorizado a su inmaculado jefe que tuvo, por su culpa, que distraer sus divinos dedos sobre el negro teclado telefónico. Estaba tan divertido que la hubiera seguido pero el tema no daba para más. Y menos mis ganas. Porque odio hablar por teléfono. ODIO. Encima de escuchar, escuchar sin ver. Ni siquiera se puede distraer la atención. El único mártir, el oído. Entonces dejé a una de mis laboratorios brujas dedicada a la dulce tarea telefónica y salí a tomar un café para felicitarme por la excelencia del espectáculo. Al recapitular la escena me di cuenta de que faltaba el broche de oro. Pedí expresamente que cuando viniera el señor doctor Gutiérrez me avisaran y le entregué el análisis al propio doctor con mis propias inmaculadas manos. Creo que a esta altura mi séquito lloraba de arrepentimiento. Su pobre jefecito frente a un paciente. Mea culpa. Mea culpa. El primer paciente que veo a menos de diez metros en los últimos diez años. Ovación sobre el final. Gracias. Gracias. Se acaban estas recontracortas tres cuadras. Y media. Diviso brujas en la puerta. Ánimo. Comienza el día. Oídos perdonen. Ánimo. ¿Qué habrá pasado? ¡Qué revuelo brujado!  ¨¿Vio, doctor, el accidente en la avenida?, ¡cómo quedó ese coche!, parece que murieron un hombre y una mujer embarazada, ¡y de siete meses!¨.  Bruja, tenía que ser. Callarse. Callarse que aún no leí el diario. Callarse. Brindo por el tierno niño salvado de brujas y brujonas. Hoy sí que no las aguanto, brujas, hoy sí que no. No acercarse a mi reino. Ni a pie ni por teléfono. Me encierro allí pero no estoy. ¿Oyeron? Me fui. NO ESTOY.

No hagas ruido llave imbécil. No crujan zapatos inservibles. Cuidado. Bruja durmiendo igual SILENCIO. Albricias. Duerme la bruja domiciliaria. El señor se ha acordado de este servidor. ¡Oh placer de los placeres! Café nuevo estrenado y La Razón incólume. Parece que a la bruja no le interesa si no me tiene a tiro para sobarme las noticias. Oh, café, caliéntate para tu amo. Diario querido, entrégame tus noticias. No puedo creer esta felicidad de estar en casa, en mi mesa, sin bruja, con café y con diario. ¿Qué más pido yo a la vida?, ¡qué más! Más de cuarenta muertos en el accidente ferroviario de Brandsen. Qué desastre. Aquí está lo del Fiat: ¨En la tarde de ayer, pasadas las diecisiete horas, se produjo una violenta colisión cuyo lamentable saldo fueron dos vidas y otras en ciernes. El conductor, ante la sorpresa de numerosos testigos, se abalanzó sobre un camión detenido ante un semáforo, en la intersección de 9 de julio y Carlos Calvo. No se ha podido encontrar ninguna falla mecánica en el coche que pudiera ser responsable del luctuoso suceso. El conductor, Alberto Gutiérrez, de 42 años de edad, viajaba en compañía de su esposa, Analía Sosa de Gutiérrez, de 24 años, en estado de avanzada gravidez que fue estimada en siete meses y luego confirmada por los consternados familiares. La muerte de ambos se produjo en forma instantánea a consecuencia de los múltiples y violentos traumatismos¨.
Gutiérrez, me suena este Gutiérrez, me recontrasuena a carpetas ajadas y polvorientas. Pero ¡claro!, si un tal Gutiérrez fue el feliz destinatario de la llamada de vuesa majestad. YO. Del mismísimo contacto de mis manos. ¡Qué show, Dios mío!. ¡Qué show! Yo vuestro jefe insuperable. A ver los aplausos. ¡Qué bueno está este café!

Mi noble cabeza puede descansar en el trabajo de mis manos. Busca que rebusca. Tengo que reconocer que no todo anda mal por aquí. Flor de fichero el de mis brujas. La idea, por supuesto, ¿de quién? Del único generador de ideas de esta maldita clínica. O sea, YO. Pero no deja de ser gratificante notar que obedecen planes hechos hace años. Claro que así me sacan la posibilidad de patalear. Pero en fin, no faltará oportunidad, brujillas mías. ¿La G después de la H? ¿Será posible que esté como a los seis años con este maldito alfabeto? Parece que no terminara de aprenderlo. Es gracioso: accedo a cálculos y fórmulas pero con esta sucesión de letras soy más imbécil que el mayor de los imbéciles. Resignación. Aquí está. Gutiérrez, Analía Sosa de. Sí, señores, la estrella de los diarios. No sabía que ella también había dignificado nuestro laboratorio.
GUTIÉRREZ, Analía Sosa de
Fecha de recepción: 25/09/80
Fecha de entrega: 26/09/80
Fecha de retiro: 26/09/80
Material: orina
Análisis: Test de embarazo
Resultado: Positivo

Enhorabuena. Sí, que te sumo y resto, efectivamente siete meses. Continuemos nuestra búsqueda. Sigue la suerte. Mi don Gutiérrez buscado. Alberto Gutiérrez. Me parecía. El mismo que viste y calza. Aunque seamos realistas, ya ni viste ni calza. O sí, pero estos zapatos y este traje le duraran tanto como lo permitan los dulces gusanillos comegente. Veamos.
GUTIÉRREZ, Alberto
Fecha de recepción: 17/09/80
Fecha de entrega: 27/09/80
Fecha de retiro: 10/03/81
Material: semen
Análisis: Espermograma
Resultado:  No se observan espermatozoides. Azoospermia.

Qué silencio que siento de repente. Qué absolutamente solo conmigo que estoy. No sé ponerle nombre a esta sensación. Es como multiplicarme a mí mismo. Ser todo a la vez. Yo, la mano que ofrece el arma, la mano que gatilla y los ojos que contemplan esas manos. Yo. La causa, el hecho, el testigo. Estoy casi contento. YO. Por un minuto Dios.


miércoles, 15 de julio de 2015

62

15/4/81
Lejana hermana:
Es curioso como nuestras historias comienzan a ser paralelas. Te escucho hablar (porque es como si te escuchara) sobre John y es como si vos me leyeras hablar sobre Luis. Entonces la cuestión es resistir. El combate es duro pero fructífero a la larga. Resistamos juntas entonces.
Te chimento del taller. Le entregué a Castro un cuento que guardó junto con otros cinco o seis que le fueron alcanzando. Seguimos trabajando sobre textos de Cortázar. En la siguiente reunión dijo que comenzaríamos con el análisis de nuestros trabajos. Sacó unas hojitas y comenzó a leer en alta voz un cuento que resultó ser el mío, ¨Biografía con tijeras¨. No sabés lo extraño que me pareció escuchar a otro leer mis letras. Más que lectura fue una interpretación, una recitación. Sentía que me dividía en dos. Por un lado era una angustiada autora a la que le corría el sudor esperando el veredicto. Por otro, una oyente distendida disfrutando al escuchar la lectura.
Cuando concluyó hizo la temida pregunta: ¨¿Qué opinan?¨. Silencio general. Tenía miedo de que se escucharan los latidos de mi corazón. Ante la falta de respuesta declaró: ¨Es excelente¨.
¿Cómo explicarte lo que fue ese instante? Sentí la justificación de cuanto había escrito hasta ese momento, de cuanto quizá ya no escribiría.
Después comenzó la tarea. Copió en el pizarrón las tres primeras frases. Analizó palabra por palabra. Marcó algunos errores. La gente casi no participaba. Yo, muda, observaba como se apoderaba de mi escritura. Como juzgaba cada punto, cada coma. Sin embargo, no sufrí el descuartizamiento. Comprendí que lo ya escrito no es sagrado, que puede reverse, que puede modificarse. En definitiva, que puede mejorarse.
Luego del análisis meramente gramatical de ese trozo, repitió la pregunta:¨Bueno, ¿qué opinan?¨ . Y ahora sí contestaron. La acogida general fue positiva (¡también, con la opinión-mandato del jefe!). Pero empezaron a surgir las críticas globales, no ya de las palabras. A pesar de que la cosa ya no me gustó tanto, soporté con estoicismo. Empecé a defenderme, a justificarme. Toda la actividad del día se circunscribió a la ¨corrección¨ (nuevo término en mi historia literaria, para mí los textos eran sagrados) de mi cuento.
Salí con dos hojas en las que había intentado garabatear las opiniones vertidas y el compromiso de llevarlo corregido a la próxima reunión.
Luis me estaba esperando. En cuanto me acerqué sacó un pañuelo y lo revoleó pero le respondí con una sonrisa radiante. Fuimos a un restaurante para festejar el debut.
En cuanto llegué a casa me puse a trabajar sobre las sugerencias recibidas. A las tres de la mañana me encontré con un texto esencialmente igual pero notablemente depurado. Me acosté feliz.
Ahora tengo otro problema: ¿seré capaz de seguir escribiendo? Cuando uno genera expectativas el compromiso posterior se hace más duro. Tiempo al tiempo.
Te quiere

             Laura

lunes, 13 de julio de 2015

61

5/4/81
Hola Claudia:
Tu última carta fue una verdadera alegría. Me resulta inverosímil que las dos podamos estar felices simultáneamente. ¿Qué mejor manera de entendernos, de compartirnos?
Hermana, de nuevo estoy en carrera: otro taller literario. Nunca debemos decir de esta agua no he de beber. Y aquí estoy, dispuesta al menos a probarla.
Esta vez fui menos impulsiva. Realicé un pequeño estudio de mercado y luego elegí. Es una taller de la SADE, de cuento, y lo conduce un tal Héctor Castro. Los asistentes: bastante heterogéneo. Más de la mitad son pibes, pero también hay unas cuantas mujeres de la ¨tercera¨ edad. Creo que va a ser un grupo humano muy rico. La actividad recién se inicia, así que no puedo avaluar el nivel de los concurrentes. En la única reunión a la que fui hicimos un interesante análisis de un cuento de Cortázar (¨Casa tomada¨, ¿lo recordás). Nunca me hubiera imaginado que pudieran extrapolarse tantas cosas de unas pocas páginas. Me encantó ver cómo se iba relacionando lo que sucedía en la ficción con el trasfondo político en la que temporalmente estaba inserta.  Se ve que Castro sabe mucho. Al menos me impresionó.
Nos pidió que lleváramos cuanto material tuviéramos entre manos. Él lo ira leyendo y luego propondrá lo que discutiremos entre todos.
Estuve releyendo mis pretendidos cuentos escritos con Raúl. Ya seleccioné uno. Mañana lo llevaré. Después te digo cómo me fue. Intentaré resistir esta vez. Ya se lo prometí a Luis y ahora me comprometo ante mi hermana.
El trabajo viento en popa. Comenzamos a recoger los primeros resultados coherentes luego de desalentadores meses. Giménez ya está pensando a qué revista enviaremos el trabajo. Yo escucho de publicar y se me paran los pelos.
Pero hay que crecer.
Hasta la próxima.
Siempre aquí.

                Laura

viernes, 10 de julio de 2015

60

15/3/81
Claudia:
Otra vez sobre el asfalto. Me felicito por haber acumulado tanto dentro de mí como para resistir el nuevo año urbano.
Todo anda bien. Sigo en la casa de Luis que, cada vez más, va siendo nuestra. Sin enunciaciones, eso sí.
Empecé a trabajar con bastantes ganas. Rápidamente comenzaron a verse los resultados, y esto incrementa mi entusiasmo. Las cosas son siempre iguales, es uno el que decide tomar o no lo mejor de ellas.
Me alegra, y vos sabés cuánto, que tu relación con John prospere. Hay algunas separaciones enriquecedoras y esta parece haber sido una de ellas. Necesito conocerlo. Ya veo que en algún momento tendré que decidirme a viajar.
Hermana querida, nada más por hoy.
Cerca, como siempre
                               Laura

miércoles, 8 de julio de 2015

59

20/2/81
Querida Claudia:
Aquí estoy en la quinta. Disfrutando. Hace mucho tiempo que no tenía tiempo para mí. Nos levantamos temprano y desayunamos juntos. Cerca de las ocho Luis se va y no regresa hasta las seis. Me quedo sola, con esa soledad linda de saber que pronto será poblada.
¿Qué hago? Ni bien despido a Luis limpio y lavo lo estrictamente necesario y después, ya con la conciencia tranquila, condición imprescindible para mi equilibrio espiritual, me dedico a la diaria tarea de entretenerme. Leo muchísimo (en este momento ¨Las meninas¨, de la brasileña Fagundes Telles), nado, tomo sol, tejo (un pullover para Luis). Estoy armando un rompecabezas gigante, de 2500 piezas. Luis me instaló un tablero a tal efecto. Es una actividad de lo más absorbente. Siempre me digo que esa pieza será la última, pero suele haber otra y otra. Afortunadamente el dolor de espalda en algún momento me aparta de la tarea y me orienta hacia cualquiera de mis otras formas de perder el tiempo, ¿o de ganarlo? Cerca de las cinco comienzo a preparar la merienda. Todo un rito. La tomamos en una mesita bajo un roble hermosísimo y, casi todos los días, nos gratificamos con una nueva torta, con galletitas y hasta con facturas. Todo por mí elaborado, por supuesto.
Caminamos mucho, toda la zona es una belleza, lleno de lugarcitos nuevos para descubrir. Casi todas las noches Luis se dedica a preparar el fuego para el asado. Cenamos escuchando los grillos y solemos meternos en la pileta. Desnudos. Aquí no nos ve nadie. Una experiencia maravillosa. Otra forma de sentir el cuerpo.
El día de mi cumpleaños me sorprendió con ¨El astillero¨, de Onetti y un enorme paquete protegiendo una torta.
Me gustaría poder transmitirte mi relación con Luis. Es una mezcla de vivir como adultos recreando la infancia. De reflexionar y de jugar. Sé que este es un momento privilegiado de mi historia y, en consecuencia, trato de sacarle el mayor jugo posible. Mucho no va a durar.
Hasta escribí unas líneas.
Hermana, el sol me llama.
Te mando los más felices de los besos que espero encuentren las más felices de las mejillas.

       Laura

lunes, 6 de julio de 2015

58

10/2/81
VIDA DE BICHOS

No sé cuándo comenzó la historia, pero sí cómo. Habíamos ido a pasar un fin de semana al campo y, a la noche, salí al parque para tirar la basura. Desde el tacho me miró un bicho con toda insolencia y después escapó corriendo. Tardé el tiempo de mi miedo en encajarlo dentro de mi limitada escala zoológica y finalmente concluí en que era una comadreja. Entré y le conté a Andrés, imitando la cara del tal bicho (la boca en trompa, el ceño fruncido y la mirada huidiza). Así nació Teresa, la supercomadreja.
Se borronean en mi recuerdo las actividades de la mentada Teresa, pero me acuerdo de que saltaba en la cama y se escondía en los rincones desde donde miraba con cara de enojada. Un día Andrés dijo que Teresa era como yo, que se hacía la mala pero que quería que la mimaran. Me enojé muchísimo por el descubrimiento y le comuniqué: ¨Teresa ha muerto¨. Sin embargo, al día siguiente apareció Teresita que tenía la misma cara pero que era buena y suavecita.
Luego vino mi viaje. En mis cartas le preguntaba a Andrés por Teresita y Teresa (a lo mejor había resucitado), pero ambas debían haber muerto porque a mi regreso encontré la casa vacía de bichos.
Entonces Andrés se cansó de ser espectador y nació el oso. Hacía trompa y entrecerraba los ojos (para comérselo).Venía de Rusia, había trabajado en innumerables y famosos circos junto a sus padres y hermanos. Pero había caído en desgracia. Era un oso equilibrista. Durante tardes enteras, mientras nadábamos en la pileta, charlábamos sobre lo que había hecho en la changa que se había conseguido. Lo habían contratado para entretener a los obreros al mediodía: hacía pruebas sobre un piolín con tres naranjas. Cada día, al regresar del trabajo, me contaba del éxito o del fracaso de sus intentos. En general se le caía una naranja, pero a veces dos o tres y casi siempre en la cabeza del capataz, que lo amenazaba con un próximo despido. Cuando nos acostábamos volvía el oso y me daba verdaderos abrazos de oso que me trituraban en medio de la risa. Entonces nació mi mosquito. Chiquito como era (acercaba y alejaba la mano de mi boca simulando el pico) derrotaba al oso picándolo en el ombligo. El oso gritaba como loco y accedía a todos mis requerimientos. Terminábamos enredados sobre las sábanas. Enredándonos.
Cuando regresamos de la quinta, el oso vino con nosotros y, coincidiendo con mi cambio de trabajo, surgió la castora trabajadora. Para hacer de castor levantaba el labio superior y estiraba el inferior tratando de agrandar los dientes. Generalmente nos alternábamos en las representaciones: cuando yo era persona, Andrés era el oso y cuando yo era castora, él, humano.
La historia fue creciendo. Yo (persona) había contratado una empresa que me enviaba osos para que se ocuparan de las tareas domésticas. En realidad era un plantel de osos con distintos horarios: el de la mañana, el de la tarde y el de la noche. El relevo era para que el oso de turno siempre estuviese despierto. En varias oportunidades comenté que me parecía que había gato encerrado y que tal equipo estaba formado por un solo oso, porque todos tenían la misma cara y nunca los veía juntos. El oso (el de turno) negaba. (El día en que, al fin, lo reconoció se autobautizó Germán).
Los osos estaban contratado para tareas diversas, pero en general no hacían nada. Al de la mañana tenía que despertarlo a las sacudidas y luego se me adelantaba en el  baño, donde se duchaba interminablemente, mientras yo preparaba el desayuno, que luego él devoraba como un verdadero oso. Cuando le preguntaba qué había hecho el día anterior en su turno contestaba que había revisado la luz y el gas y que había salido al balcón para controlar las plantas (¡ni las regaba!), que me quedara tranquila que todo estaba en orden. Varias veces le dije que la señora que planchaba la ropa, que venía martes y jueves por la mañana, me había comentado que jamás lo había visto. Me contestaba que él estaba en su lugar de trabajo, pero que se escondía en el placard para no asustarla. Al de la tarde solo lo veía los fines de semana, en que se solazaba merendando chocolate con churros o café con leche con medialunas. Cuando yo me quejaba de lo mucho que comía, me decía que formaba parte de su deber, que tenía que conservar su imagen robusta y que, además, debía probar todo para cerciorarse de que no estuviera envenenado. El de la noche era adorable y el único que trabajaba. Me ayudaba a levantar la mesa (después de refunfuñar porque nunca había pescado y amenazarme con que se iba a quejar a la empresa). Mientras yo me bañaba cumplía con su misión de calentar la cama. En cuanto yo llegaba, él iba a la cocina, preparaba café y me lo traía, a veces con bombones que compraba con sus ahorros. Luego acomodaba las almohadas, me tapaba interminablemente y me aplastaba al intentar abrigarme sin dejar de repetir: ¨Soy un oso muy eficiente, soy el oso más responsable¨. Mi oso.
La castora se ganaba la vida haciendo pozos. Le costaba mucho conseguir trabajo porque, aunque se empeñaba enormemente, en general rompía todo. Cuando íbamos por la calle ante un árbol talado Andrés preguntaba: ¨¿Quién anduvo por acá?¨. La castora exhibía sus dientes, bajaba la cabeza y silbaba bajito. Le pedía a Andrés hasta el cansancio que le consiguiera trabajo pero siempre tenía excusas: las excavaciones ya habían terminado y para hormigonar no contrataban castores. La castora se levantaba temprano y era buenísima. Cariñosa y delicada. Después de cenar Andrés decía: ¨Bueno, ahora la castora se va, en esta casa no pueden dormir bichos¨. La castora (que casi no hablaba) se arrodillaba y le pedía con las manitos juntas o, alternativamente, ponía cara de tristísima, abría la puerta de calle, se sentaba en la escalera y tiritaba. Entonces Andrés concedía: ¨Bueno, por esta noche podés dormir en la cama¨. La castora corría como loca y se zambullía entre las sábanas. Él se enojaba: ¨Me reventás los elásticos, está cama ya está destruida; mañana dormirás en la escalera¨. La castora se acurrucaba en un rincón poniendo la más dulce de las caras.
Los primeros días de trabajo, en que yo llegaba rendida, en cuanto Andrés me abría la puerta, me tiraba al piso con las cuatro patas para arriba y sacaba la lengua hacia un costado. Él me consolaba: ¨Se me fundió la castora, pobrecita mi castora¨. Me sacaba los zapatos y me llevaba en brazos hasta la cama. ¨Esta castora es muy trabajadora, yo quiero mucho a mi castora¨.
La castora resultó tener un hermano, un tal Juan, que se dedicaba a hacer bombas y que estaba prófugo en España, donde trabajaba para la ETA. A veces Juan viajaba de incógnito y venía a casa. Se quedaba en el balcón donde hacía toda clase de estropicios. Andrés se enojaba muchísimo y al día siguiente Juan se iba a Iberia y la castora lloraba dos o tres días. Cuando no encontraba la ropa Andrés acusaba: ¨Seguro se la mandaste a Juan¨. La castora bajaba la cabeza mientras ensayaba convincentes caras de arrepentimiento.
En un viaje corto que hicimos, en el que nos peleamos bastante, Germán se bajó del auto en la mitad de la ruta. Subió convertido en un sapo que resultó insoportable. Me saltaba encima y me daba lengüetazos. Decía que Germán le había encargado que reemplazar. Le pedí que se fuera y me contestó que de ninguna manera desobedecería a su amigo. El sapo de a ratos estaba tranquilo y de a otros le agarraba el ataque y me molestaba hasta el hartazgo.
Cuando llegamos al hotel nació una perra muy buenita que llevaba el diario ya las pantuflas en la boca. Siempre tenía la lengua afuera. Andrés le avisó que la echarían del hotel porque no estaba vacunada. Al rato la perrita le llevó en la boca, en cuatro patas, hasta la cama, una notita donde se leía: ¨Declaro que he vacunado mucho a esta perrita. Dr. XX¨.
En el viaje de regreso, cerca de Campana, volvió Germán y el sapo, por suerte, se fue para siempre. La perrita se transformó al llegar a la Capital, en una perra arrabalera y pretenciosa. Cuando Andrés le pedía que se fuera lo miraba de costado y juntando los dedos de una mano le hacía gestos de qué se creía. Lo tenía a mal traer a Germán, que le tenía muchísimo miedo.
Empezaron a alternarse la perra y la castora. De repente yo sacaba la lengua y lo enfrentaba a Andrés. Al ratito relucían mis dientes y André se aliviaba: ¨A la castora sí que le doy todo lo que me pida porque es buenísima¨.
Vivíamos todos juntos. Éramos muy felices. Tan felices.
Hoy fui al médico. El doctor me confirmó que estoy embarazada. Primero me puse muy contenta (estábamos buscando este hijo) y después lloré hasta el cansancio. Sigo llorando todavía.
Sé que se irán todos los bichos. Para siempre. Tendrán que irse.
Mañana se lo diré a Andrés. Hoy, no. Quiero disfrutar mi última noche con Germán.

Pobre Germán. Le voy a cocinar pescado.

viernes, 3 de julio de 2015

57

1981

15/1/81
Lejana hermana:
Otra vez en las letras. Después de estos días de tenerte cerca, que se fueron tan rápido, es difícil retomar el contacto diferido. Pero creo que la distancia y la comunicación por escrito rindieron su fruto, porque pudimos aprovechar este breve tiempo de encuentros  con más intensidad que antes. Será que el papel nos posibilitó decir cosas que un diálogo habitual no propicia. Nos permitió reflexionar sobre nosotras mismas en el intento de comunicación con la otra. Nos hizo transmitirnos sensaciones, no solo acontecimientos. De todos modos que quede claro que prefiero tu presencia.
No pasó demasiado desde que te fuiste. La única novedad de peso es que decidimos alquilar una quinta para el mes de febrero porque Luis, como cambió de trabajo, se quedó sin vacaciones. Encontramos una chiquita, bastante precaria pero con una linda pileta, cerca de Castelar. Me muero de ganas de poder estar sin hacer nada, sin nada que hacer. Retomar la lectura, el tejido, ¿la escritura? A tanto no llegan mis aspiraciones. Estar tranquila. Para pensar en toda la vorágine que me aportó el 80. Todavía no cerré el balance.
¿Cómo encontraste a John? Descuento que esperándote. Parece que todos vivimos esperándote.
Hace un calor insoportable. La clínica es un verdadero horno. Cuento los días que me separan del agua. Y todavía faltan bastantes.
Siento la llave en la cerradura y no preparé la cena.
Hasta pronto.

                   Laura

miércoles, 1 de julio de 2015

56

25/11/80
A MI AHIJADO: LETRAS PARA TU PRIMER COMBATE

Una a una
como cuentas de collar
como desgranando arvejas
rodaron tus lunas
(muy largas, tan cortas).
Sin pausa,
pero despacito,
modelaste
el exacto tamaño de tu nido.
Y a cada palmo
que aumentaba tu sombra
cedían las fronteras
a fuerza
de redondas rodillas
intrépidos piecitos
y doblados codos.
Borrosos los bordes
de tu oscuro universo tripartito:
la tibia esfera que te nutre,
por dentro, vos,
el mundo, afuera.
Y hoy
que rodaron meses y lunas
descubrís con sorpresa
que existen los límites,
que no hay respuesta
ante la enérgica demanda de tus puños
ni la insistente presión de tu cabeza.
Las fronteras, fronteras.
No ceden.
Algo pasa.
Te crece en instantes, por instantes,
una vaga angustia.
Se conmueve tu cosmos.
Intuís el fin
de este profundo hueco
que te quiere y que amás.
Así es la vida:
todo se acaba.
Entonces
hoy, bebé,
que tu apretada gruta
dice
basta
junta las cosas que te dio esta etapa
un par de manos para tomar todo
la incesante marcha de tus piernas
todo el placer que te dará tu cuerpo
y tu cabeza,
ama y esclava
de boca, pies, dedos y vientre.
Cerrá los ojos,
apretá los puños
y saltá, volá.
Detrás del túnel
está tu nueva etapa.
Y cuando emerjas
con miedo
con trabajo
encontrarás de este lado del combate
ese algo conocido que te falta.
Y lo que fue redondo techo
serán dos brazos
que te recibirán
con tanto miedo
con igual trabajo.
Todo te aguarda.
Esta casi en blanco
lo que será tu historia
ansiosa por llenarse con tus pasos.
Y aunque te asustes,
disponete de frente al desafío.
Cerra los ojos
apretá los puños
saltá, volá.

Pero con ganas.