22/8/79
BIOGRAFÍA CON
TIJERAS
Sí, me acuerdo
bien. Todo empezó aquel día. Volvía de la escuela y desde la esquina escuché
los gritos. Llegué corriendo. Papá gritaba. Mamá lloraba. Yo hubiera querido
consolarla pero tuve miedo. Corrí por la escalera hasta mi cuarto. Sobre la
cama encontré un Billiken. Para olvidarme de los gritos que subían me concentré
en mirar cada figura. Una me atrapó. De golpe. Agarré la tijera y sin pensarlo
la recorté. Había una mamá en la puerta de una casa y un papá y un nene volviendo
de la escuela. Él de sombrero, yo de guardapolvo blanco.
Usted me
pregunta, doctor, pasaron tantos años y tantas cosas…, todo tan triste, tan
injusto Ah, sí, le iba diciendo, José
fue un chico bueno, nunca me dio trabajo, pasaba horas leyendo y
recortando ¿Qué? No sé, cosas de chicos¸ si usted supiera,
doctor, cuánto he sufrido, cuánto ¿De
las hermanas?, no, nunca fue celoso; cuando nació Sofía él era un hombrecito,
¿celoso?, ¿de qué?, ya no me precisaba; después del nacimiento de la nena,
sinceramente, doctor, de él me acuerdo poco, no tenía la cabeza para eso,
porque cuando Sofía era un bebé mi marido y yo nos separamos; le aseguro,
doctor, que nunca hubo motivos, nadie hubiera podido pedirme que fuera mejor
mujer ni mejor madre; todo listo para todos, la casa siempre en orden, a cada
uno su plato favorito; a veces Francisco se enojaba, a él le gustaba el cine,
el teatro, salir, que me arreglara; yo con tres chicos, imagínese…
Después fue
fácil. Yo nunca pedía nada. Total, ¿para qué?, todo estaba en las revistas. Recortaba
pelotas, bicicletas, un hermano mayor, una casa con altillo y hasta una maestra
enamorada. De mí. Cuando cumplí ocho años pedí un álbum. Y cada año otro y
otro. Jamás me preguntaron para qué los quería, para qué los usaba.
No, yo soy menor,
me lleva casi tres años. Mire, doctor, José fue raro desde chico, no tenía
amigos, casi no hablaba; en realidad en mi familia todo fue raro ¿Mamá?, la recuerdo siempre en casa,
siempre limpiando ¿Papá?, papá leía,
papá sabía, papá salía y llegaba cargado de muñecas No, José solo le pedía álbumes. De
adolescente se hizo todavía más hosco, sobre todo después de la catástrofe,
papá casado con una mucama, con nuestra Mari; pero mi padre siempre fue
increíble, le compró ropa, le enseñó modales, idiomas, le aseguro que la
transformó; papá fue todo un personaje; y Mariana resultó una buena mujer, una
buena compañera para él; creo que la mejor, porque después vino Daniela, más
joven que Sofía; qué increíble papá…
Cada tanto
cambiaba las figuras. Mi mundo crecía, organizado. Taché la bicicleta, recorté
una moto y me elegí una linda novia rubia. También recorté unas escaleras, la
clásica cama y la clásica mucama. Pero después me cansé de mi mucama. Y la arranqué.
Guardé la novia rubia. Era maestra. Entonces le pegué una escuela. Y, claro,
una campana.
Cuando yo nací,
José tenía ocho años; fui más hermana de los hijos de Mariana que de José y de
Carmen; siempre lo recuerdo grande, reconcentrado y aunque le cueste creerlo,
doctor, José fue un alumno brillante, aunque nunca aprendió a relacionarse; y
ahí lo ve, él, un abogado, hundido dando clases en esa secundaria. Cuando se
casó Carmen, José se quedó con los dos cuartos, y ese fue su mundo; nunca más
dejó que nadie entrara y él, por supuesto, tampoco limpiaba; así empezó la
mugre, primero la del cuarto, después la de él; andaba mal vestido, sucio; me
avergonzaba llevar gente a casa…
Resolví estudiar
derecho. Hasta pegué recortes de mi propia tesis. También decidí ser profesor.
Pero cambié el decorado. Yo mismo saqué fotos de la facultad. Y las pegué.
Quince años,
doctor, quince años de novios No sé,
doctor, no me lo pregunte; nunca hay motivo para los errores; parece que el
tiempo se sumara de a poco y cuando queremos reaccionar es demasiado tarde; mi
vida se acabó en esto, en ser novia, en ser maestra; eternamente…
Un día decidí
casarme. Cuántas revistas tuve que comprar para encontrar cada pieza de mi
casa. Ambientes amplios. Con flores y con chimenea. Tan pensado cada detalle.
Todo sencillo pero confortable, sólido. Después me elegí un par de hijos. Qué
trabajo. A cada rato precisaba fotos nuevas. Crecían tan rápido…
Lo vi solo un
par de veces, pero nunca me gustó como me miraba, como lo miraba; cuando me
casé con su padre yo era una chica; Francisco fue un gran hombre; siempre le
admiré su capacidad para interesarse por todo, para disfrutar de todo; todavía
no puedo creerlo; le juro, doctor, no puedo resignarme; qué pesadilla, qué
disparate…
Y entonces,
después de mucho buscar, encontré una pistola. La recorté y la pegué. En la
última hoja de nuestro último álbum.
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