15/8/79
REGRESO
Hay veces en que
la noche es la única salida. Como esta.
Crece la
angustia y, sin calle, amenaza destruirla. Escapa Bárbara atravesando más la
pared que la puerta.
Y luego pasos y
cuadras. Sin tiempo pero apurada. Toda la energía puesta en detener la
angustia. No queda para pensar.
Entonces, el encuentro.
En la esquina. Casi un choque. Es Marcos y es la vergüenza de verse reflejada
en otros ojos, tan jóvenes. En consecuencia: doblemente vieja.
Una frase
amable. No hay preguntas sobre espacios o tiempos. Él adivina la angustia. Sin
previa propuesta se suman los pasos.
La plaza. Un
banco esperándolos. La vergüenza se deshiela y las palabras ya no la obedecen.
Se sueltan, se escapan. Le cuenta del viaje.
¿Y él? Él acá, claro. Y ella, allá. Siendo siempre ella. Habla de su
pintura. Su lucha.
Ahora, el retorno.
Luego de los años, la cama. Se paga la ausencia. La mujer no existe. Es dulce
la venganza. Qué peor que otro confirme lo sabido. Vieja y ridícula. Ni
siquiera famosa. Escapar.
Marcos escucha.
No se ríe. Ni se burla, ni sufre. Observa.
El equilibrio.
Eso que existe,
Bárbara. Enfrente tuyo. Las palabras que manan despacio. Los hilos que se
juntan. De la causa, el efecto. Marcos hablando. De a poco la luz. Causa y
efecto. Objetivos. El arte. Los otros. El amor. Los años. Increíble el cachito de
paz en la plaza.
Por un momento
la desesperada ilusión del orden interno. Casi a mano. ¿Existe el conocerse?
La realidad que
atrapa.
Él que se
levanta.
Demasiado tarde,
Bárbara.
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