17/8/79
Buenos Aires.
Largas veredas con árboles. Cada baldosa conocida. La tarde no se resigna a
irse y lucha en calma. Los pasos de Javier. Retroceden pero avanzan. En cada
paso una derrota de las intenciones. No quiere ir, no va a ir, pero está yendo.
Sabe que fatalmente irá. Como siempre. Las baldosas lo conducen. La reja. La
casa. Ese eterno desconcierto de no poder vincularlas. Desazón.
La reja cede,
mansa, a la presión de su mano. Apenas se queja chirriando. Javier entra, ya
resignado. Mortalmente cansado por la lucha. Derrotado como siempre. Dos
ladridos. Todo en su lugar y tan irreal pese a todo. Se acomoda la cabeza del
perro bajo su mano. Tanto cansancio en la presabida caricia. Es lánguida esta
tarde, Javier. Como un desmayo. Tan repetida que podría ser ayer. O peor:
mañana.
Las puertas
ceden. Se acomoda a su cuerpo el espacio. Lo contiene. María lo saluda sin
apartar los ojos de las manos ocupadas. Javier la observa. Un mimbre. Roja la
cascada del cabello. Perfecta la carita afilada. Es un dibujo. Como siempre
admira a la mujer que guarda. Cada día un poquito más afuera.
Los pasos lo
conducen al camino conocido. María, sin mirarlo, dice: ¨Mi mamá no está, se
fue¨.
Tenía que
suceder lo distinto. Javier se despega del cansancio. Se alarma. Averigua, ¨Yo
no sé nada¨, contesta María, las manos atareadas. Él insiste. ¨Montevideo, qué
más da. Ya volverá. Quizá mañana. O en un año. Dejame¨.
Javier sube la
escalera. Ahora a la izquierda. La vocecita de Lucía lo llama. Hasta ella conoce
el peso de sus pasos. La nena se asoma como un duende por la puerta entornada.
……………………………………………………………………………………..
No hay comentarios:
Publicar un comentario