19/5/79
Querida
hermana:
Me
emocionó recibir tu primera carta. Cuántas tendrán que llenar el tiempo de tu
distancia. Me alegra que hayas encontrado todo esperándote. Es cómico pensar
que al mismo tiempo que estoy tratando de que tu departamento tome aspecto de
lo que yo soy, vos, a tantos kilómetros, estés ocupándote de personalizar el
¨apartamento¨ que te tocará habitar. Claro que estamos comprando las cortinas
en distinto idioma.
No
pude decírtelo antes de que te fueras, quizá porque estaba demasiado pendiente
de lo que tu partida provocaría en mí,
pero quiero decirte ahora que te admiro. Admiro la resolución que tomaste,
admiro tu valentía. No creo ser capaz de seguir tus pasos. Cambiar de vida,
cambiar de idioma, cambiar de gente solo de la mano de una amiga me parece una
proeza inalcanzable para mí. Y no será porque no precise renovar mi aire. Las
comparaciones son siempre odiosas pero si nos pusiéramos a examinar nuestras
vidas, nuestros fracasos sentimentales, la cuenta andaría pareja. Podrías
objetar que a vos fue un matrimonio lo que te salió mal y a mí solo varios
noviazgos, pero creo que el daño interno fue de la misma magnitud. ¿Existen
muchas cosas peores que pensar que una nunca va a poder ser querida a pesar de
todos los esfuerzos que haga en esa dirección? Por el momento seguiré
intentando reponerme en esta tierra. Luego de ver mis resultados (y los tuyos)
tendríamos que hablar nuevamente.
No
debería decírtelo pero te lo estoy diciendo: ayer te llamó Víctor. Sí, aunque
no puedas creerlo. Tranquilizate: él tampoco pudo creer que te habías ido justo
cuando decidía reaparecer. Ese era su papel en el libreto. Se lo robaste. Me
pidió tu dirección pero no quise dársela. Espero haber actuado bien. Si no es
así, perdoname. No me pareció justo que en tu nueva vida te llegara ni una
brizna de todo lo que aquí te hizo sufrir.
Por
mi parte, aunque me arrogué el derecho
de oponerme al reflote de tu pasado, no me duró mucho el propósito de
extirparme mi obsesión por Eduardo. Lo llamé, le conté que me había mudado, lo
invité a conocer mi casa, vino, pasamos un momento hermosísimo, se fue y no me
llamó más. O sea: la historia se repite y se repite mi angustia. Después del
encuentro quedé varios días muy bajoneada, pero estoy tratando de reponerme,
ayudada por la energía que de mí requiere llevar adelante una casa.
Ya
comencé una libretita donde anoto los impuestos a pagar y los gastos hechos. Me
asusta un poco saber si la plata me alcanzará para hacer frente a todo. Se
rumorea que en la Clínica hay un aumento en danza para mí. Veremos si es
cierto. La idea, por lo menos, me tranquiliza.
El
portero se está portando como un duque. Ayer arregló una canilla que perdía y
todo.
Mamá
aceptó bastante bien mi partida. Voy casi todos los días a verla y ya vino tres
veces a cenar. Me divierte prepararle la comida. Está asombrada de mis dotes
culinarias. Todavía sigo llevando las sábanas a casa para que las lave América.
Ayer
hablé con papá y me comentó que también había recibido carta tuya. Ya están
pensando cuándo harán un viajecito para visitarte.
Mis
planes de pintura quedaron suspendidos por tiempo indeterminado. Cuando empecé
a hacer cuentas me asusté. Lo dejaré para más adelante: ¿seré capaz de
autoabastecerme?
Nada
más por el momento, hermana.
Te
deseo toda la suerte.
Laura
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