viernes, 27 de marzo de 2015

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20/8/79
ESCENA

Primavera robándole al invierno una tarde. Un fragmento de tarde. El aire quieto. Esperando. Casi el azar fijando el encuentro prefijado desde la suma de los años.
Se sentaron los dos ante la mesa que conocía sus contornos. Familiarmente. Inocente el café. Por repetida, la escena intrascendente. Bromas. La charla amena desgranando circunstancias. Y mucho afecto, como siempre. El aire quieto. Esperando. ¿Cómo andás? Ayer fui al cine. Estoy mejor. Tenés que verla. Tenés. Mejor. De a poco el aire más denso. Las manos abren la ventana. Pero el aire sigue pesado, pesando.
Del mejor, se larga la cascada. El nuevo proceso: la escritura. Como a otros, repite lo contado.
Y el cambio. Mágico.
Vagamente se pierde la noción de límites. ¿Quién habla?, ¿quién escucha? Al escuchar la ansiedad creciendo por hablar. Al hablar la sensación de estar matando las palabras del otro. Condenándolas a no ser. Es tan compacto el tiempo que lo no dicho será lo nunca dicho.
La respiración se anhela. Los ojos se velan levemente y quietos, tan quietos que casi no pestañean para no romper el encanto, asisten sorprendidos al descubrimiento de sus respectivas esencias. El otro naciendo frente a uno. Condensados en un segundo mil años. Descubrirse en el otro. Otro inventándonos. Vértigo. Maravilla. Miedo.
Recobran su ritmo los relojes. Parejo el pulso. Quizás una risa se lleve los últimos rastros. Seguir hablando, tan como siempre. Ayer fui al cine (no fuiste vos, fue el que eras). Estoy mejor (no mejor, otra).
Ya es casi noche. Firme el esfuerzo de frenar la frase que reconozca que sucedió algo. Un poco de alivio. Algo de angustia. Mucho de vergüenza. Una sonrisa. La despedida.

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