20/8/79
ESCENA
Primavera
robándole al invierno una tarde. Un fragmento de tarde. El aire quieto.
Esperando. Casi el azar fijando el encuentro prefijado desde la suma de los
años.
Se sentaron los
dos ante la mesa que conocía sus contornos. Familiarmente. Inocente el café.
Por repetida, la escena intrascendente. Bromas. La charla amena desgranando
circunstancias. Y mucho afecto, como siempre. El aire quieto. Esperando. ¿Cómo
andás? Ayer fui al cine. Estoy mejor. Tenés que verla. Tenés. Mejor. De a poco
el aire más denso. Las manos abren la ventana. Pero el aire sigue pesado,
pesando.
Del mejor, se
larga la cascada. El nuevo proceso: la escritura. Como a otros, repite lo
contado.
Y el cambio.
Mágico.
Vagamente se
pierde la noción de límites. ¿Quién habla?, ¿quién escucha? Al escuchar la
ansiedad creciendo por hablar. Al hablar la sensación de estar matando las
palabras del otro. Condenándolas a no ser. Es tan compacto el tiempo que lo no
dicho será lo nunca dicho.
La respiración
se anhela. Los ojos se velan levemente y quietos, tan quietos que casi no
pestañean para no romper el encanto, asisten sorprendidos al descubrimiento de
sus respectivas esencias. El otro naciendo frente a uno. Condensados en un
segundo mil años. Descubrirse en el otro. Otro inventándonos. Vértigo.
Maravilla. Miedo.
Recobran su ritmo
los relojes. Parejo el pulso. Quizás una risa se lleve los últimos rastros.
Seguir hablando, tan como siempre. Ayer fui al cine (no fuiste vos, fue el que
eras). Estoy mejor (no mejor, otra).
Ya es casi
noche. Firme el esfuerzo de frenar la frase que reconozca que sucedió algo. Un
poco de alivio. Algo de angustia. Mucho de vergüenza. Una sonrisa. La
despedida.
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