miércoles, 1 de abril de 2015

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25/8/79
DISTINTA

Tu tiempo nunca fue el de los otros. Siempre te acompañó la sensación de ser distinta. Toda tu vida, todas tus acciones solo tuvieron una meta obtenida una y mil veces. Las eternas frases. Sonia es increíble. Sonia es distinta. Solo podría haberlo hecho ella. Qué valiente. Qué fuerte. Qué inteligente. Qué y qué y qué. Valiente. Fuerte. Inteligente. Extravagante. Sensible. Superficial. Profunda. Inventaste cien conductas y las cumpliste. Te trazaste mil objetivos y saliste victoriosa.
Curioso tu proceso. Nunca pudiste conocerlo del todo. Te levantabas cada mañana con un nuevo proyecto. Con el correr de los años llegaste a la conclusión de que el plan de cada día, el personaje de cada día, provenía del mecanismo de tus sueños. Cuando dormías, algo, alguien, te imprimía en la sangre por qué deberías luchar al levantarte. Y cada mañana te despertabas impaciente por probar tus fuerzas renovadas en la batalla siempre diferente. Confirmó tu teoría el vacío de tus días sin noche. Típico amanecer de los velorios. Sabías que hasta la noche estarías más muerta que el mismo muerto. Pocas cosas en tu vida te inspiraron más terror que el insomnio. Aunque nunca lo tuviste. Cada noche, más tarde o más temprano, te ordenabas una franja de sueño. Lo suficiente para nacer de nuevo. Cada día más viva. Cada día un mundo en sí mismo. Qué estricta manera de medir por veinticuatro. Ignorabas quién serías la próxima mañana. Sin embargo, siempre Sonia. Siempre vos. Transportabas tu esencia a cada personaje. Los jugaste casi todos y todos bien. Era tu única posibilidad. Una sola falla y quién sabe si te sería concedido un nuevo día. Y al caer la noche y al llegar las sábanas, el alivio. La prueba atravesada. Y luego otro día, otra prueba y otra noche. Estallando el cansancio. Titánico el esfuerzo.
Para cada persona fuiste una Sonia distinta. Qué fina tu intuición, tu sensibilidad, tu habilidad para hacerte querer. Imposible no quererte. Siempre sentiste lo activo de tu proceso de ser querida. Se quiere a Sonia por lo que hace, no por lo que es (porque en realidad, ¿qué es?, ¿quién es?). Tu audacia continua. Tu fuerza. Inagotable tu poder de sorprender, de estar, de comprender, de saber. Inagotable tu cansancio.
Solo tu madre estuvo al margen de tus redes. Sabías que te quería como nadie, pese a todo. Y no podías soportarlo. En ella descansaste de todos tus esfuerzos. Fuiste con ella todo lo que no te permitiste con el mundo. Todo lo desagradable, todo lo egoísta, todo lo vulgar. Notable el premio por quererte.
Hubo quien no te quiso. Creo que jamás te perdonaste ese fracaso. Intentaste todos los caminos y probaste todas tus innumerables armas. Inútil. Caíste cien veces y te levantaste mil. Nunca pudiste descubrir su punto de quiebre. Aparecía de golpe y se rompía todo. Y una arena de cristales. Vos queriéndolo y él queriéndote un instante y naufragando de repente en el rechazo. Y vos hundiéndote en sus naufragios. Rogando, luchando, aguantando. La fuerte Sonia. Tu desesperada impotencia. Y pasó por tu vida.
Y vos siempre vos. En lucha. Sin hurtarle el bulto a los combates.
Pero hubo una empresa que rechazaste desde el centro de tus días. Aunque sabías que solo eran postergaciones. Fatalmente llegaría. Viviste escapándole pero yendo en su búsqueda. Y sin saber que ese era el fin (o sabiéndolo) diste los pasos que a ella te llevaban. Te faltaba probarte en un papel. En el único en que dudabas de tus posibilidades.
Siempre supiste algo: Sonia queriendo perdía fuerza. Temblaban tus estructuras. La poderosa Sonia transformada en una masa blanda. No podías soportar verte así. Cuando querías. Las pocas veces que te permitiste querer con furia. Perdías tu esencia.
Por eso nunca quisiste un hijo. Por eso lo deseabas tan desesperadamente. Y la furia venció al terror. Y sin saber (o sabiéndolo) le buscaste una casa, un padre. Para él.
Ninguna de tus furias precedentes pudo medirse con la furia del amor por tu hijo. Violento hasta la náusea. Pasabas los días sola, quieta, casi sin oír, sin ver, sintiendo. Sintiendo la furia de tu amor. Qué terror. Nadie pudo asomarse a tu terror. Solo el insomnio. Ya nunca más serías Sonia. El ovillo de carne, de huesos que crecía en vos ahogaría tu esencia. En él se perdería definitivamente tu fuerza. Sería tu dueño. Qué terror.
Y rodaron las lunas. Creció tu amor, tu miedo y tu hijo. Tu hijo en vos. Navegándote. Zambulléndose en tu esencia. Caminándote. Nutriéndote y comiéndote. Lo amaste en vos, te amaste en él. Y fueron juntos víctima y verdugo.
Rodaron las lunas. Las lunas crecientes de tu espanto, de tu amor.
Y hoy, cuando las lunas se desataron en gritos, se esfumó tu pánico. Descubriste la salida. Salvarías a Sonia.
Salvada en la sangre que dejás que se te escape pese a la angustia, pese al inútil trajín de todos. En la sangre que dejás que se te escape. Tu esencia, Sonia, salvada. Salvada en tu muerte. Renacida en tu hija. Salvada.

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