25/8/79
DISTINTA
Tu tiempo nunca
fue el de los otros. Siempre te acompañó la sensación de ser distinta. Toda tu
vida, todas tus acciones solo tuvieron una meta obtenida una y mil veces. Las
eternas frases. Sonia es increíble. Sonia es distinta. Solo podría haberlo
hecho ella. Qué valiente. Qué fuerte. Qué inteligente. Qué y qué y qué.
Valiente. Fuerte. Inteligente. Extravagante. Sensible. Superficial. Profunda.
Inventaste cien conductas y las cumpliste. Te trazaste mil objetivos y saliste
victoriosa.
Curioso tu
proceso. Nunca pudiste conocerlo del todo. Te levantabas cada mañana con un nuevo
proyecto. Con el correr de los años llegaste a la conclusión de que el plan de
cada día, el personaje de cada día, provenía del mecanismo de tus sueños.
Cuando dormías, algo, alguien, te imprimía en la sangre por qué deberías luchar
al levantarte. Y cada mañana te despertabas impaciente por probar tus fuerzas
renovadas en la batalla siempre diferente. Confirmó tu teoría el vacío de tus
días sin noche. Típico amanecer de los velorios. Sabías que hasta la noche
estarías más muerta que el mismo muerto. Pocas cosas en tu vida te inspiraron
más terror que el insomnio. Aunque nunca lo tuviste. Cada noche, más tarde o
más temprano, te ordenabas una franja de sueño. Lo suficiente para nacer de
nuevo. Cada día más viva. Cada día un mundo en sí mismo. Qué estricta manera de
medir por veinticuatro. Ignorabas quién serías la próxima mañana. Sin embargo,
siempre Sonia. Siempre vos. Transportabas tu esencia a cada personaje. Los
jugaste casi todos y todos bien. Era tu única posibilidad. Una sola falla y
quién sabe si te sería concedido un nuevo día. Y al caer la noche y al llegar
las sábanas, el alivio. La prueba atravesada. Y luego otro día, otra prueba y
otra noche. Estallando el cansancio. Titánico el esfuerzo.
Para cada
persona fuiste una Sonia distinta. Qué fina tu intuición, tu sensibilidad, tu
habilidad para hacerte querer. Imposible no quererte. Siempre sentiste lo
activo de tu proceso de ser querida. Se quiere a Sonia por lo que hace, no por
lo que es (porque en realidad, ¿qué es?, ¿quién es?). Tu audacia continua. Tu
fuerza. Inagotable tu poder de sorprender, de estar, de comprender, de saber.
Inagotable tu cansancio.
Solo tu madre
estuvo al margen de tus redes. Sabías que te quería como nadie, pese a todo. Y
no podías soportarlo. En ella descansaste de todos tus esfuerzos. Fuiste con
ella todo lo que no te permitiste con el mundo. Todo lo desagradable, todo lo
egoísta, todo lo vulgar. Notable el premio por quererte.
Hubo quien no te
quiso. Creo que jamás te perdonaste ese fracaso. Intentaste todos los caminos y
probaste todas tus innumerables armas. Inútil. Caíste cien veces y te
levantaste mil. Nunca pudiste descubrir su punto de quiebre. Aparecía de golpe
y se rompía todo. Y una arena de cristales. Vos queriéndolo y él queriéndote un
instante y naufragando de repente en el rechazo. Y vos hundiéndote en sus
naufragios. Rogando, luchando, aguantando. La fuerte Sonia. Tu desesperada
impotencia. Y pasó por tu vida.
Y vos siempre
vos. En lucha. Sin hurtarle el bulto a los combates.
Pero hubo una
empresa que rechazaste desde el centro de tus días. Aunque sabías que solo eran
postergaciones. Fatalmente llegaría. Viviste escapándole pero yendo en su
búsqueda. Y sin saber que ese era el fin (o sabiéndolo) diste los pasos que a ella
te llevaban. Te faltaba probarte en un papel. En el único en que dudabas de tus
posibilidades.
Siempre supiste
algo: Sonia queriendo perdía fuerza. Temblaban tus estructuras. La poderosa
Sonia transformada en una masa blanda. No podías soportar verte así. Cuando
querías. Las pocas veces que te permitiste querer con furia. Perdías tu
esencia.
Por eso nunca
quisiste un hijo. Por eso lo deseabas tan desesperadamente. Y la furia venció
al terror. Y sin saber (o sabiéndolo) le buscaste una casa, un padre. Para él.
Ninguna de tus
furias precedentes pudo medirse con la furia del amor por tu hijo. Violento
hasta la náusea. Pasabas los días sola, quieta, casi sin oír, sin ver,
sintiendo. Sintiendo la furia de tu amor. Qué terror. Nadie pudo asomarse a tu
terror. Solo el insomnio. Ya nunca más serías Sonia. El ovillo de carne, de
huesos que crecía en vos ahogaría tu esencia. En él se perdería definitivamente
tu fuerza. Sería tu dueño. Qué terror.
Y rodaron las
lunas. Creció tu amor, tu miedo y tu hijo. Tu hijo en vos. Navegándote.
Zambulléndose en tu esencia. Caminándote. Nutriéndote y comiéndote. Lo amaste
en vos, te amaste en él. Y fueron juntos víctima y verdugo.
Rodaron las
lunas. Las lunas crecientes de tu espanto, de tu amor.
Y hoy, cuando
las lunas se desataron en gritos, se esfumó tu pánico. Descubriste la salida.
Salvarías a Sonia.
Salvada en la
sangre que dejás que se te escape pese a la angustia, pese al inútil trajín de
todos. En la sangre que dejás que se te escape. Tu esencia, Sonia, salvada.
Salvada en tu muerte. Renacida en tu hija. Salvada.
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