miércoles, 30 de septiembre de 2015

93

3/9/82
Querida hermana:
Una carta corta para darte una noticia.
Ayer Luis se levantó más temprano que de costumbre. Me di cuenta de que había dormido mal porque en varias oportunidades me despertaron sus vueltas en la cama. Fue a comprar facturas. Me trajo el desayuno a la cama. Estábamos con sendas medialunas en las manos cuando me sacudió con:
-¿Querés que nos casemos?
-Yo sí –alcancé a contestarle antes de atragantarme.
-No es para tanto –dijo riéndose mientras me palmeaba la espalda para tratar de que pudiera volver a respirar.
Hoy a la mañana fui al Registro Civil. Hay fecha recién para dentro de un mes. Tengo que volver para confirmarla. Si te apurás en venir la estiro unos días. Me encantaría que fueras mi testigo. Pero, como te imaginarás, hay cierta urgencia porque mi panza ya empieza a ponerse graciosa.
Contestame ya.
Besos.

       Laura

lunes, 28 de septiembre de 2015

92

25/8/82
Claudia:
Llegó tu carta. Todavía no puedo creerlo. Cómo te lo tenías escondido. Si cada tanto me atrevía a fantasear la sorpresa de una visita tuya mi imaginación no alcanzó a suponer que podías regresar, no de vacaciones: regresar. Además, en el fondo, no lo deseaba porque eso implicaba tu separación de John. Que él consiguiera un traslado en el trabajo fue una posibilidad que nunca se me ocurrió. Es raro que la realidad supere nuestras propias fantasías. Me resultaba inaceptable la sola idea de que mi hijo pudiera nacer y que vos no lo conocieras al instante de nacido. Evidentemente era un pensamiento inadmisible, un hecho que no podía suceder. Quisiera poder transmitirte cómo me ayuda saber de tu próxima llegada. Vaya espera que me toca. Compartida. Casi mellizos: mi hijo y mi hermana.
Todo sigue su curso. Fui al médico, a un tal Sánchez que me recomendó Graciela cuando finalmente le comuniqué el acontecimiento. Me encontró muy bien y evaluó que el crío llegará para fines de enero. Tendrás tiempo de verme con panza.
Las familias ya están enteradas. Fue más fácil de lo imaginado. Los padres de Luis se sorprendieron, pero te diría que se pusieron contentos. Tuve que dar yo la noticia porque, aunque habíamos convenido que no pasara de ese día, ya estábamos por el postre y Luis seguía mudo. No dijeron gran cosa, ellos no son muy comunicativos, pero por lo menos no pusieron mala cara, que para el estado de mis nervios en ese momento ya fue bastante. Papá se quedó helado. La que reaccionó fue Ofelia que instantáneamente se acercó para darme un beso. No sabés cómo agradecí su actitud. Ante eso papá no pudo menos que imitarla. Seguimos charlando de otra cosa. Después de un buen rato y de sopetón papá preguntó:
-¿Piensan casarse?
Me quedé congelada, quería que la tierra me tragara. Ante mi sorpresa, Luis recogió la piedra y contestó:
-A lo mejor, todavía no lo resolvimos.
No podía creer lo que estaba escuchando. Me hubiera gustado tener un grabador para no desconfiar luego de mi memoria.
La reacción de mamá fue más previsible. En cuanto se lo dije me abrazó y dijo que ella se lo imaginaba, que me encontraba muy rara últimamente. Que a pesar de todo (supongo que ese todo encerraba la irregularidad de nuestra relación) estaba chocha de convertirse en abuela. Ni tocó el tema del matrimonio. Suele tener tacto en esas situaciones.
Te imaginás el alivio que representa para mí haber sacado a luz mi embarazo. Hasta me permito caminar de otra manera.
Luis no volvió a mencionar el tema del casamiento y yo tampoco. En el fondo no es el principal de mis problemas. Lo que necesito no es que Luis reconozca al bebé sino que lo quiera. Y a eso no hay trámite que lo pueda obligar. Sigue mostrando la actitud de resignado. Lo que sigue haciéndome daño.
Espero que pronto confirmes la fecha de retorno. Te esperaremos con bombos y platillos. Tu departamento está en buen estado. De todos modos me ocuparé de que encuentres todo como lo dejaste. A menos que quieras que te consiga una cama doble.
Estoy feliz con tu regreso. Besos para los dos.
                                                                       Laura

viernes, 25 de septiembre de 2015

91

20/7/82
Querida hermana:
En estos días pensé miles de veces en escribirte pero no tuve fuerzas. Me siento bastante mal. Nauseosa y con mucho sueño. Los síntomas me alegran, porque me tranquilizan de la realidad de mi estado, pero al mismo tiempo me quitan las ganas de desarrollar cualquier actividad.
El ambiente va mejorando. Parece que de a poco Luis va haciéndose a la idea. Todavía no se lo hemos comunicado a ninguna de las familias. Casi no hablamos del tema entre nosotros. No sé a qué médico iré. Estoy tratando de ver cuál es el más recomendable de los de cartilla, pero como aún no di la noticia, no puedo preguntar.
Mi estado sigue siendo indefinido. Todavía no me permití ponerme contenta del todo. Me siento en culpa con Luis. Su aceptación resignada me pone peor que si siguiera en abierta oposición. Casi no me doy permiso para fantasear. Creo que no se lo cuento a nadie porque es como si estuviera esperando poder estar eufórica al dar la noticia. Me muero de pena pensando en el bebé. Es tristísimo que nadie se alegre por la llegada de uno. Me imagino la cara de cada uno al enterarse, puedo presentir lo que pensarán: que estamos locos. Y, por añadidura, sé que la propulsora de esta locura soy yo. Me siento culpable. Con Luis, con el bebé. Solo pensé en mi propia necesidad, no en la de ellos. Tal vez creí que era un juego y no me imaginé que se concretaría. Tarde para arrepentimientos. El bebé está. Y yo sigo queriéndolo pese a todo.
La vida continúa. Voy a trabajar y ni siquiera puedo comentar que me siento mal. En contrapartida, los últimos experimentos anduvieron al pelo a pesar de lo poco que me comprometí internamente con ellos.
El otro día presenté un cuento en el taller. Como no había luz hicimos la reunión en una confitería cercana. Me resultó rarísimo leer para todos entre el ruido de las tazas entrechocándose y el trajinar de los mozos. Llevé un trabajo que había hecho en la época de Correa. ¨Distinta¨. Se repitió la habitual historia. Ni bien termino de leer la impresión es muy buena y después llueven los palos. Marta comenzó criticando la posición del relator, argumentando que la segunda persona es de muy difícil manejo, cosa que según ella, hice mal. La verdad es que me hartaron. Mientras la escuchaba estaba decidiendo que  no iba a volver más. Me indigna la mezquindad de las observaciones, como si lo único que importara en un relato fuera el aspecto formal, no las emociones vertidas, la intensidad de lo que puede experimentarse leyendo. Creo que me resultará más útil comprarme un libro de gramática y un manual de cómo escribir agradablemente que seguir insistiendo con este tipo de talleres. El único que estuvo al margen de toda esta formalidad fue Raúl Correa. Él valoraba lo que yo quería transmitir, lo que necesitaba sacarme de adentro, por sobre cómo lo había hecho. Jamás me corrigió una frase, jamás se arrogó el derecho de saber cómo tendría que haber empezado, cómo tendría que haber terminado. ¿Qué derecho tiene nadie de decirle a otro cómo debe expresar lo que siente? Lo toma o lo deja. Lo absorbe o lo rechaza. Pero no intenta modificarlo. Esa persona en ese momento solo podía utilizar esas palabras y no otras. Y si no se entiende qué más da. Cuantas cosas que leemos nos sacuden, nos impactan sin que tengamos necesariamente que comprenderlas. Pero de qué vivirían los críticos si no se dedicaran a descuartizar libros, cuadros, películas y sinfonías.  Es más fácil criticar lo hecho que intentar hacer un décimo de lo que duramente critican. En fin: estoy envenenada.
En el momento de despedirnos le dije a Marta que no iba a seguir yendo. Sorprendida me preguntó por qué. Lamentablemente no me animé a decirle todo lo que acabo de contarte. Aduje mi embarazo y me encontré comunicándolo por primera vez en público. Empiezo bien: ya utilizo a mi hijo como excusa. Es que quizá tenga que ver con mi decisión, en la forma en que me indignaron las críticas. ¿Es apropiado este tiempo verbal para esta frase?, ¿es apropiado el tamaño del departamento para tener un niño? Como si el valor de esa frase, de ese chico, no estuviera por sobre las siempre presentes deficiencias que acompañan todo lo que se atreve a existir.
Ahora, mientras te estoy escribiendo, acabo de recuperar mi paz interior. Que se vayan todos al diablo. Mi hijo es válido porque está vivo. Porque lo quiero. Porque su padre de algún modo, en algún instante, lo quiso, si no no lo hubiera engendrado. ¿Cómo puedo sentirme culpable por mis ganas de dar vida?, ¿qué puede reprocharme Luis a mí que le posibilito trascender mientras él se reserva el derecho de aceptarlo mientras insiste en que la decisión no fue suya? En consecuencia tampoco la responsabilidad si las cosas no salen como quisiéramos.
Me siento viva de nuevo. No sabés cómo agradezco haber podido escribirte esta carta.
Te felicito: vas a tener un sobrino.
                                                     Laura

miércoles, 23 de septiembre de 2015

90

15/6/82
Claudia:
Estoy embarazada. ¿Te repusiste de la sorpresa? Yo todavía no.
Aunque me había propuesto esperar más, cuando cumplí los siete días de atraso llevé el correspondiente frasquito a la clínica, rotulado ¨Amelia Sánchez¨. Cuando lo entregué me temblaban las manos, me parecía que todos se daban cuenta de que era mío. Norma dijo que pensaba hacer los Gravindex en una hora, que después me avisaba. Subí a mi laboratorio pero en tal estado de nervios que no quería que nadie me viera. Agarré la cartera y me fui a tomar un café a lo de don José, con tan mala suerte que encontré allí al doctor Giménez que empezó a comentarme los últimos resultados del plan de medicación que yo le había ayudado a diseñar. Lo peor es que cada tanto requería mi opinión y yo no tenía la menor idea de qué me había estado hablando. En cuanto pude zafé y regresé a la clínica. Faltaban quince minutos para el plazo establecido pero no pude aguantar más y bajé a buscar a Norma. La encontré sentada al microscopio. Cuando escuchó mis pasos, levantó la vista.
-Justo estoy mirando la muestra que trajiste- comentó.
Volvió a su trabajo y después de un segundo propuso:
-¿Querés mirar a ver qué te parece?
Asentí con la cabeza y ocupé el lugar que ella dejaba. Me asomé al preparado tratando de recordar lo aprendido durante mi adiestramiento general en la clínica, años atrás. En un instante rescaté de la memoria la imagen del pequeño y transparente puntillado desplazándose por el portaobjetos. Sin despegarme del ocular, galopándome el corazón, arriesgué:
-¿Positivo?
-Parece que te enseñé bien –confirmó Norma- cuando esté ocupada me podés hacer el relevo. ¿Es de una amiga?
Quise que la tierra me tragara. Me levanté y contesté, ya mientras me iba:
-Es de una prima, el primero.
Subí en estado de exaltación total Casi treinta años esperando este momento. Tenía ganas de reírme, ganas de llorar. Pero lo que más deseaba era que el tiempo quedara congelado en ese instante. En el de la revelación de mi fertilidad.
Me escapé por la puerta de atrás, contenta de haber ido ese día con el coche. Necesitaba estar sola. Conmigo, con mi hijo. Subí al auto y cuando me quise acordar ya estaba en Libertador, apretando el acelerador más de la cuenta. Me asusté. Por momentos dudaba de la credibilidad del análisis. Pensaba en confusiones de muestras, en reactivos vencidos. Eso no podía estar pasándome a mí. Recién cuando llegué a Cabildo se me asomó la imagen de Luis. Me congelé de pánico. No quería volver a casa, no quería verlo. Controlé mi impulso de huir y estacioné frente al departamento. El ascensor estaba bajando. Abrí la puerta y me encontré de frente con Luis.
-Voy a la ferretería, ¿me acompañás?
Lo seguí tratando de regularizar mi respiración. Empezó a contarme las alternativas de una entrevista que había tenido ese día para un nuevo trabajo. Descubrí, con sorpresa, que me había olvidado. Estaba eufórico porque, aparentemente, había hecho muy buen papel. Regresamos a casa con el paquetito de tornillos y medio kilo de mandarinas que se le antojaron en el trayecto. Fue a la cocina y desde allí comunicó:
-Laura, hoy cocino yo.
Aprovechando la situación me recosté en la cama. Con taquicardia. No tenía la menor idea de cómo enfrentar la revelación. Mi única necesidad era postergarla. Salí de la ducha para sentarme a la mesa. Comimos comentando la rendición. Imaginate lo que me interesaban en ese momento Galtieri y las Malvinas. Pelando una mandarina Luis reclamó la respuesta a una pregunta que acababa de hacerme. Yo no la había registrado. Ante mi cara de despiste preguntó:
-Laura, ¿dónde andás?, ¿qué te pasa?
Sin tiempo de pensarlo contesté:
-Estoy embarazada.
No creo que pueda olvidar la expresión de su cara. Se puso lívido en un segundo.
-Me imagino que no pensarás tenerlo –dijo.
-Te imaginás mal.
-Es que yo no lo quiero.
-La responsabilidad es tuya.
-Vos me obligaste.
Así seguimos reprochándonos el uno al otro en una escena que se parecía tanto a mis  fantasías adolescentes de la anunciación como un mosquito a un elefante. Me sentí denigrada, estafada en treinta años de esperar ese instante.
Me encerré en el cuarto diciéndole que necesitaba estar sola. Al rato sentí el ruido de la puerta de calle. Lloré todo lo que pude. Me quedé dormida sin desvelarme. Me despertó el sonido de sus pasos. Venía más tranquilo, buscando el diálogo.
No conseguí que reconociera su parte de responsabilidad, que había sido advertido, etc., etc.. Seguía insistiendo en que él no lo había buscado, en que no lo quería, que no estaba preparado, que no estábamos preparados como pareja. Interrumpí su monólogo comunicándole:
-Mirá, Luis, yo lo voy a tener. Vos sos dueño de hacer lo que te parezca, de irte o de echarme.
Se metió en el baño sin contestarme. Luego se acostó a mi lado en silencio y apagó la luz
Me desperté sobresaltada. Ya se había ido. No sé cómo junté fuerzas para levantarme e ir a la clínica. Cuando estaba por terminar el trabajo del día lo vi entrar a mi laboratorio. Me saludó como de costumbre y preguntó si me faltaba mucho. Salimos juntos y fuimos a tomar un café a lo de don José.
-¿Qué vamos a hacer? –preguntó.
-Ya te dije lo que yo pienso hacer, no puedo responder por vos.
-¿No te das cuenta de que lo que hagamos lo tenemos que hacer juntos?, ¿no te das cuenta de que el hijo es de los dos?
Recién en ese instante tomé conciencia de lo que decía. Tenía razón. No era un bien mío. El hijo era de los dos. Él también tenía derecho a decidir sobre su destino.
-Yo no quiero tenerlo –insistió- pero te imaginarás que no puedo abandonarte porque vos decidas que nazca. A él no lo quiero pero a vos sí.
Justo en ese momento apareció el doctor Giménez que está vez sí resultó oportuno. Se sentó a nuestra mesa.
Regresamos a casa, comimos un sandwich y nos acostamos sin volver a hablar del tema.
Cuando me levanté, de nuevo no estaba. Es como los gatos, se mueve sin hacer ruido. Sobre la mesa del comedor encontré la taza del desayuno preparada y una notita: ¨Te quiero mucho. Perdoname¨.
Otra vez vino a buscarme a la clínica. Me invitó a comer afuera. Charlamos intrascendencias. Volvimos a casa y me acosté.
Sentí los pasos y me apuré para hacer lugar en la mesa de luz para las infaltables tazas de café. Pero apareció con una botella de champagne y dos copas.
-¿Conseguiste el trabajo? –pregunté descolocada.
-Sí –respondió- parece que los hijos vienen con un pan debajo del brazo.
Releo lo que escribí y parece una telenovela. Perdoname los detalles. No sé cómo hacer para involucrarte en esto, para sentirte cerca. Todavía no se lo conté a nadie. Te necesito a vos. Cómo podía prever luego de tantos años de fantasear en conjunto, que este momento me iba a pescar lejos de mi hermana. Cada vez te perdono menos la distancia.
Te necesita.
               Laura

lunes, 21 de septiembre de 2015

89

25/5/82
Querida hermana:
Tengo cinco días de atraso. De la única forma que puedo resumirte mi estado es diciéndote que estoy histérica. Mi sensación interna es la misma que cuando tomaba las pastillas para adelgazar. No tengo sosiego. Los días se me hacen eternos. A cada rato me parece que me indispuse, entonces dejo de hacer lo que estoy haciendo y voy corriendo al baño. Y no. Y así, y así. Yo soy siempre un reloj. El primer día de falta lo atribuí a los nervios acumulados en estos días. El segundo, a todas mis ganas que me estaban jugando malas pasadas. Pero ya la situación me alarma. No sé de cuánto es capaz mi cabeza, pero tamaño poder me parece mucho. No sé. Tampoco sé qué quiero. De repente lo tomo por cierto y fantaseo, pero en cuanto me doy cuenta trato de poner los pies en la tierra apresuradamente. Estoy asustada de mí misma, de que lo que fue una suerte de juego-combate se haya precipitado y sea cierto. ¿Cómo explicarte lo que estoy viviendo? En los minutos que median entre mi sospecha de que bueno, de que ahora sí me vino y la confirmación de que no, conviven la angustia y el alivio. Porque, ahora más que nunca, me doy cuenta de que quiero un hijo. Pero no así. Como si se lo hubiera arrebatado a Luis, robado. Me reprocho al infinito mi falta de paciencia. Además no entiendo cómo pudo ser. Y si fue esa única vez, ni siquiera en la mitad del ciclo, que además Luis provocó, es porque estaba escrito que tenía que ser, porque de alguna manera los dos lo deseábamos.
No presto atención a nada, por momentos ni escucho lo que me dicen. Luis me pregunta qué me pasa. Yo me asusto y trato de disimular. Me aterra pensar en decírselo. Creo que no me lo perdonaría. Te aseguro que si salgo de esto recuperaré la cordura y dejaré de jugar juegos peligrosos.
Por otro lado siento que este espacio de duda me lo generé para poder proporcionarme, aunque sea por unos días, la ilusión de estar embarazada. De comprobar que mi cuerpo puede, que soy capaz, mujer al fin. Entonces me acuesto, cierro los ojos y me concentro en las sensaciones que me llegan desde adentro. Trato de aprovechar las pocas horas que le restan a este permiso que me concedí de creerme habitada. ¿Podés entenderme?
Voy a esperar unos días más y después me haré el análisis en la clínica. Macaneando, por supuesto, que es de una amiga, como tantos que en realidad me ocupé de que se hicieran. Quisiera dormirme y despertar cuando ya supiera qué es lo que pasa. Esta espera supera mi capacidad de esperar, bastante escasa en general, por cierto.
En cuanto sepa algo te escribo.
Deseame suerte aunque no sé cuál es la suerte.
Besos.
       Laura

viernes, 18 de septiembre de 2015

88

17/5/82
Claudia querida:
Aquí estoy, tratando de hacerme cargo de las decisiones que he tomado. Como podía preverse reiniciamos nuestras relaciones. La primera vez estuve casi paralizada, pendiente de lo que él iba a hacer. Acabó afuera. No hubo comentarios al respecto. Como si hubiera sido nuestra costumbre. En las subsiguientes se repitió la historia salvo un día, también sin comentarios, en que pareció olvidar la consigna, que, sin embargo, retomó la próxima vez. Estoy muy movilizada con el tema. Comienzo a sentirme muy mal. Tengo miedo de que todo esto se vuelva en mi contra y que empiecen a resquebrajarse otras cosas nuestras. Hay momentos en que casi decido volverme atrás, pero todavía sigo en lucha.
El sábado vinieron mis ¨suegros¨ a cenar para festejar el cumpleaños de Luis. Con velitas y todo. En algo vamos progresando.
Otro aspecto de mi vida: llevé al taller el último cuento que había presentado en lo de Castro. Supuestamente considerado muy bueno. Lo leí. Fue bien aceptado salvo el final. Pese a mis resistencias fue violentamente discutido y calificado (para ser gráfica) de estúpido. Yo no podía decir que el cuento ya había sido analizado y aceptado. Así que sentía que la furia me crecía por dentro. Creo que no me resulta muy fácil admitir las críticas, ¿qué opinás? Apreté los dientes, refrené mi cólera e intenté escuchar lo que se me decía.
A la semana siguiente leí el cuento con el final levemente cambiado pero no en lo sustancial. Arreciaron las críticas. Casi me levanto y me voy. Se leyó un cuento intrascendente pero prolijamente escrito. Todos contentos.
Volví a casa queriendo tirar paredes. Pero de nuevo me senté birome en mano y rehíce el final. Pude cambiarlo. En el fondo no sabía si me estaba traicionando a mí misma con el objetivo de ser aceptada. En la próxima reunión lo presenté y lo que arreciaron fueron los aplausos. Les había dado el gusto. Lo extraño es que igual estaba rabiosa, aunque, mirándolo con objetividad, el cuento de ¨ellos¨ era mejor que el ¨mío¨. Siempre se me plantea el mismo cuestionamiento. Cuando escucho opiniones, lo que escribo, ¿sigue siendo legítimamente mío?
Me pedís (y no es la primera vez) que te deje leer algo. No sé por qué pero todavía no quiero que nadie conocido vea lo que escribo. A lo mejor porque mucho de lo contado no es ajeno a mi historia, a la historia de quienes me rodean, a la historia de los que quiero. Me sentiría en descubierto. Cuando llegue el momento será cuestión de disimular los personajes y de camuflar las situaciones. ¿Podré?
Estoy aterrada por lo de Malvinas. Cada pibe que muere de uno u otro lado me desespera. Lo del General Belgrano fue indescriptible. ¡Qué Argentina esta!  No sabés lo que es escuchar los comunicados por la radio. Se me hiela la sangre. Parece que uno estuviera viendo una película de la Guerra Mundial.
Mamá sigue quejándose de tu falta de noticias. Creo que se está poniendo celosa de que yo sea tu destinataria favorita. ¿Acaso no fui siempre tu hermanita preferida? En el fondo me encanta.
Chau, hermana. Hasta pronto.

                                              Laura

miércoles, 16 de septiembre de 2015

87

12/5/82
ESPERA

Qué pasillo infinito. Extraña cualidad de los pasillos: largos, finitos, infinitos. Hechos para ser corridos no recorridos. Quizá al construirlos especulen con ese poquito de claustrofobia que todos tenemos. ¿Vendrá del túnel materno? Órdenes: ¨Espere al final del pasillo¨. Obedezco, ¿pero dónde acaba? Fuerzo la vista, apuro el paso y aparece el tal final. Un final con banco y todo. ¿Cómo puede haber tantos bancos diferentes? Un abanico que se abre en los de plaza (chicos, novios, jubilados) y se cierra en los de hospital (enfermos, familiares, deudos) ¿Qué hago yo en este banco? Espero, por supuesto. Al final del pasillo. Cuando gané la beca no imagine en qué baile me metía. Yo esperando en un banco de hospital. Debo concentrarme con todas mis fuerzas para no darme cuenta del olor porque si no, vomito. Como cuando visitaba al abuelito. Yo quería ir a verlo pero invariablemente vomitaba. A veces a la salida, a veces en el ascensor. Pobre mamá, qué papelón. El olor a hospital, a sanatorio, a muerto. Porque el abuelo, claro, se murió. Pobre abuelo qué contento se pondría si me viera. Siempre quiso que estudiáramos. Cuánto soñó con que alguno de nosotros fuera médico. La Ciencia era su Dios. Su Dios todopoderoso que no pudo salvarlo. Ciencia versus Cáncer. Pero la ciencia solo triunfa en el Selecciones del Reader´s Digest. En la vida, en esta vida, no. Por lo menos todavía. Cuando me dieron la beca mi primer pensamiento fue para el abuelo. Casi palpé su orgullo: su nieta menor dedicada a la investigación y justamente en cáncer. Aunque no pude ser médica. La facilidad para el vómito transformó mi vocación. Su sueño. Pobre abuelo, demasiado tarde. La beca. Todavía no puedo creerlo. La ciencia, la pura y aséptica ciencia. El impecable laboratorio, los azulejos blancos. Blancos. Blancos como estos. Como estos que me gustan menos. No quiero estar acá. Pero la ciencia obliga. Yo esperando que termine una operación para que el cirujano me dé un tumor de mama que necesito sea un cáncer. Este será mi primer experimento importante. El tumor del quirófano a mis manos, de mis manos a los tubos de ensayo que están esperándolo. Preparar el medio de cultivo, esterilizar el material: más de dos días de trabajo. Necesito que sea un cáncer. Hasta hablaría con el patólogo para convencerlo. Es larga la espera. Como todas. Por definición una espera debe de ser larga. Si no, no es espera, es otra cosa. Las diez, ya. Tendría que llamarlo a Juan. Me extrañó lo que dijo la muchacha. Que Marina vuelva tarde es raro y que haya ido al médico sin avisarme, más. ¿Estará embarazada? No tenía buena cara el otro día pero yo pensé que era por lo de la fábrica. Pobre Juan, en este país, Martínez de Hoz mediante,  ya no se salva nadie. Tengo que llamarlo. Y yo aquí, atada. Esto dura más de lo pensado. ¿Será porque el tumor es muy grande? Cuanto más grande mejor así me alcanza para dos experimentos. Ya tengo todo planeado si pesa un gramo, medio o tres. Es increíble que algo tan chiquito pueda devorar a una persona. Más chiquito que una moneda y comiéndola. Aunque a veces las monedas también comen. Además de alimentar chanchitos con ranura comen a señores gordos como chanchos. Todavía me acuerdo del chancho que nos regaló el abuelo. A Marina y a mí. Durante casi un año le llenamos la panza hasta que no le cupo ni una sola monedita de cinco centavos. Lo rompimos y luego de largas deliberaciones ambas coincidimos que con el botín lo mejor sería comprar un chancho más grande. Evidentemente no hace falta ser viejo para ser conservador. Conseguimos uno tan grande que no nos alcanzó la infancia para llenarlo. ¿Qué habrá sido de ese chancho? Seguro que Marina lo tiene guardado en algún rincón. Esta Marina guarda todo. Es la memoria andante de la familia: los cuadros, las muñecas, los cuadernos. Amo su casa. Me tranquiliza ver a sus hijos durmiendo en nuestras cunas. La foto de Paulita compartiendo el marco con la del abuelo. Como la biblia contra el calefón. Cuando voy de visita salgo renovada. Hay bochinches lindos: los ladridos del perro, los gritos de los chicos llenos de mocos. Da gusto verlos, siempre contentos. Qué raro lo del domingo. No sé, la vi mal a Marina. Preocupada. Pensé en la fábrica pero ahora con lo del médico… Marina en el médico, qué ridículo, si más sana no puede ser. Ojalá que esté embarazada. No tuve oportunidad de preguntarle nada. Los almuerzos con la familia en pleno son un aquelarre. Pero esta Marina es mandada a hacer para ahorrarle a uno preocupaciones. Seguro que el domingo próximo estará radiante como siempre y yo aquí haciéndome mala sangre. Me estoy poniendo nerviosa. Tenerme casi una hora sentada, una verdadera tortura. Necesito hablar con Marina. Se me está acabando la paciencia. ¿Qué le pasará? Este olor empieza a superar mis posibilidades de negación. Se acerca una enfermera. Trae una cajita. Es mi tumor. Y si me lo trae es porque es maligno. Menos mal después de tamaña espera. Sí, soy la licenciada Paredes. Gracias, señorita. Al fin. ¿Cómo dice? Ah, sí, gracias señorita. Ahora el sobre con los datos, otra vez esperar. Este sí que es el cuento de nunca acabar. Un sobre con los datos. Claro, de alguien tenía que ser. Qué tonta, ni lo había pensado. En esta burocracia todo precisa  nombre, edad. Nombre, edad. Qué absurdo, un tumor es un número, qué otro dato. Me siento mal. Si no se apura voy a vomitar.  Y yo no estoy embarazada. No aguanto más. Si no salgo, vomito. Que se guarden los datos, me harté de esperar. Qué pasillo infinito. Si no corro, vomito. No aguanto más. Mamita, voy a vomitar. Marina, voy a vomitar.

lunes, 14 de septiembre de 2015

86

20/4/82
Hermana:
Me da vergüenza contártelo pero empecé otro taller literario. Esta vez el diario fue el responsable. Una tal Marta Cabrera proponía grupos de no más de cinco personas para el análisis de cuentos. Llamé y resulté ser la quinta. Fui. Otra mujer y tres hombres. Todos de aproximadamente mi edad. La dinámica similar a la de mis experiencias anteriores: lectura y análisis de textos. Propuesta de llevar material nuestro. El marco distinto: un departamento de un ambiente lleno de cosas, lleno de libros, lleno de vida. El trabajo frente a un termo de café. Lindo clima.
Marta es una mujer de unos cuarenta años. Nos leyó un cuento suyo (se ve que tiene su ego) que me pareció muy bueno. Según mi costumbre rastreé librerías y compré dos libros suyos. Me gusta su estilo, su fuerza. Esperemos que me sirva. No me quiero precipitar, no voy a llevar nada por el momento. Prefiero empezar escuchando y tanteando el terreno. Basta de emociones violentas.
Luego de mi enfrentamiento con Luis no hemos vuelto a tener relaciones. Motivos varios, excusas mil. Evidentemente la situación no podrá prolongarse mucho más así que veremos cómo actúa. Después que pude tomar la decisión me quedé mucho más aliviada. El problema es de él ahora aunque, desde luego, ¡tengo un poco que ver con el asunto!
Trabajo bastante y con bastante energía.
Por la Argentina, gran movilización. Hubo una manifestación contra el estado de sitio. Reprimieron con todo. Pero lo que no se puede creer es lo de Malvinas. ¡Lo único que nos falta es una guerra!
Me encantó tu carta. Cerré los ojos y te vi contándomela. Te extraño pero tiene algo de encanto esta distancia. Cada vez que me siento a escribirte es como una pausa en el fragor cotidiano. Es el momento del análisis y de las reflexiones sobre lo que me pasa, sobre lo que siento, sobre lo que planeo.
Te quiero.
            Laura


viernes, 11 de septiembre de 2015

85

10/4/82
Querida hermana:
Cuando empiezo a acumular energía en una dirección determinada sé que finalmente termino reventando. Ayer tuve una agarrada grande con Luis. Estábamos comiendo el postre cuando, de pronto y sin estar en mis planes, le pregunté:
-Luis, ¿qué pensás que va a pasar con nosotros en un futuro cercano?
-Nada en particular, estoy muy bien con vos así.
-Pero yo, no.
-¿Otra vez con la misma historia?
Me levanté de la mesa y me fui al dormitorio dando un portazo. No había terminado de tirarme en la cama cuando lo escuché entrar.
-Laura, ¿qué es lo que te pasa?
Como siempre en estas ocasiones me puse a llorar y él, también como siempre, me abrazó. No pude contenerme y, entre sollozos, le conté de mis necesidades, de mi irracional pero imperioso deseo de tener un hijo.
-Terminala con eso –dijo en un tono que le desconocía, apartándose.
-Te aviso que yo no me voy a cuidar más, la responsabilidad corre por tu cuenta  desde ahora –le grité furiosa.
Así quedó el asunto. A la hora ya estábamos charlando como si nada hubiera pasado. Pienso cumplir lo amenazado. Me parece injusto, antinatural, obligarme a mí misma a privarme de lo que necesito. Veremos cómo reacciona.
¿Te enteraste de los de Malvinas? Me temo que acabamos de meternos en un disparate.
Bastante por hoy. Besos muchos.
                                                Laura


miércoles, 9 de septiembre de 2015

84

18/3/82
Querida Claudia:
Veo que el tema del hijo tampoco es ajeno a tu historia. Evidentemente está implícito en el hecho de ser mujer, casi independiente de la posibilidad real de concretarlo. De todos modos, te veo bastante más encaminada que yo, más cercano el objetivo. Por lo que me contás, lo que talla en tu caso, son los inconvenientes externos no la falta de deseo de su parte. Y no es poca cosa. Al menos eso legitimiza tus ganas aunque deban postergarse por tiempo indeterminado.
Leí en el diario que se inician los talleres de Castro. No puedo ir. Con qué cara lo miraría si no escribo un cuento desde agosto. Capítulo cerrado.
Como siempre las vacaciones me energizan y reemprendo el trabajo con más ganas. Veremos cuánto me dura la polenta.
Ayer fuimos a cenar a casa de los padres de Luis. La madre es muy cariñosa conmigo. Parece que buscara a alguien con quien poder comunicarse. Ni el marido ni el hijo demuestran ser interlocutores válidos. Creo que a Luis no le causan mucha gracia sus intentos de acercamiento. Es difícil de llevar este muchacho. A veces me admiro de mi paciencia pero luego reconozco que tiene innumerables recursos para hacerse acreedor de mi amor. Adriana perdió el embarazo. Sin causa todavía determinada. La noté bastante deprimida en su carta y no es para menos, tanto más cuando ocurre a distancia de sus puntos afectivos de referencia. No sé cómo soportaría yo una situación semejante. Creo que no podría, pero evidentemente uno siempre puede más de lo que supone poder.
Tengo ganas de charlar con vos, café de por medio. ¿Tan mal te tratamos que no necesitás venir por estos pagos? Meditá al respecto.
Te quiere mucho

                        Laura

lunes, 7 de septiembre de 2015

83

8/3/82
PARA LUIS, HOY QUE ESTAMOS EN PAZ

Por el silencio,
amor,
sin gritos, sin bocinas,
con palabras, con pájaros.

Por el tiempo,
por atreverse a perderlo
en montones de siestas,
en soñar sin horario.

Por el espacio,
por un abstracto espacio
sin cuadras y sin números,
con los pasos descalzos.

Por el silencio,
amor,
por el tiempo y el espacio,
o al menos
por las ganas
de jugar
juntos
a inventarlos.

viernes, 4 de septiembre de 2015

82

12/2/82
Hermanita:
Aquí estoy escribiéndote a la sombra de un árbol. Por suerte pudimos alquilar la misma quinta, tan llena de lindos recuerdos.
La rutina es similar a la del año pasado. Luis sale a la mañana y regresa a la tardecita. El auto anda bastante mal así que cada vez que se demora me lo imagino parado en medio de la ruta.
Estoy con buenas posibilidades de disfrutar de este descanso. Desde que llegamos ya leí tres libros. Dos de Onetti, por supuesto, porque soy muy obediente. ¨La vida breve¨ (me lo regaló Luis para mi cumpleaños) me dejó muy impactada. Algo de razón debía de tener Castro.
Estuve revisando todo lo que tengo escrito. Quedé bastante sorprendida. Me impresionó el material correspondiente al 79, cuando iba al taller de Raúl Correa. Casi me asfixió leerlo. No me había dado cuenta hasta el momento de lo apretado de la escritura. De la economía de palabras, de la ausencia de nexos. Supongo que tenía todo a tanta presión adentro que cuanto pusiera que no fuera estrictamente necesario era considerado pecaminoso. Hubo cosas que a mí misma me costó entenderlas. Evidentemente no escribía para otro: escribía para sobrevivir. Me encontré, además, con mis pasadas angustias, tanto más pesadas que las actuales que igual me parecen pesadísimas. Me hizo bien el nivel de referencia. Revaloricé mi presente. Al mismo tiempo sentí que ya no puedo escribir nada. Tal vez no lo necesite.
Hay ciertas diferencias con el estado anímico de las vacaciones pasadas. Me tiro al sol, tejo, cocino y armo rompecabezas como antes. Pero la sensación es que el otro año mi cabeza también estaba relajada. Ahora no puedo dejar de estar atenta, expectante.
Sigo atacada con el tema hijo. Hace unos días intenté nuevamente sacar la conversación. Le pregunté a Luis si nunca fantaseaba con tener un hijo. Obtuve un rotundo no. Insistí mencionando un futuro lejano, en el cual yo no estuviera necesariamente involucrada. La respuesta de nuevo fue no. ¨¿Por qué?¨. ¨Porque no, porque no lo necesito¨. Lo grave es que yo sí lo necesito y soy consciente de lo lejano que está. Tal vez nunca, Luis por medio.
Sigo con el rito de la merienda. Gracias a eso me he transformado en una experta repostera y también gracias a eso hemos aumentado unos cuantos kilos cada uno. Al mediodía estoy tratando de no almorzar. Camino mucho y ando bastante en bicicleta, único medio de transporte para hacer las compras porque Luis se lleva el auto.
En líneas generales estoy contenta, pero parece que el ser humano es insaciable: más tenemos, más queremos. Qué no hubiera dado durante el tiempo que Luis se fue de casa para vivir un ratito de estos.  Pero como ahora está, mis aspiraciones, mis necesidades son otras. Crecen.
Un beso de los grandotes.

                                 Laura

miércoles, 2 de septiembre de 2015

81

1982
                                                                                                     
15/1/82
Claudia querida:
Otra vez frente a las vacaciones y Luis sin vacaciones. No sé cómo se las arregla pero cuando llega el momento del presunto veraneo siempre aparece algo que las imposibilita. Esta vez es la dirección de una obra, que debe terminar antes de marzo. Me muero de ganas de ir a alguna playa pero creo que la única posibilidad será alquilar otra vez una quinta. En realidad la idea me seduce bastante, lo que no me seduce es que Luis no pueda quedarse todo el tiempo, que no pueda parar de correr. Por otro lado, si lo hace es porque lo necesita. Interiormente me refiero, porque por el dinero no es. Uno de los objetivos que presenta como justificativo es cambiar el auto. Pero yo no lo creo, no lo creo que sea solo por el auto.
Te cuento de las fiestas. Luis, por fin, decidió irse a Rosario con intenciones de pasar Navidad y Año Nuevo. El 23, cuando nos despedimos, yo estaba bastante angustiada. A pesar de que no podía reprocharle nada porque él me había invitado, la situación de que pasáramos las fiestas separados me parecía representativa de nuestra imposibilidad de comprometernos. Se fue sin fecha de retorno y yo me quedé bajoneada, bajoneada.
Para Nochebuena nos reunimos en lo del tío Pedro. Por suerte, entre hijos y nietos, éramos más de veinte con lo que las 12 se hicieron más llevaderas. El 25 almorcé con papá. Cuando regresé de su casa e intenté poner la llave en la cerradura la encontré ocupada. Mi primera reacción fue de susto. Imaginate mi sorpresa cuando vi que aparecía un papelito por debajo de la puerta. Lo recogí sin tiempo para pensar en nada. Decía solamente ¨Feliz Navidad¨. En un segundo la puerta estaba abierta y Luis abrazándome. Fue uno de esos momentitos que deberían durar eternamente.
El 31 lo pasamos juntos en casa de papá. Creo que fue la segunda o tercera vez en que se encontraron. Una linda noche. Ofelia estuvo cordial, como siempre. Parecía una cena familiar y todo.
Espero escribir la próxima desde la quinta.
Besos modelo 82.
                        Laura