14/12/81
ZAPATOS
Le parecía que nunca había visto tanta
lluvia. Ni allá, en medio del campo cuando, de chiquitos, se amontonaban para
darse ánimos mientras sonaban los truenos. Aunque allí nunca estuvo tan mojada.
Era casi lindo hundir los pies descalzos en los charcos y el barro. Ahora los
zapatos. Miraba con horror los zapatos recién estrenados. Mojados.
Irremediablemente mojados. Hubiera caminado con las manos para evitarlo pero
sin paraguas pies y manos daban lo mismo. Cómo le hubiese gustado tener un
paraguas. Negro, como el de don Pedro. Negro y grandote. Le apretaban los
zapatos mojados. Le dolían los pies. Se acordó del tren y le dolió también la
espalda. Recordó las instrucciones. Parecía tarde. Juntó coraje y abandonó el
techito. Según sus cálculos faltaban seis cuadras todavía. La mujer de la
agencia le había sugerido un colectivo pero prefería las cuadras y la lluvia.
Qué manera de llover. Se vio en el espejo de una vidriera y quedó dura de
espanto. Sabía de los zapatos pero no se imaginó cómo tenía el pelo. Qué diría
la señora cuando la viera. Se refugió de nuevo bajo un toldo sin saber qué
hacer. Por un momento pensó en sacarse los zapatos y guardarlos en el bolso. Se
acordó de la toalla. Se tranquilizó: después se secaría la cabeza. Era tarde,
ya estaba casi oscuro. Le dio miedo. Se fijó en el número de las chapas
(¡bendito tercer grado!) como le explicó la mujer de la agencia y luego en el
del papelito. Lo guardó enseguida en el bolsillo para que no se mojara. Cruzó.
Se encontró con la plaza, entonces era en la otra cuadra. Se detuvo para
recuperar la respiración: estaba muy agitada. Volvió a mirar los números de las
chapas, uno por uno ahora, hasta encontrar el que buscaba. Esa era la casa.
Qué linda casa. Iba a tocar el timbre cuando recordó el pelo. Se apartó de la
puerta, se refugió en un zaguán vecino y sacó la toalla. La pasó por los
zapatos y después se secó la cabeza como pudo. Buscó el peine en el bolsillo.
Se peinó. Ya se sentía un poco mejor. Estaba amainando la tormenta. Se desplazó
bien pegada a la pared. Notó que la pollera le chorreaba. La estrujó y tocó el
timbre.
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