viernes, 28 de agosto de 2015

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14/12/81
ZAPATOS
Le parecía que nunca había visto tanta lluvia. Ni allá, en medio del campo cuando, de chiquitos, se amontonaban para darse ánimos mientras sonaban los truenos. Aunque allí nunca estuvo tan mojada. Era casi lindo hundir los pies descalzos en los charcos y el barro. Ahora los zapatos. Miraba con horror los zapatos recién estrenados. Mojados. Irremediablemente mojados. Hubiera caminado con las manos para evitarlo pero sin paraguas pies y manos daban lo mismo. Cómo le hubiese gustado tener un paraguas. Negro, como el de don Pedro. Negro y grandote. Le apretaban los zapatos mojados. Le dolían los pies. Se acordó del tren y le dolió también la espalda. Recordó las instrucciones. Parecía tarde. Juntó coraje y abandonó el techito. Según sus cálculos faltaban seis cuadras todavía. La mujer de la agencia le había sugerido un colectivo pero prefería las cuadras y la lluvia. Qué manera de llover. Se vio en el espejo de una vidriera y quedó dura de espanto. Sabía de los zapatos pero no se imaginó cómo tenía el pelo. Qué diría la señora cuando la viera. Se refugió de nuevo bajo un toldo sin saber qué hacer. Por un momento pensó en sacarse los zapatos y guardarlos en el bolso. Se acordó de la toalla. Se tranquilizó: después se secaría la cabeza. Era tarde, ya estaba casi oscuro. Le dio miedo. Se fijó en el número de las chapas (¡bendito tercer grado!) como le explicó la mujer de la agencia y luego en el del papelito. Lo guardó enseguida en el bolsillo para que no se mojara. Cruzó. Se encontró con la plaza, entonces era en la otra cuadra. Se detuvo para recuperar la respiración: estaba muy agitada. Volvió a mirar los números de las chapas, uno por uno ahora, hasta encontrar el que buscaba. Esa era la casa. Qué linda casa. Iba a tocar el timbre cuando recordó el pelo. Se apartó de la puerta, se refugió en un zaguán vecino y sacó la toalla. La pasó por los zapatos y después se secó la cabeza como pudo. Buscó el peine en el bolsillo. Se peinó. Ya se sentía un poco mejor. Estaba amainando la tormenta. Se desplazó bien pegada a la pared. Notó que la pollera le chorreaba. La estrujó y tocó el timbre.

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