lunes, 10 de agosto de 2015

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20/9/81
Querida Claudia:
Otra vez respiro. Luis volvió. Cuando llegaba del correo, de despachar mi anterior carta, lo encontré en casa. En su casa. Estaba en la cocina.
-Vine a buscar los impuestos- se justificó.
Fui al dormitorio a dejar la cartera pero sobre todo a recomponerme del impacto, a intentar reordenar mi cabeza. Escuché desde la cocina su infaltable:
-¿Querés un café?
Cuando entré al living el café ya estaba sobre la mesa. Las dos tazas. Juntas. Se me hizo un nudo en la garganta. Busque la azucarera.
-Ya tiene, una y media- dijo, anticipándose a mi gesto.
Me doy cuenta mientras te estoy escribiendo de que me esfuerzo por recordar las palabras exactas que nos dijimos. Es como si al contarte lo que pasó recuperara la posibilidad de vivirlo nuevamente. De entenderlo mejor, de analizarlo. Perdoname, entonces, los detalles. En realidad, parece que se escribiera para uno mismo, no para los demás. Perdoname, entonces, el egoísmo.
Terminamos el café en silencio. La situación era tan tensa que lo único deseable era que se acabara pronto. A pesar de que eso implicaba dejar de verlo. Me propuse no decir ni una palabra. Además, si hablaba me iba a poner a llorar. Y, aunque fuera por esta vez, no quería.
-¿Pensaste? –preguntó súbitamente.
-¿Qué es lo que tengo que pensar, Luis?, si apenas logro respirar.
-Yo sí pensé.
-¿Qué? –alcancé a murmurar, muerta de miedo, obligándome, sin embargo, a mirarlo a los ojos.
-Te necesito.
-¿Para qué?
-Para vivir.
Se levantó me abrazó, me besó y todo terminó de la única forma posible cuando las emociones superan las palabras.
Aunque no puedas creerme ninguno de los dos consiguió hablar de todo lo que pasó en estos días, de todo lo que nos pasó. Es una barrera que no logramos franquear. Todas mis intenciones de no reanudar la relación a menos que hubiera cambios sustanciales, que hubiera proyectos, quedaron sepultadas. Lo único que me importa es saber que está. Cuando me levanto, cuando me acuesto. Estoy recuperando la calma, pero no todavía la alegría. Fue honda la herida. Angustiante la confirmación de que ningún ser humano hace más que rozar nuestra historia. Pueden compartir y hasta intersectar el último anillo de los aros concéntricos que nos rodean. Pero nada más. Como si fuera el sistema solar. El calor del centro es tan grande que la única forma de subsistir es mantener la distancia. Salvo esos momentos únicos en la vida en que nos acercamos tanto que nos fundimos. Y no me refiero a la cama. Al menos no solo a eso.
Comprendo ahora, e intuyo que también él lo entendió, que la única manera de prolongar una relación, de perpetuarla, es atenuarla. Aunque suene horrible, mezquino. No se puede vivir en estado de exaltación continua. Es antieconómico tanto derroche de energía. Porque hay que trabajar, hay que hacer las compras, hay que pagar la luz. Es una simple ecuación de ahorro energético. Para poder vivir juntos, para poder convivir, hay que mantener una mínima cantidad de anillos intactos. Creo que esa es la diferencia entre una pareja y dos amantes. Puedo entenderlo pero me duele hasta el centro tener que admitirlo, que resignarme.
Y así estamos. Casi como si nada hubiera pasado. Vamos al cine, al supermercado y seguimos acostándonos juntos. En armonía. Tal vez ahora logremos constituirnos establemente. Me alegra y me duele. Me acuerdo de la canción de Pablo Milanés ¨El tiempo pasa¨. Siento que recién ahora la comparto.
Chau, hermana. Basta de filosofía de entrecasa.
Besos.

      Laura

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