8/9/81
Querida
hermana:
Recién
hoy junté fuerzas para escribirte. En estos últimos días tuve que invertir
todas las que tenía exclusivamente en sobrevivir.
Después
de la noche clave estuve cuatro días sin ver a Luis. A veces, al volver de la
clínica, me daba cuenta de que había estado, de que se había llevado ropa. No
sabés lo que fueron esos días para mí. Vivir sola en esa casa que yo sentía,
que yo sabía, que no era mía. Me preguntaba cuántos días iba a ser capaz de
soportar la situación. Quería irme de allí, a cualquier otro lado. Al día
quinto, que justamente era sábado, mis fuerzas se acabaron. A pesar de que me
decía a mí misma que no, que trataba de convencerme, tomé el colectivo y fui
hasta mi departamento, en realidad tu departamento, ahora su departamento.
Cuando llegué intenté de nuevo convencerme de que no debía tocar el timbre,
pero no pude. Toqué y abrió.
-Sabía
que vendrías –me dijo- pasá.
Entré
y, para gran sorpresa de mi parte, pude ver que estaba totalmente organizado.
Cuando me instalé en su casa, tu departamento quedó como depósito. Llevábamos
todo lo que no servía, lo que no cabía. Pero me encontré con un lugar ordenado,
con una cama hecha y con libros de él que yo no había notado que se había
llevado. Percibí que la cosa iba en serio. Hubiera pagado oro por no haber ido.
-¿Querés
un café?- me ofreció.
Qué
situación inverosímil. Yo esperando que él preparara café en mi casa. Apareció
con dos tazas que yo no conocía y un plato con galletitas. Lo que Luis nunca
pierde, ni aun en las peores circunstancias, es su capacidad de dar. De dar
atención, afecto. Demasiado para mí. Me apoyé en la mesa y me puse a llorar.
Sentí sus manos en mis hombros, sentí que me levantaba y me encontré llorando
abrazada contra él. Se me deshicieron los huesos, por un momento pensé que me
iba a desmayar. Se apartó lo suficiente como para que pudiéramos mirarnos.
-Laura,
entendeme –dijo-, necesito estar solo, un tiempo, no sé cuánto tiempo; necesito
darme cuenta de lo que quiero hacer. Perdoname si te hago daño, pero es lo
mejor para los dos. Respeta, por favor, mi decisión.
Me
aparté de sus brazos, agarré la cartera y me fui sin tomar el café. Luis no me
detuvo.
Caminé
hasta que logré dejar de llorar y tomé un taxi.
Ya
pasó una semana desde ese reencuentro. No hemos vuelto a vernos. No sé cuánto
tiempo más aguantaré sin llamarlo, sin ir a buscarlo. Sé que no lo tengo que
hacer pero cada día dura un siglo.
Trato
de continuar con mis actividades habituales para no volverme más loca. Fui al
taller pero no quise llevar un cuento que había escrito. No estoy como para
soportar correcciones ni críticas. Por primera vez me sumé al café que un
grupito, Castro incluido, siempre toma a la salida. Fue una charla interesante.
Me hizo bien y logré olvidarme de Luis por un buen rato.
Hablo
lo menos posible con la familia y los amigos para no tener que contarles lo que
está pasando. Hago como el avestruz. Recién caigo en la cuenta de que vos sos
la única que lo sabe. Y cómo necesito que lo sepas.
Veremos
cómo sigue. Luis tiene que reaparecer en algún momento. Esta es su casa.
Llegaron boletas para pagar, pero no pienso tocar nada. Tiene que aparecer.
Deseame
suerte.
Laura
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