viernes, 7 de agosto de 2015

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8/9/81
Querida hermana:
Recién hoy junté fuerzas para escribirte. En estos últimos días tuve que invertir todas las que tenía exclusivamente en sobrevivir.
Después de la noche clave estuve cuatro días sin ver a Luis. A veces, al volver de la clínica, me daba cuenta de que había estado, de que se había llevado ropa. No sabés lo que fueron esos días para mí. Vivir sola en esa casa que yo sentía, que yo sabía, que no era mía. Me preguntaba cuántos días iba a ser capaz de soportar la situación. Quería irme de allí, a cualquier otro lado. Al día quinto, que justamente era sábado, mis fuerzas se acabaron. A pesar de que me decía a mí misma que no, que trataba de convencerme, tomé el colectivo y fui hasta mi departamento, en realidad tu departamento, ahora su departamento. Cuando llegué intenté de nuevo convencerme de que no debía tocar el timbre, pero no pude. Toqué y abrió.
-Sabía que vendrías –me dijo- pasá.
Entré y, para gran sorpresa de mi parte, pude ver que estaba totalmente organizado. Cuando me instalé en su casa, tu departamento quedó como depósito. Llevábamos todo lo que no servía, lo que no cabía. Pero me encontré con un lugar ordenado, con una cama hecha y con libros de él que yo no había notado que se había llevado. Percibí que la cosa iba en serio. Hubiera pagado oro por no haber ido.
-¿Querés un café?- me ofreció.
Qué situación inverosímil. Yo esperando que él preparara café en mi casa. Apareció con dos tazas que yo no conocía y un plato con galletitas. Lo que Luis nunca pierde, ni aun en las peores circunstancias, es su capacidad de dar. De dar atención, afecto. Demasiado para mí. Me apoyé en la mesa y me puse a llorar. Sentí sus manos en mis hombros, sentí que me levantaba y me encontré llorando abrazada contra él. Se me deshicieron los huesos, por un momento pensé que me iba a desmayar. Se apartó lo suficiente como para que pudiéramos mirarnos.
-Laura, entendeme –dijo-, necesito estar solo, un tiempo, no sé cuánto tiempo; necesito darme cuenta de lo que quiero hacer. Perdoname si te hago daño, pero es lo mejor para los dos. Respeta, por favor, mi decisión.
Me aparté de sus brazos, agarré la cartera y me fui sin tomar el café. Luis no me detuvo.
Caminé hasta que logré dejar de llorar y tomé un taxi.
Ya pasó una semana desde ese reencuentro. No hemos vuelto a vernos. No sé cuánto tiempo más aguantaré sin llamarlo, sin ir a buscarlo. Sé que no lo tengo que hacer pero cada día dura un siglo.
Trato de continuar con mis actividades habituales para no volverme más loca. Fui al taller pero no quise llevar un cuento que había escrito. No estoy como para soportar correcciones ni críticas. Por primera vez me sumé al café que un grupito, Castro incluido, siempre toma a la salida. Fue una charla interesante. Me hizo bien y logré olvidarme de Luis por un buen rato.
Hablo lo menos posible con la familia y los amigos para no tener que contarles lo que está pasando. Hago como el avestruz. Recién caigo en la cuenta de que vos sos la única que lo sabe. Y cómo necesito que lo sepas.
Veremos cómo sigue. Luis tiene que reaparecer en algún momento. Esta es su casa. Llegaron boletas para pagar, pero no pienso tocar nada. Tiene que aparecer.
Deseame suerte.
                     Laura

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