miércoles, 5 de agosto de 2015

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25/8/81
Claudia querida:
Estoy desesperada. Luis acaba de irse. Regresé de la clínica a la hora de costumbre y preparé la cena. A las nueve metí la carne en el horno evaluando que no tardaría mucho en llegar. Puse la mesa con esmero, como de costumbre, y busqué un libro para abreviar la espera. A las diez menos cuarto apagué el horno y seguí leyendo. A las once y media mi humor no era de los mejores. Decidí comer sola como manifestación de mi estado de ánimo. Creo que fue la primera vez desde que estamos juntos. Cuando terminé opté por bañarme para ver si el agua caliente serenaba mi ánimo. Me acosté con el libro en la mano. El tiempo seguía corriendo. Ya no podía ni leer. La rabia empezó a transformarse en preocupación y luego en miedo. Cuando estaba evaluando llamar a la policía sentí el  ruido de la llave en la cerradura. Miré el reloj: las dos de la mañana. El corazón me dio un vuelco. Retomé el libro aguardando su llegada. Se paró en el vano de la puerta.
-¿Qué hacés despierta?
-¿Cómo qué hago?, ¡te esperaba!, no sabía si estabas vivo o muerto, ¿por dónde andabas?
-Tuve una cena en el estudio.
-¿Por qué no me avisaste por teléfono?
Me miro fijo antes de contestar:
-No tuve ganas.
Creí que me moría. Todavía estoy muriéndome. Me levanté de un salto y, sin poder contenerme, le di una cachetada. La última vez que le había pegado a alguien fue a vos, hace como quince años. Y otra. Y otra. Luis ni se movía. Cuando logré serenarme, preguntó:
-¿Terminaste?
Hubiera empezado a pegarle de nuevo. ¿Con qué sentido? Estaba tan furiosa que no podía ni llorar.
Dijo con voz firme:
-Escuchame bien, Laura, soy dueño de mi vida. No tenía ganas de volver y no volví. Precisaba pensar. Todo esto me está ahogando, estoy asfixiado.
Tengo grabadas cada una de sus palabras.
-¿Me estás echando?
-No, te estoy contando lo que me pasa.
-Porque yo no me voy, si querés andate vos.
-Está bien, ¿me puedo ir a tu departamento?
Atónita asentí con la cabeza. Buscó ropa interior, una camisa y las metió en una bolsa. Fue para el living. De pronto escuché que los pasos se acercaban. Se paró de nuevo en el vano de la puerta, con la bolsa en la mano.
-¿Querés que te traiga un té?
Y aunque no lo creas no me estaba cargando. Por fin se me aflojó el nudo de la garganta. Alcancé a decirle gracias, que no, me sumergí en la almohada y me largué a llorar. A los gritos cuando escuché que se cerraba la puerta. Todavía estoy llorando mientras te escribo. A lo mejor es una pesadilla y mañana me despierto sintiendo su olor a mi lado. No sé, Claudia, estoy desesperada. Hace rato que tenía malos presentimientos. Pero quedaron superadas todas mis expectativas.
Voy a intentar dormir para ver si todo esto se acaba.
Besos.

      Laura

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