25/8/81
Claudia
querida:
Estoy
desesperada. Luis acaba de irse. Regresé de la clínica a la hora de costumbre y
preparé la cena. A las nueve metí la carne en el horno evaluando que no
tardaría mucho en llegar. Puse la mesa con esmero, como de costumbre, y busqué
un libro para abreviar la espera. A las diez menos cuarto apagué el horno y
seguí leyendo. A las once y media mi humor no era de los mejores. Decidí comer
sola como manifestación de mi estado de ánimo. Creo que fue la primera vez
desde que estamos juntos. Cuando terminé opté por bañarme para ver si el agua
caliente serenaba mi ánimo. Me acosté con el libro en la mano. El tiempo seguía
corriendo. Ya no podía ni leer. La rabia empezó a transformarse en preocupación
y luego en miedo. Cuando estaba evaluando llamar a la policía sentí el ruido de la llave en la cerradura. Miré el
reloj: las dos de la mañana. El corazón me dio un vuelco. Retomé el libro aguardando
su llegada. Se paró en el vano de la puerta.
-¿Qué
hacés despierta?
-¿Cómo
qué hago?, ¡te esperaba!, no sabía si estabas vivo o muerto, ¿por dónde
andabas?
-Tuve
una cena en el estudio.
-¿Por
qué no me avisaste por teléfono?
Me
miro fijo antes de contestar:
-No
tuve ganas.
Creí
que me moría. Todavía estoy muriéndome. Me levanté de un salto y, sin poder
contenerme, le di una cachetada. La última vez que le había pegado a alguien
fue a vos, hace como quince años. Y otra. Y otra. Luis ni se movía. Cuando
logré serenarme, preguntó:
-¿Terminaste?
Hubiera
empezado a pegarle de nuevo. ¿Con qué sentido? Estaba tan furiosa que no podía
ni llorar.
Dijo
con voz firme:
-Escuchame
bien, Laura, soy dueño de mi vida. No tenía ganas de volver y no volví.
Precisaba pensar. Todo esto me está ahogando, estoy asfixiado.
Tengo
grabadas cada una de sus palabras.
-¿Me
estás echando?
-No,
te estoy contando lo que me pasa.
-Porque
yo no me voy, si querés andate vos.
-Está
bien, ¿me puedo ir a tu departamento?
Atónita
asentí con la cabeza. Buscó ropa interior, una camisa y las metió en una bolsa.
Fue para el living. De pronto escuché que los pasos se acercaban. Se paró de
nuevo en el vano de la puerta, con la bolsa en la mano.
-¿Querés
que te traiga un té?
Y
aunque no lo creas no me estaba cargando. Por fin se me aflojó el nudo de la
garganta. Alcancé a decirle gracias, que no, me sumergí en la almohada y me
largué a llorar. A los gritos cuando escuché que se cerraba la puerta. Todavía
estoy llorando mientras te escribo. A lo mejor es una pesadilla y mañana me
despierto sintiendo su olor a mi lado. No sé, Claudia, estoy desesperada. Hace
rato que tenía malos presentimientos. Pero quedaron superadas todas mis
expectativas.
Voy
a intentar dormir para ver si todo esto se acaba.
Besos.
Laura
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