lunes, 31 de agosto de 2015

80

22/12/81
Querida hermana:
Ayer fue la última reunión del año del taller literario. A la salida fuimos todos a cenar. Estuve charlando mucho con Castro. En realidad fue él quien estuvo charlando conmigo. Me comentó que fuera pensando en publicar. Que cuando uno escribe siempre tiene que tener en mira ese objetivo. Me sugirió que aprovechara el verano, las vacaciones, para rever todo el material acumulado, para corregirlo exhaustivamente. Que me tomara las cosas con calma pero con firmeza. Otra sugerencia: leer a Onetti. Según él ¨incentiva¨. Un ofrecimiento: un encuentro en marzo para analizar juntos lo reunido. Segundo ofrecimiento: su teléfono personal por si antes de marzo considero necesario verlo. Tercero: conectarme con una editorial.
Yo estaba paralizada. La historia se repite. El mandato de publicar justo en el momento en que soy absolutamente incapaz de escribir una línea. La sensación constante de que hay un error, de que se equivocaron con la elección del interlocutor. La certeza de mi capacidad de engañar, de generar expectativas pero de no poder satisfacerlas. ¿Cuántas novelas se creerá este hombre que tengo guardadas en el desván? Mi único deseo era que la conversación terminara lo antes posible y desaparecer.
Se acercan las fiestas, hermana, y este año no estaremos juntas. Se acercan las fiestas y se agolpan los conflictos de siempre. Al si mamá o papá se suma el Luis-o-no. Todavía no decidimos qué hacer. Él quiere irse a Rosario como todos los años. Me propuso acompañarlo y el solo hecho de su ofrecimiento me salvó diciembre. Me muero por ir  pero no me autorizo a dejarla sola a mamá. En consecuencia, estoy tan rabiosa con ella que hace más de tres días que ni la llamo por teléfono. Me voy a quedar: pesa más mi pasado que mi futuro. Hiciste bien en irte, es la única forma de que los demás se arreglen sin nuestra presencia. Aunque sé que tampoco me hubiera permitido irme.
Recibí carta de Adriana. Está embarazada. No lo buscaron pero están contentísimos. Te comento que la noticia no me resbaló. Es más: la tengo tan pegada que no puedo deshacerme de ella. Y crece en mí una sensación confundible con la envidia que confirma mi necesidad de sentirme ocupada. Hace días que me acompaña la percepción de un espacio vacío dentro de mí. No sé cómo explicártelo. Cuando le comenté la noticia a Luis su primera reacción fue decir que estaban locos. Yo monté en cólera. ¨¿Un hombre y una mujer que se quieren y deciden tener un hijo están locos?¨, casi le grité. Luis se refirió a la situación de estar en otro país, sin trabajo estable, sin saber qué van a hacer cuando tengan que regresar. Menos mal que no dijo ¨sin estar casados¨ porque lo mataba. Me puse furiosa. Obviamente no por Adriana sino por mí, por nosotros. Siento la necesidad biológica de tener un hijo. Con Luis, por supuesto, no puedo hablar del tema. Me doy cuenta de lo irracional de mi necesidad pero existe y cada vez me está invadiendo más. Si yo supiera que estabilizar mi relación con Luis es una cuestión de tiempo quizá tuviera paciencia, pero nuestras cosas no se desarrollan linealmente, son imprevisibles.
Otro tema: vacaciones. Fiestas, vacaciones, todos ítems que ponen a prueba la consistencia de nuestra pareja. Lo que para la mayor parte de la gente está implícito en el título de la asociación, para nosotros debe ser replanteado en cada caso. Hoy no estoy de muy buen ánimo, supongo que te darás cuenta. Es más: si lo tuviera a Luis delante encontraría un buen motivo, lejano al real, por supuesto, para discutir.
¿Te enteraste del nuevo presidente? Es destacable la posibilidad de superación que tienen estos militares. Porque creo que Galtieri es aún peor que Viola. En fin. Sin palabras.
Buenas fiestas para vos y para John, hermana. Y ojo que en diciembre del 82 quiero verte por acá. Definitivamente. Mirá que se me está acabando la paciencia. También con vos.
Muchísimos besos para hoy, para el 24 y para el 31.
Te quiere tu hermana

                             Laura

viernes, 28 de agosto de 2015

80

14/12/81
ZAPATOS
Le parecía que nunca había visto tanta lluvia. Ni allá, en medio del campo cuando, de chiquitos, se amontonaban para darse ánimos mientras sonaban los truenos. Aunque allí nunca estuvo tan mojada. Era casi lindo hundir los pies descalzos en los charcos y el barro. Ahora los zapatos. Miraba con horror los zapatos recién estrenados. Mojados. Irremediablemente mojados. Hubiera caminado con las manos para evitarlo pero sin paraguas pies y manos daban lo mismo. Cómo le hubiese gustado tener un paraguas. Negro, como el de don Pedro. Negro y grandote. Le apretaban los zapatos mojados. Le dolían los pies. Se acordó del tren y le dolió también la espalda. Recordó las instrucciones. Parecía tarde. Juntó coraje y abandonó el techito. Según sus cálculos faltaban seis cuadras todavía. La mujer de la agencia le había sugerido un colectivo pero prefería las cuadras y la lluvia. Qué manera de llover. Se vio en el espejo de una vidriera y quedó dura de espanto. Sabía de los zapatos pero no se imaginó cómo tenía el pelo. Qué diría la señora cuando la viera. Se refugió de nuevo bajo un toldo sin saber qué hacer. Por un momento pensó en sacarse los zapatos y guardarlos en el bolso. Se acordó de la toalla. Se tranquilizó: después se secaría la cabeza. Era tarde, ya estaba casi oscuro. Le dio miedo. Se fijó en el número de las chapas (¡bendito tercer grado!) como le explicó la mujer de la agencia y luego en el del papelito. Lo guardó enseguida en el bolsillo para que no se mojara. Cruzó. Se encontró con la plaza, entonces era en la otra cuadra. Se detuvo para recuperar la respiración: estaba muy agitada. Volvió a mirar los números de las chapas, uno por uno ahora, hasta encontrar el que buscaba. Esa era la casa. Qué linda casa. Iba a tocar el timbre cuando recordó el pelo. Se apartó de la puerta, se refugió en un zaguán vecino y sacó la toalla. La pasó por los zapatos y después se secó la cabeza como pudo. Buscó el peine en el bolsillo. Se peinó. Ya se sentía un poco mejor. Estaba amainando la tormenta. Se desplazó bien pegada a la pared. Notó que la pollera le chorreaba. La estrujó y tocó el timbre.

miércoles, 26 de agosto de 2015

79

23/11/81
Claudia:
Linda carta la tuya, lindo ánimo de mi hermana. Me ayuda, me reconfirma en mi ruta.
Se produjo la cena. Las cosas suelen ser menos difíciles de lo que tememos. Sobre todo cuando el creerlas difíciles es conflicto nuestro. Como si hubiera sido una reiterada costumbre. Vinieron, comieron y se fueron y nada extraño sucedió. Luis estaba nerviosísimo. Era el único que parecía fuera de libreto. Pero lo atrajimos hacia nuestra distensionada forma de estar. Te diría que fue una cena agradable. Los viejos estaban de los más contentos.
Cuando se fueron me animé a preguntarle a Luis por qué nunca los había invitado. No pudo contestarme.
Mientras lavábamos los platos empezó, por primera vez desde que lo conozco, a contarme cosas de su infancia, de su eterna imposibilidad de comunicarse con los padres, de cuánto lamentó no tener hermanos. Yo no quería ni respirar para no cortar ese momento único en nuestra historia alimentada solo del presente. Me hizo preguntas. Respondí sin pensar qué era lo que él quería oír. Fue un hermoso rato. Hasta que le pregunté, a boca de jarro,  si alguna vez había pensado en tener hijos. Contestó que no, que ni se le había ocurrido pensarlo y si se ponía a pensarlo ahora la sensación era que no. Que para qué.
Lo escuchaba hablar y crecía mi angustia. Además de ser mi tema obsesivo desde la infancia, recrudecido cada vez que creía querer a alguien, era el factor común de todos mis últimos sueños. La necesidad del hijo. Absurda dentro del bochinche de nuestra forma de querernos. Pero presente. Tuve miedo de que se diera cuenta de lo que estaba sintiendo y cambié de tema.
Ir al taller forma parte de mi actividad semanal pero no me compromete. Entro, salgo y sigue mi vida sin mayores modificaciones. El otro día me propuse escribir algo. Me senté, borroneé tres renglones y después fue inútil. No se me ocurría absolutamente nada. No quería o no podía sacar nada de adentro e mí. Creo que evito revolver demasiado en mis profundidades. Tengo miedo de que esta calma lograda se vea amenazada.
El trabajo, después de muchas idas y venidas, está nuevamente bien encaminado. No te cuento detalles porque sé que no te interesa. Y no te preocupes que a mí tampoco.
Estuve releyendo ¨Sobre héroes y tumbas¨. Me dejó patas para arriba. Veré si me consigo un best-seller.
En el país todo dado vuelta. La gente está empezando a reaccionar. Creo que todos estamos hartos de este enorme colegio de pupilos donde la única posibilidad es acatar la disciplina.
Un beso grande, hermana.
Te quiere mucho.
                         Laura


lunes, 24 de agosto de 2015

78

10/11/81

El sol empezaba a caer. Un duro reflejo hería los ojos. Pensó en los anteojos pero eligió el reflejo. Lo afrontó frunciendo el ceño. Amaba esa hora. La lucha del sol ya vencido. Eternamente en lucha. Soportando la derrota solo por la certeza del triunfo del próximo amanecer.  Ganar y perder. La eterna rueda de lo repetido. El misterio de por qué recomenzar. Todo redondo, girando. Sobre sus cuatro ruedas. Como otras piernas, otros brazos. Dóciles. Ligeras. Rodando en la ruta vacía. Deslizarse. Flotar llevado por su auto. Llevado, no llevándolo.

viernes, 21 de agosto de 2015

77

26/10/81
ENCUENTRO CON PAQUETE

Desde mis veinte minutos de espera y sus diez minutos de retraso vi que doblaba la esquina. Pese a la cuadra que nos separaba y a los dos años de distancia tardé menos de un segundo en reconocerla. Caminaba, como siempre, con el cuerpo adelantado, como si las piernas fueran incapaces de moverse tan rápido como ella quisiera. Lloviznaba. Venía casi corriendo, ofreciéndole al agua la cara sin paraguas y al viento el alboroto de sus rulos. Traía un paquete tan grande que casi la tapaba, tan cuadrado como anónimo. Cruzó con el semáforo en rojo y tuvo que pararse en la mitad de la avenida entre los coches que pasaban zumbando. Recién entonces me vio. Por Dios, ¡qué sonrisa detrás del paquete!

miércoles, 19 de agosto de 2015

76

25/10/81
Querida hermana:
Solo dos líneas para desearte ¡feliz cumpleaños! Y este, además de cumpleaños, parece que es feliz en serio. Van con esta todas mis ganas de que así sea. Y la confianza.
Lo único que puedo agregar a mi última recientísima carta es que mis ¨suegros¨ vendrán el sábado a cenar. Todo un acontecimiento. Empecé a revisar mis libros de cocina. Ya te contaré
Treinta y dos besos.

                           Laura

viernes, 14 de agosto de 2015

75

20/10/81
Hermana:
Me emocionó recibir tu carta y saber que habías llorado leyendo la mía. Otra prueba de que estamos creciendo en la misma dirección.
Por aquí todo tranquilo. Reconstituyéndonos. Los cambios son solo sutiles. Volvimos a visitar a los viejos de Luis. Cuando regresamos le propuse invitarlos un día a comer. En ese instante me enteré, con gran asombro de mi parte, que sus padres no conocían el departamento. Y te aclaro que no es alquilado, hace más de cinco años que lo compró. Primero se desconcertó pero luego, pese a mis temores, aprobó la moción. Hasta te diría que le pareció graciosa. Veremos si se formaliza la invitación. Haré de mi parte lo que pueda porque me parece importante. Y conste que no estoy pensando en mí. Pienso en él, hijo.
Hablando de otro tema (porque también hay otros temas en mi vida): presenté un cuento en el taller. Se leyó, se aceptó y no se corrigió. Y no creo que sea porque no haya cosas perfeccionables, ni mucho menos. No termino de entender la técnica de este Castro, pero tengo la sensación de que cada paso que da sabe por qué lo da. Sabrá, entonces, por qué ha decidido ahorrarme las críticas. Sigo yendo a tomar café después de cada clase. Me hace bien relacionarme con otras personas, estar con gente mucho más joven que yo. Es como respirar aire fresco, ilusionado. Decidimos proponernos una serie de palabras con las cuales hay que escribir un trozo, ¨algo¨. Divertido observar como todos reaccionamos distinto frente a una común consigna.
Mamá anda bien, quejándose ante mí de la falta de noticias tuyas. Me pone frenética la repetida historia. Qué culpa tengo yo de la indiferencia de los demás. Pero como a los demás no se atreve a decirles nada, me calienta la cabeza a mí. Si no lo hacés  por ella, hacelo al menos por mí. ¡Escribile!
¿Te acordás de Diana Guzmán, mi compañera desde la primaria? Ayer la encontré haciendo compras por Cabildo Me quedé impresionada porque no hace mucho escribí un cuento basado en nuestra historia en común. Fuimos a tomar un café. Está bastante mal: acaba de separarse del marido. Quedamos en volver a encontrarnos.
Ahora sí que basta por hoy. Hasta pronto.

                                                           Laura

miércoles, 12 de agosto de 2015

74

19/10/81
MUERTE/DESTINO/MEDIOCRIDAD/LOCURA/ANGUSTIA
Vaya con mi destino. Si es que es destino esta mediocridad que me acerca a la muerte. La muerte. Si la muerte pudiera redimirme de este imperdonable derroche de horas, de días, de sincrónicos latidos sin sentido. Quizá la muerte. O la locura. O algo. Algo que llene este vacío que ni siquiera es angustia. Algo. Pero no cabe en la mediocridad de mi destino ni la angustia, ni la locura, ni la muerte. Empiezo a creer (y ya no conservo la capacidad de espanto) que soy inmortal.


lunes, 10 de agosto de 2015

73

20/9/81
Querida Claudia:
Otra vez respiro. Luis volvió. Cuando llegaba del correo, de despachar mi anterior carta, lo encontré en casa. En su casa. Estaba en la cocina.
-Vine a buscar los impuestos- se justificó.
Fui al dormitorio a dejar la cartera pero sobre todo a recomponerme del impacto, a intentar reordenar mi cabeza. Escuché desde la cocina su infaltable:
-¿Querés un café?
Cuando entré al living el café ya estaba sobre la mesa. Las dos tazas. Juntas. Se me hizo un nudo en la garganta. Busque la azucarera.
-Ya tiene, una y media- dijo, anticipándose a mi gesto.
Me doy cuenta mientras te estoy escribiendo de que me esfuerzo por recordar las palabras exactas que nos dijimos. Es como si al contarte lo que pasó recuperara la posibilidad de vivirlo nuevamente. De entenderlo mejor, de analizarlo. Perdoname, entonces, los detalles. En realidad, parece que se escribiera para uno mismo, no para los demás. Perdoname, entonces, el egoísmo.
Terminamos el café en silencio. La situación era tan tensa que lo único deseable era que se acabara pronto. A pesar de que eso implicaba dejar de verlo. Me propuse no decir ni una palabra. Además, si hablaba me iba a poner a llorar. Y, aunque fuera por esta vez, no quería.
-¿Pensaste? –preguntó súbitamente.
-¿Qué es lo que tengo que pensar, Luis?, si apenas logro respirar.
-Yo sí pensé.
-¿Qué? –alcancé a murmurar, muerta de miedo, obligándome, sin embargo, a mirarlo a los ojos.
-Te necesito.
-¿Para qué?
-Para vivir.
Se levantó me abrazó, me besó y todo terminó de la única forma posible cuando las emociones superan las palabras.
Aunque no puedas creerme ninguno de los dos consiguió hablar de todo lo que pasó en estos días, de todo lo que nos pasó. Es una barrera que no logramos franquear. Todas mis intenciones de no reanudar la relación a menos que hubiera cambios sustanciales, que hubiera proyectos, quedaron sepultadas. Lo único que me importa es saber que está. Cuando me levanto, cuando me acuesto. Estoy recuperando la calma, pero no todavía la alegría. Fue honda la herida. Angustiante la confirmación de que ningún ser humano hace más que rozar nuestra historia. Pueden compartir y hasta intersectar el último anillo de los aros concéntricos que nos rodean. Pero nada más. Como si fuera el sistema solar. El calor del centro es tan grande que la única forma de subsistir es mantener la distancia. Salvo esos momentos únicos en la vida en que nos acercamos tanto que nos fundimos. Y no me refiero a la cama. Al menos no solo a eso.
Comprendo ahora, e intuyo que también él lo entendió, que la única manera de prolongar una relación, de perpetuarla, es atenuarla. Aunque suene horrible, mezquino. No se puede vivir en estado de exaltación continua. Es antieconómico tanto derroche de energía. Porque hay que trabajar, hay que hacer las compras, hay que pagar la luz. Es una simple ecuación de ahorro energético. Para poder vivir juntos, para poder convivir, hay que mantener una mínima cantidad de anillos intactos. Creo que esa es la diferencia entre una pareja y dos amantes. Puedo entenderlo pero me duele hasta el centro tener que admitirlo, que resignarme.
Y así estamos. Casi como si nada hubiera pasado. Vamos al cine, al supermercado y seguimos acostándonos juntos. En armonía. Tal vez ahora logremos constituirnos establemente. Me alegra y me duele. Me acuerdo de la canción de Pablo Milanés ¨El tiempo pasa¨. Siento que recién ahora la comparto.
Chau, hermana. Basta de filosofía de entrecasa.
Besos.

      Laura

viernes, 7 de agosto de 2015

72

8/9/81
Querida hermana:
Recién hoy junté fuerzas para escribirte. En estos últimos días tuve que invertir todas las que tenía exclusivamente en sobrevivir.
Después de la noche clave estuve cuatro días sin ver a Luis. A veces, al volver de la clínica, me daba cuenta de que había estado, de que se había llevado ropa. No sabés lo que fueron esos días para mí. Vivir sola en esa casa que yo sentía, que yo sabía, que no era mía. Me preguntaba cuántos días iba a ser capaz de soportar la situación. Quería irme de allí, a cualquier otro lado. Al día quinto, que justamente era sábado, mis fuerzas se acabaron. A pesar de que me decía a mí misma que no, que trataba de convencerme, tomé el colectivo y fui hasta mi departamento, en realidad tu departamento, ahora su departamento. Cuando llegué intenté de nuevo convencerme de que no debía tocar el timbre, pero no pude. Toqué y abrió.
-Sabía que vendrías –me dijo- pasá.
Entré y, para gran sorpresa de mi parte, pude ver que estaba totalmente organizado. Cuando me instalé en su casa, tu departamento quedó como depósito. Llevábamos todo lo que no servía, lo que no cabía. Pero me encontré con un lugar ordenado, con una cama hecha y con libros de él que yo no había notado que se había llevado. Percibí que la cosa iba en serio. Hubiera pagado oro por no haber ido.
-¿Querés un café?- me ofreció.
Qué situación inverosímil. Yo esperando que él preparara café en mi casa. Apareció con dos tazas que yo no conocía y un plato con galletitas. Lo que Luis nunca pierde, ni aun en las peores circunstancias, es su capacidad de dar. De dar atención, afecto. Demasiado para mí. Me apoyé en la mesa y me puse a llorar. Sentí sus manos en mis hombros, sentí que me levantaba y me encontré llorando abrazada contra él. Se me deshicieron los huesos, por un momento pensé que me iba a desmayar. Se apartó lo suficiente como para que pudiéramos mirarnos.
-Laura, entendeme –dijo-, necesito estar solo, un tiempo, no sé cuánto tiempo; necesito darme cuenta de lo que quiero hacer. Perdoname si te hago daño, pero es lo mejor para los dos. Respeta, por favor, mi decisión.
Me aparté de sus brazos, agarré la cartera y me fui sin tomar el café. Luis no me detuvo.
Caminé hasta que logré dejar de llorar y tomé un taxi.
Ya pasó una semana desde ese reencuentro. No hemos vuelto a vernos. No sé cuánto tiempo más aguantaré sin llamarlo, sin ir a buscarlo. Sé que no lo tengo que hacer pero cada día dura un siglo.
Trato de continuar con mis actividades habituales para no volverme más loca. Fui al taller pero no quise llevar un cuento que había escrito. No estoy como para soportar correcciones ni críticas. Por primera vez me sumé al café que un grupito, Castro incluido, siempre toma a la salida. Fue una charla interesante. Me hizo bien y logré olvidarme de Luis por un buen rato.
Hablo lo menos posible con la familia y los amigos para no tener que contarles lo que está pasando. Hago como el avestruz. Recién caigo en la cuenta de que vos sos la única que lo sabe. Y cómo necesito que lo sepas.
Veremos cómo sigue. Luis tiene que reaparecer en algún momento. Esta es su casa. Llegaron boletas para pagar, pero no pienso tocar nada. Tiene que aparecer.
Deseame suerte.
                     Laura

miércoles, 5 de agosto de 2015

71

25/8/81
Claudia querida:
Estoy desesperada. Luis acaba de irse. Regresé de la clínica a la hora de costumbre y preparé la cena. A las nueve metí la carne en el horno evaluando que no tardaría mucho en llegar. Puse la mesa con esmero, como de costumbre, y busqué un libro para abreviar la espera. A las diez menos cuarto apagué el horno y seguí leyendo. A las once y media mi humor no era de los mejores. Decidí comer sola como manifestación de mi estado de ánimo. Creo que fue la primera vez desde que estamos juntos. Cuando terminé opté por bañarme para ver si el agua caliente serenaba mi ánimo. Me acosté con el libro en la mano. El tiempo seguía corriendo. Ya no podía ni leer. La rabia empezó a transformarse en preocupación y luego en miedo. Cuando estaba evaluando llamar a la policía sentí el  ruido de la llave en la cerradura. Miré el reloj: las dos de la mañana. El corazón me dio un vuelco. Retomé el libro aguardando su llegada. Se paró en el vano de la puerta.
-¿Qué hacés despierta?
-¿Cómo qué hago?, ¡te esperaba!, no sabía si estabas vivo o muerto, ¿por dónde andabas?
-Tuve una cena en el estudio.
-¿Por qué no me avisaste por teléfono?
Me miro fijo antes de contestar:
-No tuve ganas.
Creí que me moría. Todavía estoy muriéndome. Me levanté de un salto y, sin poder contenerme, le di una cachetada. La última vez que le había pegado a alguien fue a vos, hace como quince años. Y otra. Y otra. Luis ni se movía. Cuando logré serenarme, preguntó:
-¿Terminaste?
Hubiera empezado a pegarle de nuevo. ¿Con qué sentido? Estaba tan furiosa que no podía ni llorar.
Dijo con voz firme:
-Escuchame bien, Laura, soy dueño de mi vida. No tenía ganas de volver y no volví. Precisaba pensar. Todo esto me está ahogando, estoy asfixiado.
Tengo grabadas cada una de sus palabras.
-¿Me estás echando?
-No, te estoy contando lo que me pasa.
-Porque yo no me voy, si querés andate vos.
-Está bien, ¿me puedo ir a tu departamento?
Atónita asentí con la cabeza. Buscó ropa interior, una camisa y las metió en una bolsa. Fue para el living. De pronto escuché que los pasos se acercaban. Se paró de nuevo en el vano de la puerta, con la bolsa en la mano.
-¿Querés que te traiga un té?
Y aunque no lo creas no me estaba cargando. Por fin se me aflojó el nudo de la garganta. Alcancé a decirle gracias, que no, me sumergí en la almohada y me largué a llorar. A los gritos cuando escuché que se cerraba la puerta. Todavía estoy llorando mientras te escribo. A lo mejor es una pesadilla y mañana me despierto sintiendo su olor a mi lado. No sé, Claudia, estoy desesperada. Hace rato que tenía malos presentimientos. Pero quedaron superadas todas mis expectativas.
Voy a intentar dormir para ver si todo esto se acaba.
Besos.

      Laura

lunes, 3 de agosto de 2015

70

23/8/81
ESPERA


Qué pasillo infinito. Extraña cualidad de los pasillos: largos, finitos, infinitos. Hechos para ser corridos, no recorridos. El tránsito no debe interrumpirse. Quizás al construirlos especulen con ese poquito de claustrofobia que todos tenemos. ¿Vendrá del túnel materno? Órdenes: ¨Espere al final del pasillo¨. Obedezco, ¿pero dónde acaba? Fuerzo la vista, apuro el paso y aparece el tal final. Un final con banco y todo. ¿Cómo puede haber tantos bancos diferentes? Un abanico que se abre en los de plaza (chicos, novios, jubilados) y se cierra en los de hospital (enfermos, familiares, deudos) ¿Qué hago yo en este banco? Espero, por supuesto. Al final del pasillo. Cuando gané la beca no imagine en qué baile me metía. Yo esperando en un banco de hospital. Debo concentrarme con todas mis fuerzas para no darme cuenta del olor porque si no, vomito. Como cuando visitaba al abuelito. Yo quería ir a verlo pero invariablemente vomitaba. A veces a la salida, a veces en el ascensor. Pobre mamá, qué papelón. El olor a hospital, a sanatorio, a muerto. Porque el abuelo, claro, se murió. Pobre abuelo, qué contento se pondría si me viera. Siempre quiso que estudiáramos. Cuánto soñó con que alguno de nosotros fuera médico. La Ciencia era su Dios. Su Dios todopoderoso que no pudo salvarlo. Ciencia versus Cáncer. Pero la ciencia solo triunfa en el Selecciones del Reader´s Digest. En la vida, en esta vida, no. Por lo menos todavía. Cuando me dieron la beca mi primer pensamiento fue para el abuelo. Casi palpé su orgullo: su nieta menor dedicada a la investigación y justamente en cáncer. Aunque no pude ser médica. La facilidad para el vómito transformó mi vocación. Su sueño. Pobre abuelo, demasiado tarde. La beca. Todavía no puedo creerlo. La ciencia, la pura y aséptica ciencia. El impecable laboratorio, los azulejos blancos. Blancos. Blancos como estos. Como estos que me gustan menos. No quiero estar acá. Pero la ciencia obliga. Yo esperando que termine una operación para que el cirujano me dé un tumor de mama que necesito sea un cáncer. Este será mi primer experimento importante. El tumor del quirófano a mis manos, de mis manos a los tubos de ensayo que están esperándolo. Preparar el medio de cultivo, esterilizar el material: más de dos días de trabajo. Necesito que sea un cáncer. Hasta hablaría con el patólogo para convencerlo. Es larga la espera. Como todas. Por definición una espera debe de ser larga. Si no, no es espera, es otra cosa. Las diez, ya. Esto dura más de lo pensado. ¿Será porque el tumor es muy grande? Cuanto más grande mejor así me alcanza para dos experimentos. Ya tengo todo planeado si pesa un gramo, medio o tres. Es increíble que algo tan chiquito pueda devorar a una persona. Más chiquito que una moneda y comiéndola. Aunque a veces las monedas también comen. Además de alimentar chanchitos con ranura comen a señores gordos como chanchos. Todavía me acuerdo del chancho que nos regaló el abuelo. A Marina y a mí. Durante casi un año le llenamos la panza hasta que no le cupo ni una sola monedita de cinco centavos. Lo rompimos y luego de largas deliberaciones ambas coincidimos que con el botín lo mejor sería comprar un chancho más grande. Evidentemente no hace falta ser viejo para ser conservador. Conseguimos uno tan grande que no nos alcanzó la infancia para llenarlo. ¿Qué habrá sido de ese chancho? Seguro que Marina lo tiene guardado en algún rincón. Esta Marina guarda todo. Es la memoria andante de la familia: los cuadros, las muñecas, los cuadernos. Amo su casa. Me tranquiliza ver a sus hijos durmiendo en nuestras cunas. La foto de Paulita compartiendo el marco con la del abuelo. Como la biblia contra el calefón. Cuando voy de visita salgo renovada. Hay bochinches lindos: los ladridos del perro, los gritos de los chicos llenos de mocos. Da gusto verlos, siempre contentos. Por eso me extrañó lo del domingo. No sé, la vi mal a Marina. Preocupada. Y a Juan también. Me juego la cabeza a que tienen problemas con la fábrica. En este país, Martínez de Hoz mediante, sería lo previsible. No tuve oportunidad de peguntarle nada. Los almuerzos con la familia en pleno son un aquelarre. No sé, la vi mal. Pero esta Marina es mandada a hacer para ahorrarle a uno preocupaciones. Seguro que el domingo próximo estará radiante como siempre y me quedaré sin saber qué le pasaba. Con lo curiosa que soy. Y lo inquieta. Me estoy poniendo nerviosa. Tenerme casi una hora sentada aquí, una verdadera tortura. Se me está acabando la paciencia. Este olor empieza a superar mis posibilidades de negación. Se acerca una enfermera. Si no se apura voy a vomitar. Trae una cajita. Es mi tumor. Y si me lo trae es porque es maligno. Menos mal después de tamaña espera. Sí, soy la licenciada Paredes. Gracias, señorita. Al fin. Veamos los datos. Carcinoma ductal. No aguanto más. Mama derecha. Voy a vomitar. Marina P. de Robles.