22/12/81
Querida
hermana:
Ayer
fue la última reunión del año del taller literario. A la salida fuimos todos a
cenar. Estuve charlando mucho con Castro. En realidad fue él quien estuvo
charlando conmigo. Me comentó que fuera pensando en publicar. Que cuando uno
escribe siempre tiene que tener en mira ese objetivo. Me sugirió que
aprovechara el verano, las vacaciones, para rever todo el material acumulado,
para corregirlo exhaustivamente. Que me tomara las cosas con calma pero con
firmeza. Otra sugerencia: leer a Onetti. Según él ¨incentiva¨. Un ofrecimiento:
un encuentro en marzo para analizar juntos lo reunido. Segundo ofrecimiento: su
teléfono personal por si antes de marzo considero necesario verlo. Tercero:
conectarme con una editorial.
Yo
estaba paralizada. La historia se repite. El mandato de publicar justo en el
momento en que soy absolutamente incapaz de escribir una línea. La sensación
constante de que hay un error, de que se equivocaron con la elección del
interlocutor. La certeza de mi capacidad de engañar, de generar expectativas
pero de no poder satisfacerlas. ¿Cuántas novelas se creerá este hombre que
tengo guardadas en el desván? Mi único deseo era que la conversación terminara
lo antes posible y desaparecer.
Se
acercan las fiestas, hermana, y este año no estaremos juntas. Se acercan las
fiestas y se agolpan los conflictos de siempre. Al si mamá o papá se suma el
Luis-o-no. Todavía no decidimos qué hacer. Él quiere irse a Rosario como todos
los años. Me propuso acompañarlo y el solo hecho de su ofrecimiento me salvó
diciembre. Me muero por ir pero no me
autorizo a dejarla sola a mamá. En consecuencia, estoy tan rabiosa con ella que
hace más de tres días que ni la llamo por teléfono. Me voy a quedar: pesa más
mi pasado que mi futuro. Hiciste bien en irte, es la única forma de que los
demás se arreglen sin nuestra presencia. Aunque sé que tampoco me hubiera
permitido irme.
Recibí
carta de Adriana. Está embarazada. No lo buscaron pero están contentísimos. Te
comento que la noticia no me resbaló. Es más: la tengo tan pegada que no puedo
deshacerme de ella. Y crece en mí una sensación confundible con la envidia que
confirma mi necesidad de sentirme ocupada. Hace días que me acompaña la
percepción de un espacio vacío dentro de mí. No sé cómo explicártelo. Cuando le
comenté la noticia a Luis su primera reacción fue decir que estaban locos. Yo
monté en cólera. ¨¿Un hombre y una mujer que se quieren y deciden tener un hijo
están locos?¨, casi le grité. Luis se refirió a la situación de estar en otro
país, sin trabajo estable, sin saber qué van a hacer cuando tengan que
regresar. Menos mal que no dijo ¨sin estar casados¨ porque lo mataba. Me puse
furiosa. Obviamente no por Adriana sino por mí, por nosotros. Siento la
necesidad biológica de tener un hijo. Con Luis, por supuesto, no puedo hablar
del tema. Me doy cuenta de lo irracional de mi necesidad pero existe y cada vez
me está invadiendo más. Si yo supiera que estabilizar mi relación con Luis es
una cuestión de tiempo quizá tuviera paciencia, pero nuestras cosas no se
desarrollan linealmente, son imprevisibles.
Otro
tema: vacaciones. Fiestas, vacaciones, todos ítems que ponen a prueba la
consistencia de nuestra pareja. Lo que para la mayor parte de la gente está
implícito en el título de la asociación, para nosotros debe ser replanteado en
cada caso. Hoy no estoy de muy buen ánimo, supongo que te darás cuenta. Es más:
si lo tuviera a Luis delante encontraría un buen motivo, lejano al real, por
supuesto, para discutir.
¿Te
enteraste del nuevo presidente? Es destacable la posibilidad de superación que
tienen estos militares. Porque creo que Galtieri es aún peor que Viola. En fin.
Sin palabras.
Buenas
fiestas para vos y para John, hermana. Y ojo que en diciembre del 82 quiero
verte por acá. Definitivamente. Mirá que se me está acabando la paciencia.
También con vos.
Muchísimos
besos para hoy, para el 24 y para el 31.
Te
quiere tu hermana
Laura