miércoles, 13 de mayo de 2015

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22/12/79
Sistercita:
¿Cómo puedo transmitirte lo feliz que estoy?, ¿cómo el miedo que tengo? Trataré de ser coherente.
Ayer regresé de la clínica demolida, deprimida y deteriorada como es mi costumbre de estos últimos tiempos. Pero más todavía porque no andaba el ascensor y hacía un calor de locos.
Puse el tapón en la bañadera y abrí la canilla con la esperanza de que un buen baño me reconstituyera aunque fuera un poco. Además era viernes. O sea, un fin de semana por delante sin ninguna actividad planificada, ideal para sentirme pobre, desgraciada y abandonada.
Me di el tal baño que casi no me ayudó y me preparé un sándwich, un café y un libro para acostarme. Me sigue encantando comer en la cama. Como cuando éramos chicas. ¿Te acordás qué fiesta cuando después de muchos ruegos mamá accedía a llevarnos la cena al dormitorio? Nos metíamos cada una en su cama y con las bandejas en la falda jugábamos al hospital, al avión o al hotel o a lo que nos viniera en ganas. ¡Qué tiempos!
Sigo. Estaba mordisqueando el sandwich, cómodamente instalada, leyendo a Onetti, cuando sonó el teléfono. Imaginate el color de mi fastidio: la hora en que suele llamarme mamá. Y malditas las ganas que tenía de escucharla.
Me levanté y levanté el tubo.
-Hola.
-¿Laura? soy Luis.
Casi me desmayo. Tuve miedo de que escuchara los latidos de mi corazón a través del teléfono. Heroicamente contesté:
-¿Qué es de tu vida, tanto tiempo?
-Estoy en un teléfono público, sin más cospeles, ¿qué hacés esta noche?
-Nada.
-Me desocupo en media hora, ¿querés que nos encontremos en el centro?
Obvio mi respuesta,
-Te espero a las diez en Corrientes y Uruguay; si no estoy…
Y se cortó la comunicación. No volvió a llamarme.
No supe qué hacer primero. En camisón, con el pelo mojado y el sándwich todavía en la mano. Abrí el placard. Todo me parecía horrible, inapropiado. No lograba decidirme. El tiempo corría. Cuando logré vestirme, secarme el pelo y pintarme, miré el reloj: nueve y cincuenta.
Bajé las escaleras corriendo en busca de un taxi. Todos ocupados. Cada vez estaba más nerviosa. La camisa empezaba a mojárseme de transpiración, ¡yo que pretendía estar impecable! Finalmente apareció el codiciado taxi. Casi me tiré del auto al llegar a la esquina acordada. Eran las diez y veinte. Luis no estaba. A la diez y media mi estado emocional era indescriptible. Todo me parecía una broma de pésimo gusto. A menos que se hubiera cansado de esperarme… Me di diez minutos más de plazo y cuando estaban por vencerse (y yo por renovarlos) lo veo aparecer por Uruguay, charlando tranquilamente con un muchacho. Se despidieron antes de llegar a nuestra esquina. Irrumpió sonriente, eclipsando en un instante con su beso fraternal los cuarenta minutos de retraso que ni siquiera fueron mencionados. Ya no me importaban.
Fuimos a tomar un café a La Paz. Caminamos por Corrientes. Otro café en otro bar cuando nos sorprendieron las dos de la madrugada.
-Mañana salgo para Rosario, Voy a pasar las fiestas allí con mi familia, mejor vayamos volviendo porque es muy tarde.
Para él. Lo único que yo quería es que esa noche no terminara. 
Seguimos caminando, ya rumbo  a casa, charlando intrascendencias. Me obsesionaba presintiendo una despedida sin planes posteriores. Seguía sin pasar nada entre nosotros y adentro de mí pasando todo lo imaginable. También en mi cuerpo.
Cuando llegamos junté coraje y…
-Te invito con un café, pero te va a costar once pisos porque no anda el ascensor.
Descontaba su negativa pero…
-Nunca me cobraron tan caro un café…
Con el corazón ya desbocado empecé a subir. Indescriptible mi estado once pisos después.
Puse el agua a hervir mientras Luis curioseaba la biblioteca. Entré con la bandeja y lo vi instalado junto a la mesa. Nos sentamos formalmente enfrentados y cuando yo ya estaba dudando, como de costumbre, de la coherencia de mis días…
-¿Qué pasa si te tomo la mano?
-No sé, si te animás, probá…
Y probó y siguió probando hasta que el despertador puesto a las seis, como todos los días, nos devolvió a este mundo.
Se vistió como pudo, desesperado porque el tren salía a las siete.
Literalmente huyó con un:
-Chau, fue el café más rico que tomé en mi vida.
Y se fue.
Aquí estoy, más muerta que viva, sin saber cómo sentirme. Sin saber si esto empieza o si ya terminó.
Pero, en realidad, definitivamente viva después de tanto tiempo de temerme muerta.
Te dejo, hermana. Intentaré dormir.
Necesitaría que estuvieras.

                                         Laura

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