22/12/79
Sistercita:
¿Cómo
puedo transmitirte lo feliz que estoy?, ¿cómo el miedo que tengo? Trataré de
ser coherente.
Ayer
regresé de la clínica demolida, deprimida y deteriorada como es mi costumbre de
estos últimos tiempos. Pero más todavía porque no andaba el ascensor y hacía un
calor de locos.
Puse
el tapón en la bañadera y abrí la canilla con la esperanza de que un buen baño
me reconstituyera aunque fuera un poco. Además era viernes. O sea, un fin de
semana por delante sin ninguna actividad planificada, ideal para sentirme pobre,
desgraciada y abandonada.
Me
di el tal baño que casi no me ayudó y me preparé un sándwich, un café y un
libro para acostarme. Me sigue encantando comer en la cama. Como cuando éramos
chicas. ¿Te acordás qué fiesta cuando después de muchos ruegos mamá accedía a
llevarnos la cena al dormitorio? Nos metíamos cada una en su cama y con las
bandejas en la falda jugábamos al hospital, al avión o al hotel o a lo que nos
viniera en ganas. ¡Qué tiempos!
Sigo.
Estaba mordisqueando el sandwich, cómodamente instalada, leyendo a Onetti,
cuando sonó el teléfono. Imaginate el color de mi fastidio: la hora en que
suele llamarme mamá. Y malditas las ganas que tenía de escucharla.
Me
levanté y levanté el tubo.
-Hola.
-¿Laura?
soy Luis.
Casi
me desmayo. Tuve miedo de que escuchara los latidos de mi corazón a través del
teléfono. Heroicamente contesté:
-¿Qué
es de tu vida, tanto tiempo?
-Estoy
en un teléfono público, sin más cospeles, ¿qué hacés esta noche?
-Nada.
-Me
desocupo en media hora, ¿querés que nos encontremos en el centro?
Obvio
mi respuesta,
-Te
espero a las diez en Corrientes y Uruguay; si no estoy…
Y
se cortó la comunicación. No volvió a llamarme.
No
supe qué hacer primero. En camisón, con el pelo mojado y el sándwich todavía en
la mano. Abrí el placard. Todo me parecía horrible, inapropiado. No lograba
decidirme. El tiempo corría. Cuando logré vestirme, secarme el pelo y pintarme,
miré el reloj: nueve y cincuenta.
Bajé
las escaleras corriendo en busca de un taxi. Todos ocupados. Cada vez estaba
más nerviosa. La camisa empezaba a mojárseme de transpiración, ¡yo que
pretendía estar impecable! Finalmente apareció el codiciado taxi. Casi me tiré
del auto al llegar a la esquina acordada. Eran las diez y veinte. Luis no
estaba. A la diez y media mi estado emocional era indescriptible. Todo me
parecía una broma de pésimo gusto. A menos que se hubiera cansado de esperarme…
Me di diez minutos más de plazo y cuando estaban por vencerse (y yo por
renovarlos) lo veo aparecer por Uruguay, charlando tranquilamente con un
muchacho. Se despidieron antes de llegar a nuestra esquina. Irrumpió sonriente,
eclipsando en un instante con su beso fraternal los cuarenta minutos de retraso
que ni siquiera fueron mencionados. Ya no me importaban.
Fuimos
a tomar un café a La Paz. Caminamos por Corrientes. Otro café en otro bar cuando
nos sorprendieron las dos de la madrugada.
-Mañana
salgo para Rosario, Voy a pasar las fiestas allí con mi familia, mejor vayamos
volviendo porque es muy tarde.
Para
él. Lo único que yo quería es que esa noche no terminara.
Seguimos
caminando, ya rumbo a casa, charlando
intrascendencias. Me obsesionaba presintiendo una despedida sin planes
posteriores. Seguía sin pasar nada entre nosotros y adentro de mí pasando todo
lo imaginable. También en mi cuerpo.
Cuando
llegamos junté coraje y…
-Te
invito con un café, pero te va a costar once pisos porque no anda el ascensor.
Descontaba
su negativa pero…
-Nunca
me cobraron tan caro un café…
Con
el corazón ya desbocado empecé a subir. Indescriptible mi estado once pisos
después.
Puse
el agua a hervir mientras Luis curioseaba la biblioteca. Entré con la bandeja y
lo vi instalado junto a la mesa. Nos sentamos formalmente enfrentados y cuando
yo ya estaba dudando, como de costumbre, de la coherencia de mis días…
-¿Qué
pasa si te tomo la mano?
-No
sé, si te animás, probá…
Y
probó y siguió probando hasta que el despertador puesto a las seis, como todos
los días, nos devolvió a este mundo.
Se
vistió como pudo, desesperado porque el tren salía a las siete.
Literalmente
huyó con un:
-Chau,
fue el café más rico que tomé en mi vida.
Y
se fue.
Aquí
estoy, más muerta que viva, sin saber cómo sentirme. Sin saber si esto empieza o
si ya terminó.
Pero,
en realidad, definitivamente viva después de tanto tiempo de temerme muerta.
Te
dejo, hermana. Intentaré dormir.
Necesitaría
que estuvieras.
Laura
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