16/11/79
Claudia
querida:
¿Qué
me contás de las buenas ondas que te mandé de regalo? Tengo que confesarte que
no esperaba que se materializaran tan pronto. Así que John se llama el
muchacho. Yanky y todo. Vas a ver que ahora sí tendrás suerte. Son los
argentinos los difíciles…
Yo
tampoco me rindo. Cumplo en comunicarte que el tal barbudo ha comenzado a ser
el destinatario de mis deseos. Te cuento la historia: fue casi un secuestro.
Hace
dos semanas Graciela y Edgardo viajaron a Uruguay y me ofrecieron el Fitito
durante su ausencia. El día antes de su partida practicamos un poco en Parque
Centenario. Hacía bastante que no manejaba. ¡Qué placer! Fui todos los días a
trabajar como una bacana y aproveché para ir a mil lados postergados por mi eterna
condición de peatona. Cuando me tocó San Telmo llegué, por supuesto,
motorizada. Al terminar la clase Luis (que así se llama) y yo nos demoramos un
rato comentando con Susana nuestros recientes trabajos. Después salimos juntos.
Le pregunté adónde iba. Propuse acercarlo hasta Güemes, a la altura de casa.
Cuando llegamos a Charcas y sin consulta previa, doblé. ¨Me bajo acá¨, indicó.
No le hice caso y apreté el acelerador. Comenté que no tenía nada que hacer y
que estaba disfrutando del placer de manejar, que lo llevaba hasta Belgrano.
Quiso resistirse pero fue inútil. Vos sabés que cuando se me mete algo en la
cabeza…
No
tuvo más remedio que aceptar y que, al acercarnos, invitarme a comer una pizza
en Cabildo. Te imaginás que bajo esas circunstancias tuve que abandonar el
régimen, pero esta vez sin ningún cargo de conciencia. Prioridades son
prioridades. Después de la pizza fuimos a tomar café a un barcito. Estuvimos
conversando hasta las dos de la mañana. Es ingeniero, tiene 29 años, soltero,
barbudo y conflictuado. Ideal para mí. Esa noche todo se limitó a una charla.
Pero yo quedé superenganchada. Nos despedimos hasta el próximo jueves que fue
ayer. Calculá mis expectativas.
Llegó
cuando ya estábamos dibujando. Al terminar la clase, maldije no tener ya el
auto. Salimos los cinco juntos. Una chica propuso ir a tomar un café y los
otros se prendieron. Yo dije que no podía. Me salió bien la estrategia porque
Luis comentó que él también estaba apurado. Nos despedimos del grupo y
caminamos hasta Córdoba para tomar nuestros respectivos colectivos. Cuando se
alejaron del panorama, Luis arriesgó: ¨¿Reincidimos?¨, mientras me señalaba una
pizzería. Otra vez al diablo la dieta. Después de un café empezamos a caminar.
Llegamos a casa. No sé cuántas cuadras caminamos ni las miles de cosas de las
que hablamos. Frente a la puerta se repitió la historia: me dio un fraternal
beso y se despidió con un ¨hasta el jueves¨, en el más seductor de los tonos.
Me quedé temblando. ¿Viste esa sensación de tener los huesos blandos?, ¿de
sentirse pulverizada por dentro? Así estoy. De a ratos feliz, de a otros
decepcionada y de a más mortalmente asustada. Porque ya tengo bastante
experiencia como para reconocer cuando quedo herida de muerte. Y así estoy,
herida de muerte. Es próximo y distante, mezcla fatal para mí, imposible de
resistir. ¡Falta mucho para el jueves!
Cariños
Laura
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