viernes, 1 de mayo de 2015

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16/11/79
Claudia querida:
¿Qué me contás de las buenas ondas que te mandé de regalo? Tengo que confesarte que no esperaba que se materializaran tan pronto. Así que John se llama el muchacho. Yanky y todo. Vas a ver que ahora sí tendrás suerte. Son los argentinos los difíciles…
Yo tampoco me rindo. Cumplo en comunicarte que el tal barbudo ha comenzado a ser el destinatario de mis deseos. Te cuento la historia: fue casi un secuestro.
Hace dos semanas Graciela y Edgardo viajaron a Uruguay y me ofrecieron el Fitito durante su ausencia. El día antes de su partida practicamos un poco en Parque Centenario. Hacía bastante que no manejaba. ¡Qué placer! Fui todos los días a trabajar como una bacana y aproveché para ir a mil lados postergados por mi eterna condición de peatona. Cuando me tocó San Telmo llegué, por supuesto, motorizada. Al terminar la clase Luis (que así se llama) y yo nos demoramos un rato comentando con Susana nuestros recientes trabajos. Después salimos juntos. Le pregunté adónde iba. Propuse acercarlo hasta Güemes, a la altura de casa. Cuando llegamos a Charcas y sin consulta previa, doblé. ¨Me bajo acá¨, indicó. No le hice caso y apreté el acelerador. Comenté que no tenía nada que hacer y que estaba disfrutando del placer de manejar, que lo llevaba hasta Belgrano. Quiso resistirse pero fue inútil. Vos sabés que cuando se me mete algo en la cabeza…
No tuvo más remedio que aceptar y que, al acercarnos, invitarme a comer una pizza en Cabildo. Te imaginás que bajo esas circunstancias tuve que abandonar el régimen, pero esta vez sin ningún cargo de conciencia. Prioridades son prioridades. Después de la pizza fuimos a tomar café a un barcito. Estuvimos conversando hasta las dos de la mañana. Es ingeniero, tiene 29 años, soltero, barbudo y conflictuado. Ideal para mí. Esa noche todo se limitó a una charla. Pero yo quedé superenganchada. Nos despedimos hasta el próximo jueves que fue ayer. Calculá mis expectativas.
Llegó cuando ya estábamos dibujando. Al terminar la clase, maldije no tener ya el auto. Salimos los cinco juntos. Una chica propuso ir a tomar un café y los otros se prendieron. Yo dije que no podía. Me salió bien la estrategia porque Luis comentó que él también estaba apurado. Nos despedimos del grupo y caminamos hasta Córdoba para tomar nuestros respectivos colectivos. Cuando se alejaron del panorama, Luis arriesgó: ¨¿Reincidimos?¨, mientras me señalaba una pizzería. Otra vez al diablo la dieta. Después de un café empezamos a caminar. Llegamos a casa. No sé cuántas cuadras caminamos ni las miles de cosas de las que hablamos. Frente a la puerta se repitió la historia: me dio un fraternal beso y se despidió con un ¨hasta el jueves¨, en el más seductor de los tonos. Me quedé temblando. ¿Viste esa sensación de tener los huesos blandos?, ¿de sentirse pulverizada por dentro? Así estoy. De a ratos feliz, de a otros decepcionada y de a más mortalmente asustada. Porque ya tengo bastante experiencia como para reconocer cuando quedo herida de muerte. Y así estoy, herida de muerte. Es próximo y distante, mezcla fatal para mí, imposible de resistir. ¡Falta mucho para el jueves!
Cariños

          Laura

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