viernes, 29 de mayo de 2015

42

27/4/80
Hermana:
Ahora sos vos la perezosa. Quisiera creer que el motivo del abandono del que me hacés objeto es tu felicidad. Si es así, desde ya perdonada. Si no, también. Sos el único personaje de mi vida (además de mamá, por supuesto) del cual no me cuestiono la continuidad de su cariño. Aunque quisiéramos no podríamos dejar de querernos.
Estoy viviendo con Luis. He hecho un verdadero trabajo de hormiga. En los últimos tiempos empezamos a ir más seguido a su casa, porque le queda cerca del trabajo. Un buen día toqué el timbre (aún no tenía la llave) y al abrir la puerta pudo descubrirme a través de un helecho que, como te imaginarás, no podía subsistir sin mis cotidianos cuidados. A los dos días cuando entró (le abrí yo con MI llave) se encontró con mi azalea preferida que extrañaba al helecho. Y así sucesivamente. Y como casi todas las noches las pasábamos allí, no tuve más remedio que llevar ¡mi cajonera llena de ropa! Le pedí a Graciela que me la transportara en su auto. Cuando escuché la llave en la cerradura, me pusé histérica. No sabía cómo lo iba a tomar. La vio y mientras yo me apresuraba a darle explicaciones me miro y me dijo: ¨No te disculpes, soy yo el que quiero que te quedes¨. Se me llenaron los ojos de lágrimas y, aunque no puedas creerlo, a él también.
Mientras te escribo escucho la radio. Las noticias de las inundaciones son terribles. Hubo treinta muertos y más de treinta mil personas evacuadas. Lo único que nos faltaba. Porque sabrás que por lo menos en algo somos famosos. Acaban de decir que tenemos la tasa de inflación más alta del mundo. En buen momento huiste. ¿Será cuestión de imitarte? Pero hay quien me retiene aquí… Siguen las noticias y cada vez son de peor color. Luego de conocer el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos nuestro bienamado presidente Videla ha dicho algo así como ¨El pueblo argentino ha dado su asentimiento al precio que debió pagarse en la lucha contra la subversión¨. Así que no te olvides: vos y yo le dimos nuestra autorización para cometer todas las atrocidades que cada vez menos pueden negar.
Apagué la radio. Qué alivio. Otra vez sola con vos. ¿Qué más puedo decirte? Soy feliz. Sí, aunque suene cursi, así me siento, a pesar de todo. Por momentos muerta de miedo de despertarme y descubrir que estaba soñando. Por otros, extrañamente serena, extrañamente confiada.
Quisiera que el tiempo se parara hoy, 27 de abril.              

                                                                          Laura   

miércoles, 27 de mayo de 2015

41

30/3/80
Querida Claudia:
Perdoname la borrada. Podría buscar y encontrar mil razones muy creíbles para justificarme. Pero hay una única verdad: no te escribí porque soy feliz. O para sonar menos a telenovela: estoy feliz. Entonces no necesité escribirte. Suena injusto, ¿no?
Los días que me están tocando no pertenecen a mi historia. Temo que en cualquier momento se descubra el error, que el director me chiste y que me asigne el personaje que me corresponde. Este se lo robé a otro, a otra.
Siempre supe ser mujer enamorada pero recién ahora estoy aprendiendo como vive una mujer querida. Me voy dando cuenta de que no hace falta hacer nada, que no tengo que proponerme conductas heroicas, ni hacer regalos, ni escribir poesías. Parece que el secreto consiste en SER. Como ya me lo ha señalado Raúl.
Luis me dice a cada rato ¨¿No podés quedarte un poco quieta?¨. Y como ya me caló bastante ¨Relajate, dejá de actuar¨. Como si fuera tan fácil. Porque cuando no me deja usar el arsenal de recursos aprendidos y aplicados durante siglos y años no sé qué hacer.
Hemos estado tres días seguidos metidos dentro de casa sin siquiera vestirnos, sin cocinar, comiendo como los chicos a cada rato. Llevándonos la lata de galletitas a la cama. Sin atender el teléfono, sin mirar televisión, sin leer. Dejándonos estar, solamente. De a ratos charlando. De a más no haciendo nada. Y esto no cabe en mi historia (¿viste que te lo decía?): Laura haciendo nada. Dejándose querer. Y queriendo.
Conocí su casa. No sabés cómo me sorprendí sabiendo cómo es él. El desierto viviente. Una cama doble, una mesa y dos sillas. Nada más en dos ambientes. Ni un cuadro, ni una planta. Parece mentira que hubiera vivido allí, durante tres años, una mujer. No dejó huellas. Pero me temo que sí en él. No puedo preguntárselo porque nuestro pasado afectivo es tema tabú. Luis me pidió, en forma expresa, que no le contara nada de mi vida sentimental. Dijo que aunque no lo parezca (y no lo parece) es celoso en extremo. Retrospectivamente también. Tiemblo pensando que encuentre rastros de mi historia. Escondí en el fondo de un cajón las fotos y las cartas. Pero no pude tirarlas. Además, ¿quién me garantiza cuánto durarán nuestros días en común? No te preocupes que sigo con los pies sobre la tierra, a pesar de los frecuentes viajes al espacio que nos proporcionamos.
Voy a trabajar como una autómata. En cuanto me separo de él siento la necesidad de verlo nuevamente. En la piel. Pobre Verónica, ya estará harta de escucharme nombrarlo.
Nos vemos casi todas las noches. Más en casa, menos en la de él. Una vida de gitanos, siempre con la ropa a cuestas. Pero ¡ojo!, no me quejo. Disfruto hasta de los acarreos.
Me encanta llegar antes que él y preparar la cena. Como jugar a las muñecas. Me compré dos libros de cocina. Luis no deja de sorprenderse ante cada nueva receta. Y de decírmelo. Todo me festeja. Sospecho que no ha sido muy atendido ni muy mimado. Yo tampoco. Por eso creo que lo disfrutamos juntos.
De todos modos, cada día es independiente del anterior y, en consecuencia, cada uno tiene que ser planificado. Confirmar si nos veremos o no. En fin, nada de compromiso. Mal que me pese.
Veo que tu historia no se aparta demasiado de la mía. Persevera y triunfarás. Perseveremos y ¿triunfaremos?
Ahora temas de actualidad. No te podés imaginar el calor que hace. Hasta suspendieron las clases. Después de cenar Luis y yo solemos tomar un helado sentados en la plaza de Córdoba, más poblada por insomnes acalorados que un domingo por la tarde. Tu departamento es un horno, atributo que supongo bien recordarás.
Anoche fui a cenar a lo de papá (Luis tenía reunión con los compañeros de la secundaria, o al menos eso fue lo que me dijo). Se compró un televisor color. Está contento como chico con juguete nuevo. A pesar de que con el cierre del BIR perdió un plazo fijo por una cifra que ni quiso confesarme.
Me dejó helada tu comentario sobre las versiones que por allí circulan sobre la existencia de ¨campos de concentración¨ en el país. La sola idea me resulta tan horripilante que prefiero creer que es una invención de los yankees. De todos modos manteneme informada.
Último flash: Susana está embarazada. Te confieso que me muero de envidia.
Espero que la longitud de esta carta me redima de la indiferencia a la que te sometí. Bien sabés que, a pesar de todo, sos mi favorita única hermana.

                                                                                           Laura

lunes, 25 de mayo de 2015

40

Asunción, 13 de febrero de 1980
Laura:
Quiero pensar que ya te escribí desde aquí. Tanto ha sido mi deseo. Entonces quizá ya lo haya hecho.
No encuentro palabras  no quiero encontrarlas. El diálogo es tan largo y permanente. El mío. ¿El nuestro? Tu mirada me quema.
Un nuevo –antiguo- lugar. El tiempo. Nuevas circunstancias. Solo aparentes. Se repiten. ¿Cuándo? ¿Hasta cuándo? El tiempo.
Volver: ¿a dónde? Llegar, partir. Estar. SER. ¿Todos los lugares? TODOS.
Nombres: lugares: Buenos Aires, Asunción, Buenos Aires, Parque Lezama, Corrientes (de noche), Lavalle (de día) Leme, Sao Cristovao, O Palacio de Paco, Paraguay, Chololo, calle San Juan de Garay. Lugares, nombres.
Algunos amigos de estos tiempos: Anais Nin, Lawrence Durell, Henry Miller, Otto Frank, Katherine Mansfield. Otros que serían menos familiares (quizá).
Aunque ¡no! ¡Develemos los secretos, los misterios! Aunque nos hagamos los tontos.
Que terminen las palabras.
El diálogo continúa.

                            Raúl

viernes, 22 de mayo de 2015

39

20/2/80
Hermana:
Cuánto hace que no te escribo y cuánto que sucedió.
Me fui quince días con Luis a Aguas Dulces. ¿Qué me decís de mis vacaciones? Hago las cosas bien o no las hago.
No tengo paciencia para contarte los entretelones. Pero creeme que fue una experiencia maravillosa. Todavía me parece imposible que todo esto me esté pasando a mí.
Estuve viviendo quince días con él. ¿Te das cuenta de lo que estoy diciendo? Quince desayunos, quince días de playa. Quince noches. Pasamos juntos uno de los cumpleaños más hermosos de mi vida.
Camino entre nubes. Pero temo aterrizar en cualquier momento. No logro relajarme del todo. Siempre me acompaña una alícuota de temor. Que hasta le da más encanto a esta etapa. Mientras dure pienso disfrutarla. Y vaya si la estoy disfrutando.
Hace cinco días que volvimos y ya nos vimos tres veces. Por ahora en casa.
Hay una promesa pendiente de invitarme a comer ñoquis amasados por él (por suerte este febrero hay 29).Tiene sus cualidades el muchacho. Te aseguro que muchas. Pero también tiene una habilidad especial para evitar comprometerse. O sea, parece que alguien lo hubiera asesorado sobre cómo actuar para tenerme rendida a sus pies.
Me siento agudamente vulnerable. En carne viva.
Espero que todo lo tuyo ande bien. Confío en que sí.
¡Cuánto daría por tenerte delante de dos tazas de café!
Besos.
       Laura
PD: Recibí carta de Raúl. Por primera vez me dejó impasible. Será porque estoy tan movilizada que me defiendo ante nuevos estímulos. Creo que no le contestaré.

miércoles, 20 de mayo de 2015

38

10/2/80
AGUAS DULCES (PARA LUIS, UN DIA DE PLAYA SIN ÉL)

Es un rato
entre la larga fila
de ratos que se escapan.
Hace frío
y hubo sol.
Entonces
la playa
es solo arena a gatas tibia.
Y viento,
tanto viento.
Puro viento
que recrea la piel
que lo sufre y lo goza.
que estrella las olas,
y las rompe y renacen.
Duro viento
que a fuerza
de pura insistencia
echa al último chico
y trae la primera gaviota.
Yo me siento casi mineral
y a fuerza
de pura terquedad
enfrento
a la arena
a las olas
al viento.
Si resisto
(y resisto)
nacerá la primera de mis plumas
y
levemente,
agacharé la cabeza,
entornaré los ojos
y con un vértigo
que se acerca y que aún rechazo,
pagaré
aun con el resto
de las horas de mis pasos
este sentir
que se fundió la tierra
y mi infinito propio
en este instante
en que me brotan alas
en que me elevo,
vuelo,

y soy gaviota.

lunes, 18 de mayo de 2015

37

1980

15/1/80
Querida hermana:
Luis reapareció. Ayer, cuando mi esperanza estaba sucumbiendo y mi autoestima había alcanzado sus niveles más bajos, me llamó.
Le pregunté cuándo había regresado (no puedo con mi genio controlador por más que me lo proponga). Cando me contestó que el día 2, no supe si ponerme contenta por el llamado o sufrir por los doce días  en que no necesitó hacerlo. Opté por lo primero que me resultaba más útil.
A la noche nos encontramos, nuevamente, en el centro. Fuimos a comer (no pizza esta vez, además suspendí la dieta porque adelgacé un montón). Caminamos y recorrimos librerías de viejo. Regresamos a casa. El ascensor andaba pero el resto fue igual. Yo diría que aun mejor. Me doy cuenta de que hay cosas que me cuesta contarte. O que no quiero contarte. Ni a vos ni a nadie. En fin, todo anduvo bien. Se quedó a dormir. Esta mañana desayunamos juntos café y tostadas. Me pareció un sueño. Quedó en llamarme, vamos progresando. Hasta confío en que lo hará.
Vive solo. Hace un par de meses que se separó de una piba, después de tres años de convivencia. Me imagino que no debe de tener muchas ganas de comprometer su libertad rápidamente. Será cuestión de actuar con cautela. Si es que me da la oportunidad.
Mamá está bien, pero yo mucho no la banco. No sé cómo hubiera hecho para seguir viviendo con ella. Desde ese punto de vista, tu partida me sirvió. En todo lo demás te aseguro que no. Te extraño.
Me gustó tu carta. Se te escucha bien. No hay como tener un hombre al lado. Pero digámoslo despacito para que no nos escuche nuestra propia porción feminista.
Me tomo vacaciones en febrero. Todavía no decidí adónde ir. Ni con quién. Por motivos obvios.
Que siga la buena racha, hoy por las dos compartida.
Crucemos los dedos.

                            Laura

viernes, 15 de mayo de 2015

36

24/12/79
Lejana Claudia:
Solo unas líneas para desearte ¡feliz Navidad! La primera que no podremos compartir. Nos reunimos en casa de tía Rosa. No creo que sea una Nochebuena muy divertida. Habrá que sobrellevarla. Espero que vos la pases mejor. Con John a tu lado.
Por supuesto no supe nada de Luis. Y me temo que no sabré nada próximamente. Se especializa en desaparecer. Y yo me muero por verlo.
Todas las noches, antes de dormirme, cierro los ojos y revivo nuestro encuentro. Mi única forma de tenerlo. Todavía sigo entera. Cuando se prolongue el tiempo sin noticias ya te contaré.
Aún no decidí las vacaciones. Por instantes me llega la esperanza de poder incluir a Luis en ellas. Ya se verá.
No volví a escribirle a Raúl. ¿Para qué si no tengo que enviarle? Me siento en falta. Defraudándolo.
Chau, hermana. Voy a ponerle mayonesa a la ensalada que me toca llevar.
Feliz Navidad, de nuevo.
Te quiere mucho.

                        Laura

miércoles, 13 de mayo de 2015

35

22/12/79
Sistercita:
¿Cómo puedo transmitirte lo feliz que estoy?, ¿cómo el miedo que tengo? Trataré de ser coherente.
Ayer regresé de la clínica demolida, deprimida y deteriorada como es mi costumbre de estos últimos tiempos. Pero más todavía porque no andaba el ascensor y hacía un calor de locos.
Puse el tapón en la bañadera y abrí la canilla con la esperanza de que un buen baño me reconstituyera aunque fuera un poco. Además era viernes. O sea, un fin de semana por delante sin ninguna actividad planificada, ideal para sentirme pobre, desgraciada y abandonada.
Me di el tal baño que casi no me ayudó y me preparé un sándwich, un café y un libro para acostarme. Me sigue encantando comer en la cama. Como cuando éramos chicas. ¿Te acordás qué fiesta cuando después de muchos ruegos mamá accedía a llevarnos la cena al dormitorio? Nos metíamos cada una en su cama y con las bandejas en la falda jugábamos al hospital, al avión o al hotel o a lo que nos viniera en ganas. ¡Qué tiempos!
Sigo. Estaba mordisqueando el sandwich, cómodamente instalada, leyendo a Onetti, cuando sonó el teléfono. Imaginate el color de mi fastidio: la hora en que suele llamarme mamá. Y malditas las ganas que tenía de escucharla.
Me levanté y levanté el tubo.
-Hola.
-¿Laura? soy Luis.
Casi me desmayo. Tuve miedo de que escuchara los latidos de mi corazón a través del teléfono. Heroicamente contesté:
-¿Qué es de tu vida, tanto tiempo?
-Estoy en un teléfono público, sin más cospeles, ¿qué hacés esta noche?
-Nada.
-Me desocupo en media hora, ¿querés que nos encontremos en el centro?
Obvio mi respuesta,
-Te espero a las diez en Corrientes y Uruguay; si no estoy…
Y se cortó la comunicación. No volvió a llamarme.
No supe qué hacer primero. En camisón, con el pelo mojado y el sándwich todavía en la mano. Abrí el placard. Todo me parecía horrible, inapropiado. No lograba decidirme. El tiempo corría. Cuando logré vestirme, secarme el pelo y pintarme, miré el reloj: nueve y cincuenta.
Bajé las escaleras corriendo en busca de un taxi. Todos ocupados. Cada vez estaba más nerviosa. La camisa empezaba a mojárseme de transpiración, ¡yo que pretendía estar impecable! Finalmente apareció el codiciado taxi. Casi me tiré del auto al llegar a la esquina acordada. Eran las diez y veinte. Luis no estaba. A la diez y media mi estado emocional era indescriptible. Todo me parecía una broma de pésimo gusto. A menos que se hubiera cansado de esperarme… Me di diez minutos más de plazo y cuando estaban por vencerse (y yo por renovarlos) lo veo aparecer por Uruguay, charlando tranquilamente con un muchacho. Se despidieron antes de llegar a nuestra esquina. Irrumpió sonriente, eclipsando en un instante con su beso fraternal los cuarenta minutos de retraso que ni siquiera fueron mencionados. Ya no me importaban.
Fuimos a tomar un café a La Paz. Caminamos por Corrientes. Otro café en otro bar cuando nos sorprendieron las dos de la madrugada.
-Mañana salgo para Rosario, Voy a pasar las fiestas allí con mi familia, mejor vayamos volviendo porque es muy tarde.
Para él. Lo único que yo quería es que esa noche no terminara. 
Seguimos caminando, ya rumbo  a casa, charlando intrascendencias. Me obsesionaba presintiendo una despedida sin planes posteriores. Seguía sin pasar nada entre nosotros y adentro de mí pasando todo lo imaginable. También en mi cuerpo.
Cuando llegamos junté coraje y…
-Te invito con un café, pero te va a costar once pisos porque no anda el ascensor.
Descontaba su negativa pero…
-Nunca me cobraron tan caro un café…
Con el corazón ya desbocado empecé a subir. Indescriptible mi estado once pisos después.
Puse el agua a hervir mientras Luis curioseaba la biblioteca. Entré con la bandeja y lo vi instalado junto a la mesa. Nos sentamos formalmente enfrentados y cuando yo ya estaba dudando, como de costumbre, de la coherencia de mis días…
-¿Qué pasa si te tomo la mano?
-No sé, si te animás, probá…
Y probó y siguió probando hasta que el despertador puesto a las seis, como todos los días, nos devolvió a este mundo.
Se vistió como pudo, desesperado porque el tren salía a las siete.
Literalmente huyó con un:
-Chau, fue el café más rico que tomé en mi vida.
Y se fue.
Aquí estoy, más muerta que viva, sin saber cómo sentirme. Sin saber si esto empieza o si ya terminó.
Pero, en realidad, definitivamente viva después de tanto tiempo de temerme muerta.
Te dejo, hermana. Intentaré dormir.
Necesitaría que estuvieras.

                                         Laura

lunes, 11 de mayo de 2015

34

Río de Janeiro, 17 de diciembre de 1979
Laura:
Muchas gracias por tu carta. Todos los artistas pasamos por períodos de total o relativa inercia. A veces hasta es bueno que eso ocurra. No te preocupes. Recuerda que pase lo que pase has escrito algunos (varios) cuentos bellísimos, como lo es también ¨El día perfecto¨. Me gustó mucho, como todos.
Si quieres, si te hiciera bien, puedes publicar un libro con los que ya tienes acumulados. Quizás ello te dé alguna alegría.
No te exijo nada. Estate tranquila. No te exijo, pues ya ERES. Me gusta mucho tu talento. No importa que lo materialices o no en una obra ¨real¨. Aunque debes hacerlo –si lo deseas- si te hiciera bien. Total libertad. Yo te acepto de todas formas, por conocerte.
Ahora añoro a mis alumnos argentinos, pues en general mis alumnos brasileños de teatro y de talleres de escritores no son ni responsables, ni leales, ni constantes. Pero esta tierra es tan bella que a veces duele. A muchos tanta fuerza natural los aplasta y atonta…. Y el hechizo. Durante dos meses Río no me dolió, sino que fue el ¨campo¨ de mis experimentos mentales y espirituales que de golpe galoparon a alturas antes casi inalcanzables en segundos, minutos, horas… ¿pocos días? en que me ocurrió todo aquello que acostumbramos calificar de inverosímil.
Así también tuve que parar en mi búsqueda por diversos motivos, hace ya mes y medio. Hasta momento más propicio.
Comprendo que la primavera llegó bella a Buenos Aires. Entiendo también que su cielo gris de casi nueve meses de invierno (hoy extrañamente nostálgicos y deseados) tiene una rara belleza. Lo tienen sus días de azul perfecto y de brisa suave y dulce. Y lo tiene su río muchas veces leonado. Y nuestra propia aparente dureza o frialdad e incomunicación esconde una pequeña llama cálida y eterna, que hoy valoro mucho más que inútiles y fugaces explosiones. Me duele toda Buenos Aires, hoy, por haberla perdido. Y Buenos Aires eres tú y Alejandra, la del Parque Lezama. Argentina, la argentina. La Argentina. Plata. Argento.
En pocos días viajo para Asunción, para el Paraguay, también muy añorado. Viajo con Rodrigo, mi perro, ¿lo recuerdas? Te volveré a escribir desde allí.
Felicidades de diciembre y de todo el TIEMPO para ti. Siento tu mirada fija  brillante. A veces tu ceño se insinúa y tu mirada es más intensa –si es que puede tener aún más intensidad.

                                              Raúl

viernes, 8 de mayo de 2015

33

12/12/79
Claudia:
Luis sigue sin aparecer. Susana tampoco volvió a tener noticias de su existencia. Pintar me hace bien pese a lo mal que me hace ir y que él no esté. No sé por qué el tamaño de este enganche. La magnitud de mi angustia es ridícula frente a lo poco que intercambiamos. Es que intuyo que la relación daba para tanto más. Que era trascendente. No sé cómo explicártelo. A lo mejor es que la soledad hace que magnifique cuanto encierra alguna posibilidad de poblarla. De todos modos, la sensación es la de una pérdida irreparable de alguien que nunca  tuve. Complejo, ¿no?
Ayer recibí carta de Raúl. Cómo estaré de trastornada por el tema de Luis que esto te lo cuento en segundo término. Porque me movilizó. Todas las cartas suyas me movilizan, todo lo que de él provenga.
Insiste con que publique y entonces sí que todo me parece un delirio. Hay momentos en los cuales no sé dónde estoy parada, qué es lo real en mi vida y qué no. Como si todos los personajes de los cientos de libros que leí se mezclaran con los habitantes de mi vida real y ya no supiera quién es quién y qué me pasa, qué sueño, qué leo.
Raúl habla de mi talento, de lo que soy y yo siento que está hablando de otra persona, que hay un error. Yo no soy esa sobre la que él escribe. A lo mejor el trastornado es él. En fin, no sé. Le mostré la carta a Adriana. Me miró, sorprendida, y declaró: ¨Esta es una carta de amor¨. Yo sé que no lo es pero no puedo ponerle rótulo a la carta ni a la relación. ¿Existirá? Vos, hermanita, ¿qué pensás?
El otro día logré escribir algo. Pero al terminar abollé los papeles y los tiré a la basura. A la mañana siguiente los recuperé entre cáscaras de papa. Alisé las hojas como pude y, sin releerlas, las metí en el cajón de mis papeles. Ya ni sé qué sirve, qué no.
Lo único que mantiene su coherencia es mi trabajo. Allí luzco equilibrada. Me llevo bien con la gente (sobre todo con Verónica) y, de vez en cuando, me engancho con la tarea.
Edgardo me recomienda a gritos que empiece una terapia. Creo que un día me llevará por la fuerza. Por momentos no tengo ganas, por otro tengo miedo y por todos no tengo plata.
Bueno, hermana, bastante lata por hoy. Es un día difícil.
Besos
        Laura

miércoles, 6 de mayo de 2015

32

5/12/79
HOJITAS DE LECHE

El lunes, a la hora convenida, se coló en San Telmo. Subió las escaleras, atravesó el patio con sol  con triciclos y, venciendo las ganas de golpear la puerta, tocó, civilizada, el anacrónico timbre.
Para reponerse de su cobardía giró para guardarse en la retina un gramo de sol y dos malvones. Al darse vuelta ya no había puerta. Estaba la sonrisa de Carlos y sus ojos de sueño. Se merecía un caramelo de leche.
No tuvo tiempo ni de sacarse la campera cuando el niño Carlos reapareció diciendo: ¨Tenés dos regalos; este mío por tu colaboración forzada y este de Moni¨. Se encontró con un paquete sospechosamente libro en una mano y, en la otra, una planta. Una plantita.
Un vasito con algodón y secante le hizo recordar su germinación escolar. Se vio con guardapolvo blanco llevando, triunfante, su poroto sobreviviente al colegio. Cuántos años.
Pegada al vaso una notita:
Leticia: ¿No es divina? Nació el 17 de octubre, pero no tiene nada que ver con balcones, es de interior. Come agua todos los días y tiene cinco hermanas. ¿No es divina?
         Mónica
Se abstrajo de la historia del poroto y la miró. Un tallo finito y largo y dos hojas. Solo eso. Y toda la fragilidad del mundo cobijada en el secante. Algo le pasó. No supo qué pero desde ese primer instante quedó ligada, como pocas veces a algo, quizá como ninguna, a esas dos hojitas colgadas del aire.
Sin lograrlo del todo dejó de mirarla y emprendió la tarea. Esa suerte de test. De a ratos le sabía a encuesta. Ella en una silla. Enfrente los ojos con sueño preguntando. Anotando. A un costado, al límite de su campo visual, la planta. Sin verla percibía su presencia. Seguía estando. Suya.
Al despedirse la frase de Carlos (tan tierna como su sueño, no del todo derrotado): ¨Estas hojitas son como de leche, ¿viste?, después le salen otras, más grandes, distintas¨.
Justo eso. Hojitas de leche. Cerrado el lazo.
La sonrisa quedó detrás de la puerta. En la mano, la plantita; bajo el brazo ¨Narciso y Goldmundo¨. Cruzó el patio con malvones y con triciclos, pero ya sin sol. Llegó hasta el coche y, con toda precaución, le buscó un rinconcito en el asiento. Cuando llegó, tuvo que luchar con sus ganas de bajarla. Las venció, cerró la puerta y le dio la espalda, las ganas transformadas en tibia culpa.
Trabajó hasta tarde. Las cuadras que la separaban del auto le parecieron interminables. A cada paso crecía su inquietud junto con el ritmo del siguiente paso. Tuvo que luchar, ahora, con sus ganas de correr. Llegó agitada y respiró al verla. Tan chiquita. Dócil. Esperándola.
De acuerdo a lo convenido rodó buscando la avenida y entre dos bocinazos descubrió a su padre en la esquina convenida Se arrimó al cordón. Abrió la puerta y recogió con prisa la plantita. La sostuvo en la mano mientras él subía al coche. Cuando lo vio instalado le alcanzó el vaso y le pidió: ¨Cuidame mi planta bebé, recién me la regalaron¨. ¨Si la ve Elena te la roba¨. Elena, la mujer de su padre. Y varias plantas intercambiadas en su historia. Como lazos, a falta de sangre. Pero esta no.
Cuando llegó a su casa luego del cine y de la cena, le echó un poco de agua, con la cartera todavía colgada. Dejó el vasito sobre la mesa y se zambulló en la cama. Al buscar compañía se percató de que Narciso y Goldmundo dormirían esa noche en el auto. Apagó el velador y casi se desmayó.
A la mañana, apurada como siempre, salió sin mirarla.
Al regresar, humedeció el secante como le enseñara Carlos. Y la señorita, ¿María Helena? Se propuso conseguir tierra y trasplantarla.
Pero rodaron los días y la planta bebé seguía en su vaso. No podía explicarse la cotidiana postergación a pesar del temor a dañarla con el retraso. Cada noche al volver la miraba respirando de alivio al ver las redonditas hojas intactas, las nervaduras como finas venas en la perfecta forma de las hojas-alas. La línea simple, el diseño puro, el hilo del tallito. Dientes de leche.
Por fin llegó el fin de semana. Se impuso la tarea relegada. Eligió la maceta más chiquita. Redonda cuna de las hojas tiernas.
Con más cuidados de los existentes sacó el secante tutelar. Le temblaban las manos. Batida la primera frontera. La empresa dura fue desgajarla del algodón. Las raicitas no se resignaban a la separación y se aferraban como con diez dedos a la única fuente conocida de sustento. No logró desprenderlas. Algunas raíces se rompieron. Optó por plantarla con las hebras que más enérgicamente habían resistido. Pese a lo difícil de ese casi parto, ahí quedó, paradita en la tierra. En su cuna maceta. Tan fina, tan frágil. Tan esbelta en su pequeñez. Viva.
Nunca había tenido éxito en sus anteriores trasplantes escolares. Todavía recordaba su decepción, su tristeza, ante las hojas que empezaban a marchitarse, incapaces de adaptarse a la tierra. De crecer. Por eso no la tranquilizó del todo ver que sobrevivía los primeros días. No quería ilusionarse.
Pero prendió. Lo notó en el color levemente distinto de las hojitas de leche.
Uno de esos días regresó a San Telmo, a terminar el trabajo. Vio a una hermana de su planta y se asustó. Doblemente se asustó. Como un espejo del tiempo. Temor porque su plantita casi no había crecido (¿la demora en el trasplante?). Temor de ver cómo sería cuando creciera. Las frágiles hojas, robustas. Otras en ciernes. Adolescente.
Esa noche tuvo un sueño. Veía a su planta seca. Absoluta y totalmente seca. Removía la tierra buscando la causa y sus manos se convertían en una mezcla de barro, algodón y raíces podridas. Gritaba. Gritaba. Se despertó vacía. Seca. Muerta. Encendió el velador. Sobre la mesa, pícara, su planta.
Todas las mañanas, mientras la regaba, la observaba detenidamente en busca de huellas de crecimiento. Nada. Su inquietud aumentaba. Dejó de ir a San Telmo. Carlos y Moni la llamaban, pero siempre encontraba excusas. Para ellos y para sí misma. Fue abandonado sus actividades. Empezó a faltar al trabajo. Permanente vigía.
Hasta que una mañana, al regarla, encontró el botón de una minúscula hojita. No, de dos. En el mismo instante nacieron su alivio y su angustia.
Ese día fue a trabajar. Cuando regresó, sin cerrar la puerta, corrió hacia su planta. Vio las nuevas hojas pugnando por rasgar la vaina. Minúsculas. Casi imperceptibles. Pero reales.
Y así, día tras día. Cada vez menos botón, más hojas. Insoportable ese lento desnudarse.
Hubo un montón de inventos para llenar las horas y demorar el regreso. Pero más tarde o más temprano, fatalmente, tenía que enfrentarse con las cotidianas transformaciones. Por momentos fantaseaba con no regarla más, imaginándose que así no crecería pero seguiría viviendo. Pronto aterrizaba su sentido común y corría a buscar la jarrita con agua.
Una tarde, al acercarse vio dos nuevas hojitas plenas. Horrorizada, tomó la maceta, abrió la ventana y la tiró.
Salió corriendo y tardó en regresar.

Había comprado algodón, secante y semillas.