viernes, 10 de abril de 2015

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7/9/79
Querida hermana:
Evidentemente mi vocación literaria está signada por la mala suerte.
El mes de agosto fue maravilloso. Seguí yendo al taller casi todos los días. Y seguí produciendo. Pude escribir sin esfuerzo, sin dolor. Pero lo bueno se acaba pronto.
El 3 de setiembre subí los tres pisos por escalera y toqué el timbre. Nadie me abrió. Insistí. Inútil. Me quedé desconcertada y un poco frustrada porque llevaba un cuento que quería mostrarle. Pensé que habría un malentendido con el horario. Regresé a casa y me acosté temprano.
Al día siguiente, a la hora acordada para nuestros encuentros, nuevamente me paré ante el timbre. Se repitió la historia: nadie me abrió. Esa noche me senté a escribir, lo que ya casi formaba parte de mi rutina. No logré borronear ni una palabra. Empezó a sonar la señal de alarma interna.
Hasta hoy, fin de semana inclusive, regresé diariamente al taller, a distintas horas. Nunca encontré a nadie ni el menor signo de vida. Dejé señuelos que en mi próxima visita encontraba exactamente en el mismo lugar. Ahí no vivía nadie, no iba nadie.
En todo este tiempo no me animé siquiera a intentar escribir. Solo hoy logré tomar una birome para mandarte estas líneas.
¿Cómo explicarte lo que siento? A veces dudo de que haya existido realmente Raúl Correa, a pesar de la carpetita de cuentos que no puedo dejar de releer. No me reconozco en ellos. Como si los hubiera escrito otra persona.
No sé a qué atribuir la desaparición, aunque en estas épocas es un fenómeno que parece repetirse. No sé. Por el momento sigo esperando. Cada vez que suena el teléfono el corazón se me desboca. Necesito serenarme. Aunque no vuelva a verlo, yo sigo estando. Y era yo la que escribía, no él. Pero no estoy tan segura por momentos.
La otra noche me pegué un susto de novela. Después del cumpleaños de Graciela, Mario me alcanzó hasta casa. Nos quedamos charlando un rato en el auto aunque eran cerca de las tres de la mañana. Cuando estábamos despidiéndonos un Falcon paró al lado de nosotros. Dos policías de civil nos hicieron bajar del coche. Nos palparon de armas, nos preguntaron qué estábamos haciendo a esa hora. Luego pasaron por la radio del auto nuestros números de documentos. Por supuesto no teníamos antecedentes así que nos dejaron en libertad luego de recomendarnos que no repitiéramos la ¨gracia¨. Todavía me dura el recuerdo del mal rato. Ya ni somos dueños de nuestras ganas de charlar a la madrugada.
El resto sigue igual. El trabajo me aburre y no puedo concentrarme. Suerte que Verónica me cubre bastante. Cómo estaré con la desaparición de Raúl que hace días que no pienso en Eduardo. No hay mal que por bien no venga.
Sé que estás contenta. Leí la tarjeta que le mandaste a mamá,
Por favor escribime ya que vos podés.
Un beso grande
Te extraño.

Laura

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