7/9/79
Querida
hermana:
Evidentemente
mi vocación literaria está signada por la mala suerte.
El
mes de agosto fue maravilloso. Seguí yendo al taller casi todos los días. Y
seguí produciendo. Pude escribir sin esfuerzo, sin dolor. Pero lo bueno se
acaba pronto.
El
3 de setiembre subí los tres pisos por escalera y toqué el timbre. Nadie me
abrió. Insistí. Inútil. Me quedé desconcertada y un poco frustrada porque
llevaba un cuento que quería mostrarle. Pensé que habría un malentendido con el
horario. Regresé a casa y me acosté temprano.
Al
día siguiente, a la hora acordada para nuestros encuentros, nuevamente me paré
ante el timbre. Se repitió la historia: nadie me abrió. Esa noche me senté a
escribir, lo que ya casi formaba parte de mi rutina. No logré borronear ni una
palabra. Empezó a sonar la señal de alarma interna.
Hasta
hoy, fin de semana inclusive, regresé diariamente al taller, a distintas horas.
Nunca encontré a nadie ni el menor signo de vida. Dejé señuelos que en mi
próxima visita encontraba exactamente en el mismo lugar. Ahí no vivía nadie, no
iba nadie.
En
todo este tiempo no me animé siquiera a intentar escribir. Solo hoy logré tomar
una birome para mandarte estas líneas.
¿Cómo
explicarte lo que siento? A veces dudo de que haya existido realmente Raúl
Correa, a pesar de la carpetita de cuentos que no puedo dejar de releer. No me
reconozco en ellos. Como si los hubiera escrito otra persona.
No
sé a qué atribuir la desaparición, aunque en estas épocas es un fenómeno que
parece repetirse. No sé. Por el momento sigo esperando. Cada vez que suena el
teléfono el corazón se me desboca. Necesito serenarme. Aunque no vuelva a
verlo, yo sigo estando. Y era yo la que escribía, no él. Pero no estoy tan
segura por momentos.
La
otra noche me pegué un susto de novela. Después del cumpleaños de Graciela,
Mario me alcanzó hasta casa. Nos quedamos charlando un rato en el auto aunque
eran cerca de las tres de la mañana. Cuando estábamos despidiéndonos un Falcon
paró al lado de nosotros. Dos policías de civil nos hicieron bajar del coche.
Nos palparon de armas, nos preguntaron qué estábamos haciendo a esa hora. Luego
pasaron por la radio del auto nuestros números de documentos. Por supuesto no
teníamos antecedentes así que nos dejaron en libertad luego de recomendarnos
que no repitiéramos la ¨gracia¨. Todavía me dura el recuerdo del mal rato. Ya
ni somos dueños de nuestras ganas de charlar a la madrugada.
El
resto sigue igual. El trabajo me aburre y no puedo concentrarme. Suerte que
Verónica me cubre bastante. Cómo estaré con la desaparición de Raúl que hace
días que no pienso en Eduardo. No hay mal que por bien no venga.
Sé
que estás contenta. Leí la tarjeta que le mandaste a mamá,
Por
favor escribime ya que vos podés.
Un
beso grande
Te
extraño.
Laura
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