lunes, 13 de abril de 2015

21

9/9/79
DETENGAN EL TIEMPO

Es extraño. Nunca estuve así conmigo. Quieta. Los ojos cerrados. Escuchándome. Me llegan señales externas. Las odio. Me apartan de mí. Ladra un perro. No lo soporto. Me roba a mí de mí. Que se calle. Por fin. Yo. Aprendo el ritmo de mis venas. Tanto tiempo en mí sin oírlo. El aire me empapa los pulmones. Siento cada uno de mis huesos, de mis músculos, de mis vísceras. Siento al hijo. Concentrado en un punto. Qué absurdo, estoy sintiendo a mi útero. Alrededor de mi hijo. Mecido por el ritmo de mi sangre, por su exacto compás. Qué viva estoy. Alrededor de mi hijo vivo.
Quiero que se paren los relojes, que se muera el tiempo. Quedarme así. Puro latido. Toda hijo.  
De pronto me llega otro jirón de instantes como este. Una mañana, al despertarme. En tus brazos. Y, como ahora, cerré los ojos y escuché tus latidos y los míos. Y fueron todos míos. Por un mágico segundo no supe dónde empezaba ni dónde terminabas. Dormías. Te quise. Tanto. Tan agudo que me dolió. Como ahora me está doliendo el hijo. Tan dormido como vos.
Todo fue tan extraño. Desde el primer día de charlas, de risa, de café. Desde esa noche (qué remotamente lejana) supe que me dolerías. Y, sin embargo, caminé derechito hacia mi destino. No caminé, corrí. Corrí como una loca. Me pregunto por qué. Y vuelve la rabia que no es rabia. Pura impotencia. Y Benedetti en su Pausa ¨la culpa es de uno cuando no enamora y no de los pretextos ni del tiempo¨. Cuánto odio, entonces, mi culpa.
Cuánta lucha, cuánta. Tanto tiempo a mi lado estando sin estar. De a ratos, tan profundamente estando. Y yo sin dejarme creer en esas ráfagas tuyas. Creyéndolas pese a todo. Y faltándome después. Porque después de esas ráfagas te hacías más extranjero todavía. Tan en mí y de repente lejos. Doblemente lejos por estar en mí. Inútiles las ganas de pegarte, de golpearte, no sé de qué. De tenerte. En mí pero teniéndote.
Cuántas cosas, cuántas. Cuánto que viví con vos. Cuántos días en cada rato. En cada angustia. En cada tocar el cielo con las manos. Y después el cielo era el techo. Y caía sobre mí.
¿Cuántas veces nos separamos? ¿Cuántas volví? Por un día, por una noche. Por tenerte y no. Sabiendo de antemano el daño. Y vos, pese a todo, estando. Mi llamado traducido en besos, en la furia de nuestros cuerpos. En tenerte un rato sin tenerte. Después la angustia. Y las pausas. Y el llamado. Y así, y así… Te quiero. Cómo me odio por quererte. Cómo te quiero.
En todo lo demás soy fuerte. Construí mi vida paralela a los encuentros y a la ausencia. Fui casi feliz. Con mi casa, con mis cosas. Supe hacerme querer y no los quise. Y casi, casi no me sirvió. Te entendí más.
Lentamente mi angustia se transformó en esta profunda sensación de entender la vida. Se borró la angustia. Pero quedó el amor.
Hubo después de mucho una llamada. Como siempre, estabas y viniste. Hablamos mucho. Qué tranquila te hice el amor. Sentí que ya no podías hacerme daño. Cando te fuiste me quedé serena. Tan distinto.
Pero desde la primera vez está escrito que tenés que dolerme. Te juro que no lo busqué, que no te engañé. Pero está.
Siento a tu hijo en mí. Que se paren los relojes, que se muera el tiempo. Porque si es tu hijo sos vos. Y, como vos, cuanto más estás, más te quitás. No me dejarás tenerlo. Y no me dejaré. O sí. No sé.
Que se pare el tiempo.
No. Eso no existe. Busco el teléfono y disco tu número. Te llamo y estarás. Estás. Tengo que hablar con vos cuantas antes. Corto. Vendrás.
Quiero ver el color de tus ojos en el minuto antes de que me digas que no. En ese minuto en que siempre me querés para escaparte luego.
Me dirás que no. Y yo, no sé, no sé qué haré.
Que se muera el tiempo.
Sentirte así. Siempre. En mí. En el hijo.

Te quiero. Lo quiero.

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