lunes, 30 de marzo de 2015

15

22/8/79
BIOGRAFÍA CON TIJERAS

Sí, me acuerdo bien. Todo empezó aquel día. Volvía de la escuela y desde la esquina escuché los gritos. Llegué corriendo. Papá gritaba. Mamá lloraba. Yo hubiera querido consolarla pero tuve miedo. Corrí por la escalera hasta mi cuarto. Sobre la cama encontré un Billiken. Para olvidarme de los gritos que subían me concentré en mirar cada figura. Una me atrapó. De golpe. Agarré la tijera y sin pensarlo la recorté. Había una mamá en la puerta de una casa y un papá y un nene volviendo de la escuela. Él de sombrero, yo de guardapolvo blanco.

Usted me pregunta, doctor, pasaron tantos años y tantas cosas…, todo tan triste, tan injusto     Ah, sí, le iba diciendo, José fue un chico bueno, nunca me dio trabajo, pasaba horas leyendo y recortando     ¿Qué?     No sé, cosas de chicos¸ si usted supiera, doctor, cuánto he sufrido, cuánto     ¿De las hermanas?, no, nunca fue celoso; cuando nació Sofía él era un hombrecito, ¿celoso?, ¿de qué?, ya no me precisaba; después del nacimiento de la nena, sinceramente, doctor, de él me acuerdo poco, no tenía la cabeza para eso, porque cuando Sofía era un bebé mi marido y yo nos separamos; le aseguro, doctor, que nunca hubo motivos, nadie hubiera podido pedirme que fuera mejor mujer ni mejor madre; todo listo para todos, la casa siempre en orden, a cada uno su plato favorito; a veces Francisco se enojaba, a él le gustaba el cine, el teatro, salir, que me arreglara; yo con tres chicos, imagínese…

Después fue fácil. Yo nunca pedía nada. Total, ¿para qué?, todo estaba en las revistas. Recortaba pelotas, bicicletas, un hermano mayor, una casa con altillo y hasta una maestra enamorada. De mí. Cuando cumplí ocho años pedí un álbum. Y cada año otro y otro. Jamás me preguntaron para qué los quería, para qué los usaba.

No, yo soy menor, me lleva casi tres años. Mire, doctor, José fue raro desde chico, no tenía amigos, casi no hablaba; en realidad en mi familia todo fue raro     ¿Mamá?, la recuerdo siempre en casa, siempre limpiando     ¿Papá?, papá leía, papá sabía, papá salía y llegaba cargado de muñecas     No, José solo le pedía álbumes. De adolescente se hizo todavía más hosco, sobre todo después de la catástrofe, papá casado con una mucama, con nuestra Mari; pero mi padre siempre fue increíble, le compró ropa, le enseñó modales, idiomas, le aseguro que la transformó; papá fue todo un personaje; y Mariana resultó una buena mujer, una buena compañera para él; creo que la mejor, porque después vino Daniela, más joven que Sofía; qué increíble papá…

Cada tanto cambiaba las figuras. Mi mundo crecía, organizado. Taché la bicicleta, recorté una moto y me elegí una linda novia rubia. También recorté unas escaleras, la clásica cama y la clásica mucama. Pero después me cansé de mi mucama. Y la arranqué. Guardé la novia rubia. Era maestra. Entonces le pegué una escuela. Y, claro, una campana.

Cuando yo nací, José tenía ocho años; fui más hermana de los hijos de Mariana que de José y de Carmen; siempre lo recuerdo grande, reconcentrado y aunque le cueste creerlo, doctor, José fue un alumno brillante, aunque nunca aprendió a relacionarse; y ahí lo ve, él, un abogado, hundido dando clases en esa secundaria. Cuando se casó Carmen, José se quedó con los dos cuartos, y ese fue su mundo; nunca más dejó que nadie entrara y él, por supuesto, tampoco limpiaba; así empezó la mugre, primero la del cuarto, después la de él; andaba mal vestido, sucio; me avergonzaba llevar gente a casa…

Resolví estudiar derecho. Hasta pegué recortes de mi propia tesis. También decidí ser profesor. Pero cambié el decorado. Yo mismo saqué fotos de la facultad. Y las pegué.

Quince años, doctor, quince años de novios      No sé, doctor, no me lo pregunte; nunca hay motivo para los errores; parece que el tiempo se sumara de a poco y cuando queremos reaccionar es demasiado tarde; mi vida se acabó en esto, en ser novia, en ser maestra; eternamente…

Un día decidí casarme. Cuántas revistas tuve que comprar para encontrar cada pieza de mi casa. Ambientes amplios. Con flores y con chimenea. Tan pensado cada detalle. Todo sencillo pero confortable, sólido. Después me elegí un par de hijos. Qué trabajo. A cada rato precisaba fotos nuevas. Crecían tan rápido…

Lo vi solo un par de veces, pero nunca me gustó como me miraba, como lo miraba; cuando me casé con su padre yo era una chica; Francisco fue un gran hombre; siempre le admiré su capacidad para interesarse por todo, para disfrutar de todo; todavía no puedo creerlo; le juro, doctor, no puedo resignarme; qué pesadilla, qué disparate…


Y entonces, después de mucho buscar, encontré una pistola. La recorté y la pegué. En la última hoja de nuestro último álbum.

viernes, 27 de marzo de 2015

14

20/8/79
ESCENA

Primavera robándole al invierno una tarde. Un fragmento de tarde. El aire quieto. Esperando. Casi el azar fijando el encuentro prefijado desde la suma de los años.
Se sentaron los dos ante la mesa que conocía sus contornos. Familiarmente. Inocente el café. Por repetida, la escena intrascendente. Bromas. La charla amena desgranando circunstancias. Y mucho afecto, como siempre. El aire quieto. Esperando. ¿Cómo andás? Ayer fui al cine. Estoy mejor. Tenés que verla. Tenés. Mejor. De a poco el aire más denso. Las manos abren la ventana. Pero el aire sigue pesado, pesando.
Del mejor, se larga la cascada. El nuevo proceso: la escritura. Como a otros, repite lo contado.
Y el cambio. Mágico.
Vagamente se pierde la noción de límites. ¿Quién habla?, ¿quién escucha? Al escuchar la ansiedad creciendo por hablar. Al hablar la sensación de estar matando las palabras del otro. Condenándolas a no ser. Es tan compacto el tiempo que lo no dicho será lo nunca dicho.
La respiración se anhela. Los ojos se velan levemente y quietos, tan quietos que casi no pestañean para no romper el encanto, asisten sorprendidos al descubrimiento de sus respectivas esencias. El otro naciendo frente a uno. Condensados en un segundo mil años. Descubrirse en el otro. Otro inventándonos. Vértigo. Maravilla. Miedo.
Recobran su ritmo los relojes. Parejo el pulso. Quizás una risa se lleve los últimos rastros. Seguir hablando, tan como siempre. Ayer fui al cine (no fuiste vos, fue el que eras). Estoy mejor (no mejor, otra).
Ya es casi noche. Firme el esfuerzo de frenar la frase que reconozca que sucedió algo. Un poco de alivio. Algo de angustia. Mucho de vergüenza. Una sonrisa. La despedida.

No hay comentarios.

miércoles, 25 de marzo de 2015

13

20/8/79
DE OTRA RAZA

Crecí asomada a tu sonrisa. Asomándome al espejo a rescatar, paciente, un gesto tuyo. De a largos ratos quieta concentrada en intuir una llamada. Si me llamabas, lista. Mientras fui sola me consolaba saber que yo era lo único capaz de detener cinco minutos tu mirada. Pobre papá,  creo que hasta me envidiaba. Él sí que me observaba por largas horas con sus ojos fijos. Siempre tan serio papá y tan juzgando. Sería por eso que siempre le escapabas.
Tus libros. Durante años sobreviví pensando que el exilio era el castigo a mi ignorancia. Pero no. Aprendí letras que después fueron palabras que logré descifrar de todas las hojas de casi todos los libros. Porque permaneció cerrada la puerta del exilio. Tus libros, no. Cuántas veces te pedí que me dejaras ver tus libros. Pero no. No había permiso para que mis ojos leyeran tus manos. Gastaba meses inventando trampas, derrotada en las letras, para filtrarme en tu frontera. Y uno tras otro mataste mis intentos y desestimaste mis progresos.
Decía, mamá, que todo eso lo soporté mientras fui sola. Pensaba que todas las mamás eran lejanas. Tan lindas y lejanas. Pero nació Lucía. Tengo clavada la mirada con que trajiste a Lucía a casa. De triunfo. Vos, que ni te asomaste a mi hepatitis, preocupada por los resfríos tontos de Lucía. Asombro. En un principio sobre todo, asombro. Habría podido acostumbrarme a que te ocuparas de ella si solo eso hubiera ido lo distinto. Lo peor era sentir que ustedes eran de otra raza. Como un sello en la frente.
Y creció Lucía. Tan fuerte. No por alta o por pesada. Por fuerte, mamá. Tenía ese algo en la mirada que eras vos misma. Tu fuerza. Yo no quería mirarla porque no quería verte, porque no quería quererla en tu mirada. Pero fue inútil. Me conquistó como a todos. Tan rubia. Tan linda.
Después el viaje. No tus cortos viajes de antes, esos que durante días te tenían encerrada eligiendo libros y recitando conferencias. Esos de los que volvías más triunfante que nunca. Y más linda. No esos viajes. El de todos. La mudanza.
Buenos Aires fue para Lucía lo que Lucía para mí. Una catástrofe. Salías mucho, volvías tarde. Te la olvidaste. Pero en lugar de disfrutar de la venganza, sufrí por ella. Más que ella. Porque Lucía es de tu raza. De los fuertes.
Cada día estabas más cambiada. No la mirabas a Lucía. Pero yo sentía, adentro, que la querías fuerte. Mucho. Más fuerte que antes. Creo que ella también se daba cuenta. Por eso no lloraba.
Y ayer fue tan raro, mamá, cuando viniste, entraste al cuarto y la miraste fijo. No abrió la boca. Cuando le pusiste el tapadito (ya le queda corto, ¿viste?) tampoco preguntó nada. Se agarró de la mano que le diste y salieron juntas. Vos morena, ella rubia pero tan parecidas las miradas.
Yo, claro, tuve que seguirlas. No fueron lejos. La llevaste cargada en los brazos, como antes, solo unas cuadras. Hasta el barcito de la esquina, con las mesitas a cuadros en la calle. Entraron. Me apoyé en la pared y vi desde la puerta que le arreglabas el flequillo con la mano. Te trajeron un café. A ella, naranjada.
En otra mesa había un señor muy joven. Rubio. Yo me di cuenta de que las miraba y miraba. Claro, me dije, son las dos tan lindas. ¿Sabés qué raro, mamá?, no entiendo cómo, pero miré al señor y le sentí a Lucía en la cara. Él te sonreía pero triste.
Entonces te miré de nuevo. Llorabas. Y casi me mareo del asombro.

Mamita, ¡llorabas!

martes, 24 de marzo de 2015

12

18/8/79
SIN PECADO CONCEBIDA
Montevideo.
Los pasos de Javier. Casi carrera. Ruido. Gente. Si sabe que es temprano. Pausa. De a poco recuperan los pasos su prisa. Ruido. Gente.
Los pasos de Patricia. Juegan a que van. Casi dos cuadras. Duro el combate. Muertos de pronto los pasos no nacidos. Atrás. Atrás hasta la nada. Silencio. Alivio.
La impotente furia de Javier huye a Buenos Aires.
La culpa de Patricia va a anidarse al lecho permitido.
De esa noche que no fue nació Lucía.

Hay momentos que regresa la angustia de ser niños, de creer que mágicamente se cumple lo soñado. Entonces cerramos, como entonces, los ojos para espantar ideas. Quizás hasta podemos matar imaginándolo.
Y Patricia sabe que Buenos Aires es por el trabajo del marido. Pero siente y teme que es por Javier, por Lucía.
María no olvida los pasos de mamá.

Buenos Aires.
Patricia inmersa en Buenos Aires. Ver. Conocer. Hablar. Saber. No se calma la sed. No se explica este sentir que la ciudad reubica su aire para contenerla. Cómo pudo no estar acá. Sentir que tuvo adentro a Buenos Aires y a Lucía. Nacieron juntas. De ella.
Todo es grande y chico al mismo tiempo. Años. Inevitablemente la ciudad que gestó la lleva a la simiente.
Y una tarde de Patricia, de María adolescente y de Lucía, se chocan los pasos. Javier. Javier frente a Patricia. Javier frente a Lucía. Mágicamente cambia el ritmo de los pasos de Patricia.
María reconoce esos pasos de mamá.

Qué cataclismo Javier frente a Patricia. Él como siempre avanza. Ella que escapa. Como siempre. Escapa.

Todo es grande y chico al mismo tiempo. Javier encuentra el camino hasta Lucía. Raros encuentros. Paseos furtivos. La nena, sabia, calla. Crece en silencio un mundo de a dos. Crece a escondidas. Lucia duende. Javier rendido.
María intuye los pasos de Lucía.

Los pasos de Javier. Casi carrera. Ruido. Gente. Si sabe que es temprano. Pausa. De a poco recuperan los pasos su prisa. Y ya es carrera. Ruido. Gente.
Los pasos de Patricia. Retroceden pero avanzan. No quieren ir pero están yendo. Fatulamente irán. Van. Ruido. Gente.

María quieta. Los pasos de mamá. Los pasos de Lucía.

viernes, 20 de marzo de 2015

11

18/8/79
Querida Claudia:
No tengo paciencia para esperar tu carta. Me pasó algo importante: empecé a escribir.
Vos sabés que desde siempre me resultó más fácil acercarme con unas líneas que hablar de mis sentimientos, mis pensamientos. Mis ¨poesías¨ para los cumpleaños. Pero de allí mucho no pasé. Hubo un par de intentos pero al encontrarme con una hoja en blanco me daba tanta angustia, tanto pánico, que al instante olvidaba lo que un minuto antes sentía, imperiosamente, que tenía que comunicar. Sin embargo, siempre tuve la sensación de algo pendiente. Supongo que la estela de papá debe de tener que ver con el asunto. Una vez me animé y le mostré unas líneas con pretensión de cuento. Cuando terminó de leerlas dijo: ¨Es un interesante ensayo sobre el insomnio, pero concizo no lleva z¨. En ese instante comenzó y terminó nuestra comunicación literaria.
Vuelvo al grano. Como sabés no estoy pasando el mejor de mis momentos. Eduardo me dejó super movilizada y, además, no es tan fácil ni tan divertido como parece esto de vivir sola.
Comencé a pensar cómo conocer a alguien, dónde, a través de cuál actividad. El coro en su momento cumplió tal objetivo. ¿Qué me gustaba hacer?, ¿para qué tenía aptitudes? Tardé solo un instante en contestarme: escribir. Corolario: taller literario,
Pasaron semanas hasta que descubrí un cartelito en la panadería de la esquina de la Clínica. ¨Taller de escritores, Raúl Correa. Poesía y cuento¨. Era justo al lado. Seguí caminando hasta la parada del colectivo. Pero al día siguiente volví y tomé los datos.
Cuando salí de la clínica, todavía sin decisiones, me encontré subiendo los tres pisos por escalera de esos departamentos viejos típicos de Constitución. Estuve como cinco minutos ante el timbre, paralizada. Toqué, por fin, y se abrió. ¿Sabés en qué consistía el presunto taller literario? Un gran salón con piso de parquet y enormes ventanales y una sola silla thonet (¿recordás la de la abuela?). Enfrente, un banco; al lado, un enorme perro. Recién después miré a quien había abierto la puerta de par en par. Un tipo alto, medianamente joven, morocho, que me observaba interrogante. Hubiera querido salir corriendo. Me quedé, sin embargo.
Casi balbuceando me referí al cartel. Me señaló el banquito y él se ubicó en la silla. Me preguntó qué escribía. Mi primer impulso fue decirle que en realidad aún no escribía. Me rectifiqué contándole que, a veces, intentaba hacer poesías. Quiso ver alguna. De casualidad (¿de casualidad?) llevaba dos servilletas de bar borroneadas.  Se las tendí. Las leyó, con cara de aprobación. Resolvió que me daría clases particulares de cuento y que, si servía, no me cobraría. Quedé azorada. Me preguntó cuándo empezaba. Contesté que tenía otra idea, que me interesaba un trabajo grupal sobre poesía, que tendría que pensarlo. Se levantó, disgustado. Ya al lado de la puerta me miró fijo y ordenó: Te espero mañana a esta misma hora. Salí temblando.
Bien conocés mi escasa resistencia a los mandatos, Al día siguiente salí de la clínica , subí y toqué el timbre. Me corría la transpiración.
Abrió y, sin decir ni buenas tardes, se sentó en la silla. Sin más opción, ocupé el banquito. El perrazo dormitaba, indiferente.
Comenzó a hablar sobre los orígenes y la historia del cuento, sobre sus principales representantes. Me entregó un apunte con membrete. Membrete que fue lo único que me tranquilizó desde que lo conocí. Me preguntó qué leía. Mencioné a Cortázar, Arlt, Benedetti, Sartre, todo lo último que tuve entre manos. Pronto estábamos charlando con fluidez, compartiendo opiniones, impresiones. Me relajé: nadaba en mi salsa. Fue hasta un cuartito vecino. No tuve más remedio que seguírlo. Un escritorio y sillas. Dos, esta vez. Nos sentamos. Me contó una historia. Para ser más precisa,  me describió rasgos de algunos personajes frente a una situación. Al terminar me dio una hoja y me alcanzó un portalápices del que elegí una birome. ¨Escribe sobre lo que acabo de narrarte¨, ordenó.
Te digo, Claudia, que pese al inicial ataque de pánico empuñé la birome y empecé a escribir. Como si alguien me estuviera dictando. Como si estos veintiséis años hubieran sido solo una preparación para ese momento. Perdí la noción del tiempo. Hasta que escuché: ¨Suficiente por hoy¨. Garabateé una frase final y entregué hoja. La leyó y sentenció. ¨Sirves; escribe otro cuento sobre esto y vuelve el jueves¨.
Dijo ¨otro¨ y ¨cuento¨. ¿Acababa de escribir un cuento?.
Salí deseando no encontrarme con nadie y paré un taxi. Llegué a casa, comí lo que había y me senté, lapicera en mano. Se repitió el milagro: escribía. El alivio fue similar al que experimenté el primer día que logré escribir una oración, arrasando seis años de total convencimiento de que jamás lograría superar mi analfabetismo.
Volví el jueves y se repitió la historia. Aunque los personajes fueron otros. Escribí allí y me dio tarea para el hogar que, en cuanto termine esta carta, enfrentaré. Ojalá que pueda. Deseame suerte.
Besos mil.

Laura

miércoles, 18 de marzo de 2015

10

17/8/79
Buenos Aires. Largas veredas con árboles. Cada baldosa conocida. La tarde no se resigna a irse y lucha en calma. Los pasos de Javier. Retroceden pero avanzan. En cada paso una derrota de las intenciones. No quiere ir, no va a ir, pero está yendo. Sabe que fatalmente irá. Como siempre. Las baldosas lo conducen. La reja. La casa. Ese eterno desconcierto de no poder vincularlas. Desazón.
La reja cede, mansa, a la presión de su mano. Apenas se queja chirriando. Javier entra, ya resignado. Mortalmente cansado por la lucha. Derrotado como siempre. Dos ladridos. Todo en su lugar y tan irreal pese a todo. Se acomoda la cabeza del perro bajo su mano. Tanto cansancio en la presabida caricia. Es lánguida esta tarde, Javier. Como un desmayo. Tan repetida que podría ser ayer. O peor: mañana.
Las puertas ceden. Se acomoda a su cuerpo el espacio. Lo contiene. María lo saluda sin apartar los ojos de las manos ocupadas. Javier la observa. Un mimbre. Roja la cascada del cabello. Perfecta la carita afilada. Es un dibujo. Como siempre admira a la mujer que guarda. Cada día un poquito más afuera.
Los pasos lo conducen al camino conocido. María, sin mirarlo, dice: ¨Mi mamá no está, se fue¨.
Tenía que suceder lo distinto. Javier se despega del cansancio. Se alarma. Averigua, ¨Yo no sé nada¨, contesta María, las manos atareadas. Él insiste. ¨Montevideo, qué más da. Ya volverá. Quizá mañana. O en un año. Dejame¨.
Javier sube la escalera. Ahora a la izquierda. La vocecita de Lucía lo llama. Hasta ella conoce el peso de sus pasos. La nena se asoma como un duende por la puerta entornada.
……………………………………………………………………………………..

lunes, 16 de marzo de 2015

9

18/8/79
BÁRBARA PENSANDO

Diez veces un lustro. Cinco décadas. Media centena. L en romano. Divisible por uno, dos, cinco, diez, veinticinco. Par. No escapes, Bárbara, jugando con las cifras. Si te pesan como lustros, décadas y centenas. Todo junto. Cincuenta. Tantos. Por dentro, mil más.
Se suman los festejos (¿festejos?): retorno, cumpleaños. Cada vez te cuesta más mantener la farsa. No hay lugar para respiros. Atención. Concentración. El más leve descuido puede acarrear el desastre. Son las últimas armas. De afuera se engañan. Regreso triunfante. Te miran, te admiran, lo sabés. Todavía te encuentran extrañamente hermosa. Los cautivás. Todavía.
Qué fino el hilo que te separa del ridículo. Tu talento para mantenerte en los límites compite con el de tus pinceles. Cómo conocés el juego de sorprender por los casi. Altiva hasta casi el desaire. Entonces, la frase amable. Un centímetro más de pelo, medio gramo, un poco más de rouge y el ridículo. Pero no. Vos siempre exótica. Inexplicablemente sensual. Hasta vos misma te sorprendés del poder de tus casi.
Cómo te creen de fuerte, de segura. Los engañás. En todo, no. Tenés talento no solo para la farsa. También para el color, la forma. Es lo único que vos te creés de vos. Del resto no sabés nada. Tanto tiempo viviéndote y no te sabés. Tu vida no es una vida: es el producto de la suma de tus impulsos. Todas tus horas conjugadas en presente. No hay planes ni reflexiones. Solo acción.
Sacudís la cabeza para espantar los recuerdos. Siempre te da resultado. Pero hoy, cincuenta, hoy no. Desfilan las trenzas, la maravilla de descubrirte en el arte, la absurda adolescencia, todos tus cuadros, todos tus hombres, el hijo que ¨No, Ricardo, mi vida es viaje, color¨. Él siempre ahí, con vos. Contentándose con quererte. Tan fuerte y dándose entero. Valiendo tanto y aguantando tanto. Extraña mezcla.
Qué duramente cruel que fuiste. Porque te fuiste. Ese día conociste sus límites. Los que creías inexistentes. Y no fue. Se permitió no ir. Pero vos igual partiste. Bárbara es Bárbara. Sus leyes son otras (no, no las tiene).
Se suman los años. Desde que te fuiste, diez. Claro que se vieron. Cuántas veces en cuántos países. Y siempre el fuego inexplicable. Qué misterio. No lo encontraste en nadie más, no te encontraste en nadie más. De los muchos.
Ahora el retorno. Y tus ganas. Y él no. Sin violencia, sin odio, sin reproches. Solo sin ganas. Quisieras creer que es venganza,  rabia. O sea, amor. Hasta tierno es en esa cama que te asfixia. No lo necesitás así. No podés soportarlo. Eso quedó de la furia de vuestros combates. Él duerme (¿duerme?) y vos huís, escapás de las sábanas tibias que te queman y buscás el piso. Como si la tierra fuera antídoto de la angustia. Madera, pero tierra. Y te sorprenden las mañanas.
Sigue la fiesta, Bárbara. Todos te miran. Te admiran. Te envidian. Cómo los engañás. Atención. Concentración. Se agotan tus fuerzas. Vienen las lágrimas. Cinco minutos más y estás perdida.
Te escapás. La calle. Caminar, caminar, libre. Nadie se dio cuenta. O sí. Solo Marcos. Te respeta las primeras cuadras y luego se suman los pasos. No hay preguntas. Los pasos llegan a la plaza. Un banco. Se abren las compuertas. Contás lo nunca contado, lo nunca hablado, lo nunca pensado.
Marcos escuchando. Dulce Marcos de ojos serios. Tan absurdamente joven. Tan lúcidamente inteligente. Te escucha. Te observa.
Recién ahora comprendés qué te atraía. El equilibrio. Eso que existe, Bárbara. Acá. Enfrente tuyo. Las palabras que manan despacio. Los hilos que se juntan. De la causa, el efecto. Marcos hablando. De a poco la luz. Causa y efecto. Objetivos. El arte. Los otros. El amor. Los años. Increíble el cachito de paz en la plaza.
La posibilidad de conocerse. Es magia. Conocerse en otro que analiza. Un cataclismo. Como el día en que la nena que fuiste descubrió el lápiz. Otra vez conectarte con vos misma. Marcos no te habla: habla de vos. Propone pautas.
A lo mejor es el camino. Qué miedo. Qué aventura.
Te sugiere que lo pienses. ¿Hasta mañana? Pensarlo, Bárbara, pensarlo. Hay tiempo.

Pensarlo.

viernes, 13 de marzo de 2015

8

15/8/79
REGRESO
Hay veces en que la noche es la única salida. Como esta.
Crece la angustia y, sin calle, amenaza destruirla. Escapa Bárbara atravesando más la pared que la puerta.
Y luego pasos y cuadras. Sin tiempo pero apurada. Toda la energía puesta en detener la angustia. No queda para pensar.
Entonces, el encuentro. En la esquina. Casi un choque. Es Marcos y es la vergüenza de verse reflejada en otros ojos, tan jóvenes. En consecuencia: doblemente vieja.
Una frase amable. No hay preguntas sobre espacios o tiempos. Él adivina la angustia. Sin previa propuesta se suman los pasos.
La plaza. Un banco esperándolos. La vergüenza se deshiela y las palabras ya no la obedecen. Se sueltan, se escapan. Le cuenta del viaje.  ¿Y él? Él acá, claro. Y ella, allá. Siendo siempre ella. Habla de su pintura. Su lucha.
Ahora, el retorno. Luego de los años, la cama. Se paga la ausencia. La mujer no existe. Es dulce la venganza. Qué peor que otro confirme lo sabido. Vieja y ridícula. Ni siquiera famosa. Escapar.
Marcos escucha. No se ríe. Ni se burla, ni sufre. Observa.
El equilibrio.
Eso que existe, Bárbara. Enfrente tuyo. Las palabras que manan despacio. Los hilos que se juntan. De la causa, el efecto. Marcos hablando. De a poco la luz. Causa y efecto. Objetivos. El arte. Los otros. El amor. Los años. Increíble el cachito de paz en la plaza.
Por un momento la desesperada ilusión del orden interno. Casi a mano. ¿Existe el conocerse?
La realidad que atrapa.
Él que se levanta.

Demasiado tarde, Bárbara.

miércoles, 11 de marzo de 2015

7

20/7/79
Hermana:
Otra carta tuya y la tranquilidad de saber que todo anda sobre ruedas por aquellos pagos. Veo que estás adaptándote también al trabajo. Evidentemente no está de acuerdo con tus capacidades pero por algo hay que empezar. Después de todo debe de ser divertido hacer hamburguesas. Sigo orgullosa de mi hermana. Comparo la energía que se desprende de tus cartas con la depresión que solía acompañarte en esta tierra y no puedo menos que felicitarte, otra vez, por tu decisión.
Yo ando más o menos. Más menos que más para serte sincera. Tratando de encontrar la forma de reconstituirme.
La semana pasada llamó Leticia. Le di tu dirección y quedó en escribirte. Está embarazada, contentísima.
En el departamento, todo en orden. Llegaron expensas extraordinarias por arreglo del ascensor. Se lo comenté a papá y me brindó su cooperación espontánea. Menos mal porque no tenía la menor idea de dónde sacaría la plata.
Hace un frío espantoso. Ponete contenta de estar en otro hemisferio. Creo que tengo gripe en puerta. ¿Cómo es eso de estar sola y enferma? Vos tenés más experiencia al respecto.
Estoy bastante visitada. Las chicas vienen en cuanto tienen un ratito. Es divertido cenar juntas y nos ayuda a sobrellevar la falta de pareja. No soy la única en estas lides.
Suena el timbre. Es Adriana que viene a buscarme. Vamos a un ciclo de Bergman que repusieron en el Arte.
Te extraña.

Laura

lunes, 9 de marzo de 2015

6

7/7/79
TONTERÍA

He comido una manzana.
Me miraba
y la mordí.
Ahora lamento la suerte
de mi roja compañera,
por atreverse a mirarme
sin hambre me la comí.
Me pregunto sin respuesta
por qué fue que me miraba.
¿Por ternura, por violencia,
o solo por curiosidad?
Era mi única manzana,
bien redonda, bien graciosa,
calladita y muy juiciosa
y yo mismo la elegí.
Pobrecita mi manzana
la quería y no lo supo.
Me pregunto sin respuesta
por qué fue que la comí.


7/7/79
DESPERTAR

Sacudo la almohada.
Recupero de mi cuerpo el eje.
Lentamente
Deshilvano las pestañas.
Y ahí está
(acá adentro)
El milagro,
El del siempre,
El que siempre olvido.
Estoy.
Soy.
Yo.
Pero hoy lo sé.
Maravilla.
Una mano
Y esta otra.
Son de obedientes brazos.
Camino
Para saber mis pasos.
Canto dos notas
Pero escucho tres.
Camino.
Corro.
Canto.
Y veo
Y toco
Y huelo
Y oigo.
Escribo.

Vivo.

viernes, 6 de marzo de 2015

5

14/6/79
Querida Claudia:
He llegado a la conclusión de que todo es una cuestión energética. Cuando uno está cargado positivamente, las cosas negativas (en lugar de ser atraídas como las leyes físicas indicarían) son repelidas. Con el mismo principio lo bueno tiende a aproximarse. Bajo esta óptica tus noticias se explican a la perfección. Con toda la polenta que te fuiste estabas destinada a que lo positivo se te acercara.
Me llenó de alegría que tan rápido encontraras una compañía. Suficiente con llamarla así por el momento. Y siguiendo con el tema de la energía contrariada, los polos iguales se han atraído. Argentino. Será para que los cambios sean menos bruscos. De todos modos, aunque cuando recibas estas líneas la relación se haya diluido, cumplió su objetivo: ayudarte en los primeros tiempos, los más difíciles. Ánimo y suerte. La merecés por valiente.
Yo sigo disciplinada: no volví a llamar a Eduardo. Pero no hay nadie en el panorama, elemento indispensable para que pueda resistir en mi heroica actitud ahora que la novedad del departamento va pasando.
Hice la fiesta de inauguración. Cuando hago algo, lo hago a lo grande. Preparé más de cien panqueques, uno por uno, siguiendo las instrucciones de América. Me salieron bastante bien para ser debutante. Los serví con pastas frías y calientes y, de postre, con dulce de leche, frutas, crema y chocolate. Quedaron todos encantados y yo exhausta. Pero contenta. Vinieron Adriana, Carmen, Alicia, Mario, Susana y Carlos, Graciela y Edgardo con Patricia y Gloria y Marcelo con Ezequiel. Todos preguntaron por vos y se alegraron con tus buenas nuevas.
Llegó el esperado aumento: un veinte por ciento que me vino de perillas. Económica y personalmente. Siempre hace bien sentirse reconocida.
Leo muchísimo. Anoche terminé ¨La invitada¨, de Simone de Beauvoir. Estoy tan sensibilizada que me meto entre las hojas, entre los personajes. Pero lo que sufro o gozo con ellos termina cuando cierro el libro. Después recupero mis propios conflictos que, al compararlos con los de ficción, suelen resultarme más leves.
Ya es tardísimo y mañana no tengo quien me levante. Solo el despertador, que empieza a resultarme bastante anónimo. Mamá, a pesar de sus rezongos, siempre tenía un café con leche listo para alcanzármelo a la cama.
Muchos muchos besos

                                   Laura

miércoles, 4 de marzo de 2015

4

20/5/79
PARA ADRIANA, PARA SUS 26

Como es 20 y es Adriana
hay 26 y hay pausa.
……………………………………..      
De esta vereda de enfrente
soy testigo
del ritmo de tus días
del sabor de tus cambios
Y en esta pausa,
tuya y nuestra,
me asomo a los corredores
de los meses que volaron,
me entremezclo en los archivos,
y, allí,
entre polvo y recuerdos
me demoro a intentar reordenar
clasificar y
calificar
tus pasos.
Pero tus días se resisten
al orden de mis manos.
Son tan puro brote
que, frescos, se ríen
de mi vano intento
de tenerlos quietos
para examinarlos.
Entonces, Adriana,
en esta pausa sin balance,
descubro
esta nueva forma de querernos.
Vos allí,
yo aquí.
de pronto tan distintas.

Siempre a mano.