viernes, 26 de junio de 2015

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29/10/80
Querida hermana:
Ya de regreso retomo el diálogo. Gracias por tu carta que me aguardó en Madrid. La necesitaba. A esa altura mi depresión estaba en altos niveles.
Llegué a Ezeiza presintiendo que no lo encontraría a Luis. Estuvimos un buen rato en la aduana y mis nervios de ese momento apaciguaron los sentimentales. No sabés lo que fue preparar las valijas. Cuando regresamos a Madrid nos alojamos en la casa de unos tíos de Verónica. Ese fue nuestro cuartel general para tratar de acondicionar el equipaje. Como nos ajustamos muchísimo con los gastos, nos quedó más dinero de lo que pensábamos para hacer compras. Cuando juntamos bolsas, bolsitas y bolsones entramos en pánico. Eso era intransportable. Por peso, por volumen, por franquicia.
Verónica compró un equipo de audio (chatísimo, eso sí) y yo una bandeja Akai y una máquina de escribir eléctrica portátil que estoy estrenando y que, para desesperación de mi parte, acabo de descubrir que tiene teclado francés, imposible saber dónde está cada letra. Eso era lo prohibido. El resto no, pero sí pesadísimo y voluminoso. Verónica pudo comunicarse con Antonio (trabaja en Aerolíneas) que le prometió conseguir un amigo para aliviar el trámite aduanero. A tal efecto dejamos reservados los verdes que Antonio sugirió ofrecerle por el ¨favor¨. Hasta que no llegamos a Ezeiza ignoramos si estaría el tal señor. Afortunadamente estaba.
La consigna de Antonio fue esconder el material de audio. ¿Te das una idea de lo que fue meter adentro de las valijas bandejas, parlantes y sintonizadores? La tía de Verónica nos decía que estábamos locas, que nos iban a descubrir y que, además, iba a llegar todo roto. Era nuestra única opción así que embalamos todo lo mejor que pudimos. Otra de mis adquisiciones: un acolchado para cama camera. No sé cómo logré plegarlo dentro de mi bolso de mano. Cuando, ya en casa, lo abrí, podría decirte que, literalmente, erupcionó. Luis no podía contener la risa ni explicarse cómo había conseguido meterlo. La necesidad obliga.
Yo llevaba la máquina de escribir en la mano. La valijita es bastante discreta pero pesa como mil kilos. Sentía que mi columna se quebraba mientras ponía cara de transportar un paquete de plumas.
Acorto. Encontramos a nuestro benefactor, le dimos cien dólares que todavía estamos llorando, y pasamos sin que nos abrieran ni un bolso. No éramos las únicas en esas condiciones. Impresionante lo que traía la gente. Si les hubiera cabido la torre Eiffel en la valija, seguramente la traían como souvenir.
Salimos de la aduana. Una multitud se empujaba. Primero descubrí a Edgardo y Graciela (habían ido con Patricia). En segunda instancia vi a mamá; recién al rato a otros amigos. De Luis ni la sombra. Estaba por ponerme a llorar cuando escuché que Graciela decía: ¨¿Pero dónde se metió Luis?¨. El alma me volvió al cuerpo. En el minuto siguiente sentí que me abrazaban desde atrás. Era él ¡Qué emoción, Claudia, qué emoción! Se había afeitado la barba y estaba buenmocísimo. Él también pensó que yo no venía en el pasaje.
El reencuentro fue muy hermoso. Le conté de mis temores y me confesó los suyos. Estoy viviendo entre nubes. En pleno idilio.
Encontré la casa esperándome. Flores sobre la mesa y un paquete arriba de la cama: una cadenita de oro. Mejor imposible. Todavía no pisé la clínica. Luis tampoco fue a trabajar. Esto me recuerda nuestros primeros días de encerronas.
Todo es un bochinche. Ropa limpia y sucia, postales, fotos, libros, chocolates y regalos por donde mires. Un caos. Pero no me preocupa en lo más mínimo. Hasta me divierte.
Hasta pronto, hermana. Soy feliz.

                                             Laura

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