Viena
15/10/80
Querida
hermana:
Recién
hoy me pongo a escribirte. En la primera parte del viaje invertí las escasas
fuerzas que me quedaban al llegar la noche en dedicarme a Luis. Ya no lo hago
porque las cartas llegarían después que yo. Entonces ahora me dedico a mi
hermana. No te pongas celosa por el orden de prioridades. Sé que me entendés,
¿verdad?
Te
cuento. En las Jornadas me fue muy bien y disfruté mucho recorriendo de nuevo
Madrid. Hermosa, hermosa, hermosa. Me acordé mucho del viaje que hicimos juntas
con papá. Pero en cierto modo creo que fue un desperdicio. Pienso en la
cantidad de tiempo (y plata) invertido en frecuentar restaurantes finísimos y
en hacer compras. Ahora veo las cosas con otros ojos, intento conocer a la
gente, su historia, su cultura. Estamos viviendo ¨ascéticamente¨. Siempre le
digo a Verónica que trabajamos de turistas con toda seriedad. Cada noche nos
dedicamos a planear las actividades del día siguiente minuciosamente, para
aprovechar al máximo el tiempo, y a leer cuanta guía cae en nuestras manos, que
nos informe sobre lo que vamos a ver. Estudiamos. Dormimos en los lugares más
baratos que encontramos (algunos verdaderamente lamentables, por cierto) y
comemos lo imprescindible. Es rarísimo que lo hagamos ¨afuera¨. Regresamos al
hotel para prepararnos algo en la pieza o nos llevamos sandwiches si los
itinerarios son más largos. Creo que se nos fue un poco la mano. Hace un par de
días empezamos a sentirnos mal,
mareadas. Lo atribuimos al cansancio pero como los síntomas persistían llegamos
a la conclusión de que teníamos baja la presión. ¿Sabés por qué? Nuestra dieta
es a base de frutas y galletitas. Casi sin sal. Para colmo, desde que estamos
en Viena, decidimos invertir el dinero destinado a comida solo en la exquisita
repostería local. Hoy, cuando fuimos a tomar un café, sustrajimos dos
sobrecitos de sal y la ingerimos cual si fuera una droga. Sugestión o no, al
rato estábamos como nuevas. Decidimos incluir fiambres y salchichas en nuestra
dieta.
Estando
en Madrid, visitamos Ávila, Segovia y Toledo. Fui al zoológico. Vi dos osos
pandas. No te imaginás lo que son. Muñecos de peluche. Divinos. Visitamos el
Museo del Prado y el de Arte Contemporáneo. Maravillosos. También hicimos
algunas comprillas en El Corte Inglés y en Galerias Preciado.
París
me deslumbró como siempre. El día que llegué me caían las lágrimas cuando
caminaba a lo largo del Sena. Fuimos a la catedral de Notre Dame, a la Saint
Chapelle, al Arco del Triunfo, a la Torre Eiffel, al centro George-Pompidou, a
la tumba de Napoleón, al Louvre. Me enloquecí con el Musée Rodin. Recordé lo que me había sucedido
en Florencia ante, el primer Miguel
Ángel: un descubrimiento de la escultura, vedada hasta entonces para mi sensibilidad
artística.
Ginebra
me pareció deliciosa. La ciudad de la armonía, del equilibrio, de la elegancia,
del silencio. No sé si podría subsistir en medio de tanto orden. Probablemente
mi sangre latina se rebelaría, pero como lugar de descanso resulta incomparable.
Y
aquí estoy en Viena. Disfrutando muchísimo a pesar de estar aterida. No creí
que existiera tanto frío junto. Frío acumulado durante siglos. Me encanta esta
ciudad. Fuimos a un museo que no habíamos visitado en el viaje anterior.
Quedamos fascinadas por Klim y Schiele.
Siento
que estoy más madura, que puedo apreciar de otra forma el arte, la pendiente de
las montañas. Nos gusta sentarnos en un bar, solo para ver pasar la gente, para
observar la ropa, los rostros, las costumbres.
A
otro terreno, ahora. Extraño una barbaridad a Luis. Al principio lo sobrellevé
bastante bien y me ayudaba escribirle. Hace como una semana que no logro
hablarle por teléfono. Un par de veces conseguí comunicación y no estaba, cosa
que me alarmó bastante ¿Por dónde andará? Pero lo que me deprimió infinitamente
fue no encontrar correspondencia en mi poste restante de Viena. Culpa del
correo no es porque Verónica recibió carta de Antonio. Me quedé angustiada. Con
malos presentimientos. Sé que es absurdo pero quisiera adelantar mi regreso.
Absurdo porque me quedaría sin el pan y sin las tortas. Me siento ridícula por
todas las cartas que le escribí.
Trataré
de reponerme y de recuperar mis ganas de disfrutar toda esta maravilla que se
me ofrece. De últimas, Europa sobrevivirá a todos nosotros.
Muchos
besos cansados. Si no escribo antes, ¡feliz cumpleaños!
Laura
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