miércoles, 24 de junio de 2015

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Viena 15/10/80
Querida hermana:
Recién hoy me pongo a escribirte. En la primera parte del viaje invertí las escasas fuerzas que me quedaban al llegar la noche en dedicarme a Luis. Ya no lo hago porque las cartas llegarían después que yo. Entonces ahora me dedico a mi hermana. No te pongas celosa por el orden de prioridades. Sé que me entendés, ¿verdad?
Te cuento. En las Jornadas me fue muy bien y disfruté mucho recorriendo de nuevo Madrid. Hermosa, hermosa, hermosa. Me acordé mucho del viaje que hicimos juntas con papá. Pero en cierto modo creo que fue un desperdicio. Pienso en la cantidad de tiempo (y plata) invertido en frecuentar restaurantes finísimos y en hacer compras. Ahora veo las cosas con otros ojos, intento conocer a la gente, su historia, su cultura. Estamos viviendo ¨ascéticamente¨. Siempre le digo a Verónica que trabajamos de turistas con toda seriedad. Cada noche nos dedicamos a planear las actividades del día siguiente minuciosamente, para aprovechar al máximo el tiempo, y a leer cuanta guía cae en nuestras manos, que nos informe sobre lo que vamos a ver. Estudiamos. Dormimos en los lugares más baratos que encontramos (algunos verdaderamente lamentables, por cierto) y comemos lo imprescindible. Es rarísimo que lo hagamos ¨afuera¨. Regresamos al hotel para prepararnos algo en la pieza o nos llevamos sandwiches si los itinerarios son más largos. Creo que se nos fue un poco la mano. Hace un par de días empezamos a sentirnos mal, mareadas. Lo atribuimos al cansancio pero como los síntomas persistían llegamos a la conclusión de que teníamos baja la presión. ¿Sabés por qué? Nuestra dieta es a base de frutas y galletitas. Casi sin sal. Para colmo, desde que estamos en Viena, decidimos invertir el dinero destinado a comida solo en la exquisita repostería local. Hoy, cuando fuimos a tomar un café, sustrajimos dos sobrecitos de sal y la ingerimos cual si fuera una droga. Sugestión o no, al rato estábamos como nuevas. Decidimos incluir fiambres y salchichas en nuestra dieta.
Estando en Madrid, visitamos Ávila, Segovia y Toledo. Fui al zoológico. Vi dos osos pandas. No te imaginás lo que son. Muñecos de peluche. Divinos. Visitamos el Museo del Prado y el de Arte Contemporáneo. Maravillosos. También hicimos algunas comprillas en El Corte Inglés y en Galerias Preciado.
París me deslumbró como siempre. El día que llegué me caían las lágrimas cuando caminaba a lo largo del Sena. Fuimos a la catedral de Notre Dame, a la Saint Chapelle, al Arco del Triunfo, a la Torre Eiffel, al centro George-Pompidou, a la tumba de Napoleón, al Louvre. Me enloquecí con el  Musée Rodin. Recordé lo que me había sucedido en Florencia ante,  el primer Miguel Ángel: un descubrimiento de la escultura, vedada hasta entonces para mi sensibilidad artística.
Ginebra me pareció deliciosa. La ciudad de la armonía, del equilibrio, de la elegancia, del silencio. No sé si podría subsistir en medio de tanto orden. Probablemente mi sangre latina se rebelaría, pero como lugar de descanso resulta incomparable.
Y aquí estoy en Viena. Disfrutando muchísimo a pesar de estar aterida. No creí que existiera tanto frío junto. Frío acumulado durante siglos. Me encanta esta ciudad. Fuimos a un museo que no habíamos visitado en el viaje anterior. Quedamos fascinadas por Klim y Schiele.
Siento que estoy más madura, que puedo apreciar de otra forma el arte, la pendiente de las montañas. Nos gusta sentarnos en un bar, solo para ver pasar la gente, para observar la ropa, los rostros, las costumbres.
A otro terreno, ahora. Extraño una barbaridad a Luis. Al principio lo sobrellevé bastante bien y me ayudaba escribirle. Hace como una semana que no logro hablarle por teléfono. Un par de veces conseguí comunicación y no estaba, cosa que me alarmó bastante ¿Por dónde andará? Pero lo que me deprimió infinitamente fue no encontrar correspondencia en mi poste restante de Viena. Culpa del correo no es porque Verónica recibió carta de Antonio. Me quedé angustiada. Con malos presentimientos. Sé que es absurdo pero quisiera adelantar mi regreso. Absurdo porque me quedaría sin el pan y sin las tortas. Me siento ridícula por todas las cartas que le escribí.
Trataré de reponerme y de recuperar mis ganas de disfrutar toda esta maravilla que se me ofrece. De últimas, Europa sobrevivirá a todos nosotros.
Muchos besos cansados. Si no escribo antes, ¡feliz cumpleaños!
                                                                                             Laura


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