3/7/80
Hermana:
Por
fin noticias tuyas. La sensación fue doble: alegría y tristeza. Me alegra la
renovación del contrato, porque lograste lo que querías, pero se demora aún más
tu retorno.
¿Te
acordás cuando éramos chicas en la casa de la calle Arengreen? Tu casa era el
cuartito de la plancha y la mía la prefabricada de la terraza. Jugábamos a que
vivíamos en distintos países. Leopoldo nos hacía de mensajero llevando en la
boca las cartas. Costaba leerlas porque llegaban bastante mojadas pero a falta
de mejor cartero… Todavía guardo alguna. Nos vino bien el precoz ejercicio.
Bueno,
hermana, volvamos a 1980.
En
mi carta anterior te conté que había empezado un taller literario. En esta te
comunico que lo he concluido.
De
acuerdo a lo sugerido por Cecilia, revisé el material que tenía. Leí mis
cuentos tratando de entenderlos obviando las consignas dadas por Raúl. Elegí
uno sobre una chica que descubre que su hermana no es su hermana. En fin, no
importa la historia. Lo que sí importa es que me pidió que lo leyera.
Fue
un momento difícil. Se me sacaba la boca cada dos frases y me equivocaba una
palabra de cada cinco. Llegué al final agotada y con la remera empapada.
Cuando
Cecilia preguntó qué les parecía, hubo unos minutos de silencio tirante.
Después, casi simultáneamente, varios
dijeron que les había gustado. Otro, que lo había impactado. Resumo la
situación: la opinión inicial fue buena. Parecían impresionados.
Cecilia
me preguntó cuántos años tenía la chica. Me quedé desconcertada. La verdad es
que no lo sabía. Raúl no me lo había dicho. ¨Diez años¨, arriesgué. ¨Porque a
veces habla como nena y otras como adolescente¨, comentó.
Luego
esbozó una crítica sobre el manejo del tiempo en lo que llamó ¨diálogo
interior¨. A medida que ella iba hablando todos empezaron a notar montones de
cosas que estaban mal, que no eran creíbles, etc, etc.
Se
me tiraron todos encima como perros salvajes. No podía ni defenderme de la
rabia que tenía. Recordaba los bodrios de la semana anterior y la
condescendiente actitud general. No quise pronunciar una sola palabra porque
temía ponerme a llorar. Por suerte llegó la hora de la partida. Agarré mis
papeles y salí volando para no tener que hablar con nadie.
A
la salida me encontré con la sorpresa de Luis esperándome. Los astros lo habían
mandado. Casi corrí llorando hacia él. Se asustó, no entendía qué me había
pasado. Fuimos a tomar un café e intenté contarle entre sollozos. Me dijo:
-Estás
completamente loca; vos sabés que tus cuentos son buenos pero es probable que
haya errores, vos también podés cometerlos y corregirlos.
Para
qué. Me puse más furiosa todavía. Casi le grité que no iba a volver más. ¨Peor
para vos¨, me contestó.
No
voy a volver jamás. No lo pude soportar. No puedo ni soportar el recuerdo de
todos creyéndose con derecho a disecar mi cuento. ¿De qué se la dan? Me
gustaría saber qué es capaz cada uno de ellos de escribir.
Capítulo
cerrado.
Lo
demás, bien. Buena racha con Luis. En la clínica progresando mucho. El Dr.
Giménez esbozó la posibilidad de ir en patota a un congreso que se hará en España
a fin de año. Ni considero la posibilidad.
Tengo
que salir y aprovecharé para ir al correo.
Chau,
hermana.
Laura
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