9/9/79
DETENGAN EL
TIEMPO
Es extraño.
Nunca estuve así conmigo. Quieta. Los ojos cerrados. Escuchándome. Me llegan
señales externas. Las odio. Me apartan de mí. Ladra un perro. No lo soporto. Me
roba a mí de mí. Que se calle. Por fin. Yo. Aprendo el ritmo de mis venas.
Tanto tiempo en mí sin oírlo. El aire me empapa los pulmones. Siento cada uno de
mis huesos, de mis músculos, de mis vísceras. Siento al hijo. Concentrado en un
punto. Qué absurdo, estoy sintiendo a mi útero. Alrededor de mi hijo. Mecido
por el ritmo de mi sangre, por su exacto compás. Qué viva estoy. Alrededor de
mi hijo vivo.
Quiero que se
paren los relojes, que se muera el tiempo. Quedarme así. Puro latido. Toda
hijo.
De pronto me
llega otro jirón de instantes como este. Una mañana, al despertarme. En tus
brazos. Y, como ahora, cerré los ojos y escuché tus latidos y los míos. Y fueron
todos míos. Por un mágico segundo no supe dónde empezaba ni dónde terminabas.
Dormías. Te quise. Tanto. Tan agudo que me dolió. Como ahora me está doliendo
el hijo. Tan dormido como vos.
Todo fue tan
extraño. Desde el primer día de charlas, de risa, de café. Desde esa noche (qué
remotamente lejana) supe que me dolerías. Y, sin embargo, caminé derechito hacia
mi destino. No caminé, corrí. Corrí como una loca. Me pregunto por qué. Y
vuelve la rabia que no es rabia. Pura impotencia. Y Benedetti en su Pausa ¨la
culpa es de uno cuando no enamora y no de los pretextos ni del tiempo¨. Cuánto
odio, entonces, mi culpa.
Cuánta lucha,
cuánta. Tanto tiempo a mi lado estando sin estar. De a ratos, tan profundamente
estando. Y yo sin dejarme creer en esas ráfagas tuyas. Creyéndolas pese a todo.
Y faltándome después. Porque después de esas ráfagas te hacías más extranjero
todavía. Tan en mí y de repente lejos. Doblemente lejos por estar en mí.
Inútiles las ganas de pegarte, de golpearte, no sé de qué. De tenerte. En mí
pero teniéndote.
Cuántas cosas,
cuántas. Cuánto que viví con vos. Cuántos días en cada rato. En cada angustia.
En cada tocar el cielo con las manos. Y después el cielo era el techo. Y caía
sobre mí.
¿Cuántas veces
nos separamos? ¿Cuántas volví? Por un día, por una noche. Por tenerte y no.
Sabiendo de antemano el daño. Y vos, pese a todo, estando. Mi llamado traducido
en besos, en la furia de nuestros cuerpos. En tenerte un rato sin tenerte.
Después la angustia. Y las pausas. Y el llamado. Y así, y así… Te quiero. Cómo
me odio por quererte. Cómo te quiero.
En todo lo demás
soy fuerte. Construí mi vida paralela a los encuentros y a la ausencia. Fui
casi feliz. Con mi casa, con mis cosas. Supe hacerme querer y no los quise. Y
casi, casi no me sirvió. Te entendí más.
Lentamente mi
angustia se transformó en esta profunda sensación de entender la vida. Se borró
la angustia. Pero quedó el amor.
Hubo después de
mucho una llamada. Como siempre, estabas y viniste. Hablamos mucho. Qué
tranquila te hice el amor. Sentí que ya no podías hacerme daño. Cando te fuiste
me quedé serena. Tan distinto.
Pero desde la
primera vez está escrito que tenés que dolerme. Te juro que no lo busqué, que
no te engañé. Pero está.
Siento a tu hijo
en mí. Que se paren los relojes, que se muera el tiempo. Porque si es tu hijo
sos vos. Y, como vos, cuanto más estás, más te quitás. No me dejarás tenerlo. Y
no me dejaré. O sí. No sé.
Que se pare el
tiempo.
No. Eso no
existe. Busco el teléfono y disco tu número. Te llamo y estarás. Estás. Tengo
que hablar con vos cuantas antes. Corto. Vendrás.
Quiero ver el
color de tus ojos en el minuto antes de que me digas que no. En ese minuto en
que siempre me querés para escaparte luego.
Me dirás que no.
Y yo, no sé, no sé qué haré.
Que se muera el
tiempo.
Sentirte así.
Siempre. En mí. En el hijo.
Te quiero. Lo
quiero.