miércoles, 29 de abril de 2015

29

25/10/79
PARA MI HERMANA, HOY QUE CUMPLE TREINTA AÑOS

De la mano de octubre
a bordo del 25
puntualmente
tan despacio que a gatas se nota
cambia la cifra
… y 7, y 8 y 9…
Pero hoy
crecer da trabajo.
Pese a todo,
cuando suenan las 12,
se aquieta el almanaque
y casi de puntillas
se asoman tus 30.
Yo sé que querías cumplirlos.
Aquí están.
Ofreciéndote sus días y sus horas.
Te espera lo nuevo,
te espera lo siempre distinto.
Tendrás que buscarlo.
Si hace falta ayuda
contá con mis manos:
están mucho más de lo que imaginás.
Entonces,
el más grande de los besos y
que los cumplas hermana,

que los cumplas feliz.

lunes, 27 de abril de 2015

28

25/10/79
Querida hermana-amiga-hermana:
Hoy estoy contenta. Muchas cosas lindas juntas. A saber:
1)      Tu carta y tus nuevos ánimos. ¡Fuerza, hermana!
2)      Pude escribir otro cuento. Te aseguro que hice el esfuerzo solo para poder mandárselo a Raúl.
3)      Empecé un taller de pintura. ¿Te acordás de mi amiga Susana, la pintora? La que vive en San Telmo. El otro día me comentó que estaba por comenzar con un nuevo grupo de gente que nunca había pintado, que querían experimentar qué se sentía con un pincel en la mano. De repente me dije: ¿por qué no? En ese campo nunca me había probado. Otra forma de expresarme. Para serte sincera también me sedujo la idea de conocer nueva gente y… bueno ahí estoy, desde hace dos clases, pintando. Toda una experiencia. Como sentirme chica de nuevo. Porque en estas circunstancias la hoja en blanco no me inhibe. Como no me importa cuán malo sea el producto, el papel me desafía, me invita, me divierte. Somos cinco: tres mujeres, un chiquilín y un barbudo de unos treinta años. Y Susana que es todo un personaje. El arte en dos patas.
4)      Tus treinta años. ¿Qué te puedo decir?, ¿cómo puedo decirte en este día todo lo que te deseo? Lo mismo que para mí. Y te garantizo que ya es bastante. Acordate de tu hermana cuando apagues cada una de las velitas. Con este decenio empieza la suerte. Preparate para tu venturoso destino.
Te mando unas líneas que escribí pensando en vos.
Treinta besos

                    Laura

viernes, 24 de abril de 2015

27

24/10/79 
EL DÍA PERFECTO

Como todos los días se despertó con la vaga sensación de ser extranjera de su día precedente. Sacudió la cabeza, abrió los ojos y se ajustaron las piezas, se redimensionaron el espacio y el tiempo. Como siempre. Pero distinto. Porque se levantó con la firme decisión de que ese día sería perfecto.
Todo había comenzado bajo la ducha. Una de esas duchas reparadoras que la reconciliaban con la vida. Pensó que era una de las cosas que más placer le proporcionaba. Se preguntó cuáles otras. Mientras se secaba siguió eligiendo y dejando de lado. Hasta que la sacudió una idea. ¿Por qué no todo junto? En secuencia organizada. Perfecta. El timbre la apartó de sus planes por esa noche y por muchas otras. Pero volvió la idea. Primero tímida, como flotando. Acercándose para escapar luego. Y nuevamente noches y días. Cada vez viniendo más y yéndose menos. Hasta que se quedó. Le resulta difícil precisar el tiempo porque solo se recuerda planeándolo. Desde siempre. Los últimos meses no fueron más que una espera. Tensa. Atenta a alguna señal externa que le indicara que ese era el día. Sin saber cuál sería la señal. Esperándola.
Y hoy, al levantarse, fue muy raro sentir cada paso conocido de antemano. Todo fue abandonarse a los hilos que se movían solos. Desde la espera de los días, de los meses, de los años.
Se levantó y al correr la cortina descubrió, sin sorpresa, el cielo pulido y el sol redondo. Abrió la ventana. Cerró los ojos y su piel recibió el doble impacto del aire fresco, frío y del sol tibio, calentándola. Todo sería fácil. Muy fácil.
Fue hacia el baño. El espejo le devolvió su mejor cara. Se vistió bien sin elegir lo ya elegido. Quedó conforme con su imagen,
El diario bajo la puerta. El aroma del café recién hecho, de las tostadas. Manteca y mermelada de frambuesa. La radio, claro.
Después fue enfrentarse de lleno con el anuncio de la ventana. Una espléndida mañana. Buscó el coche. Más temprano que de costumbre. Santa Fe. 9 de julio. Un placer sentir la calle despejada, abandonándose a su paso. Casi caricia. Y más rápido. Más. Un vértigo de sol, de viento.
Llegó al laboratorio y trabajó toda la mañana. Segura. Eficiente. Dio órdenes y disfrutó de la tarea de sus manos. Siempre le maravillaba verlas moverse. Diligentes. Rápidas. Delicadas. Entre los tubos, amando el vidrio. Casi independientes de ella. Con vida propia. Serenas. Minuciosas.
Un sandwich para el almuerzo. El revuelo de papeles sobre el escritorio cediendo, disciplinados, al poder de sus manos. Renaciendo el orden. Sobre el café, dócil el artículo en la revista abierta. Tomó dos o tres notas que supo serían útiles. Se sintió capaz. Sumamente capaz.
Cuando miró el reloj, las cuatro la tomaron de sorpresa. Todavía a tiempo. Buscó el teléfono y lo llamó. El punto más frágil de la jornada. Pero él dijo que sí, que iría. Satisfecha. Dio por terminada la jornada laboral.
Se fue de compras. Un vestido, zapatos. Veredas soleadas, con calma. Repensó la cena ya planeada y entró al supermercado. Le divertía ese jugar a ser grande. El placer de elegir, de comprar, de tener.
Llegó a su casa. Todo en orden. Jueves, claro. La pila de ropa planchada. Acomodó los jazmines en un florero y se internó en la cocina.
En menos tiempo de lo calculado preparó la cena. El cuidado menú. Un excelente vino. Puso la mesa con esmero. Mantel bordado. Porcelana.
Llenó la bañadera. Un cielo de vapor. Después su cuerpo dejó de ser suyo y se fundió en el agua. Casi perdió la conciencia. Se inquietó. Hoy no había permiso para deslices. Con dos parpadeos recuperó el control. Se secó con energía. Buscó el vestido nuevo. El arte de peinarse, de maquillarse.
Alcanzó a poner un disco cuando sonó el timbre. Verlo después del tiempo. Tanto. Reconocerlo en su propio cuerpo.
La cena exquisita, cálida. Él ahí. Plegándose al mandato del día. Como queriéndola. Se permitió creerlo.
El deseo creciendo en el café. El placer de demorar el placer. Ese lento desvestirse que fue un nacer de nuevo. Frente al otro. De pie. Solo mirándose. Táctiles los ojos. Sintiendo su presión. Queriendo detener el tiempo. Las manos trémulas temiendo romper el encanto. Todo lo que fue imagen transformado de pronto en piel, en tacto, en contacto. Los ojos ahora cerrados. De pie. Mirándose con las manos. Modelando contornos. Inventándolos.
Después el creciente deseo rebelado. Y lo que fue demorada lentitud es furia. Casi con ganas de deshacer los huesos. Dar placer, dar dolor. Como embistiéndose. Y luego el ciclón. Disolverse.
Entre palabras tiernas y caricias tontas, encender un cigarrillo. Solo le falta dejarse resbalar, ovillada en sus brazos. Ceden las fronteras. Cae el sueño.

Durmió profundamente. Como todos los días se despertó con la vaga sensación de ser extranjera de su día precedente. Sacudió la cabeza, abrió los ojos y se ajustaron las piezas, se redimensionaron el espacio y el tiempo. Como siempre. Pero distinto. Porque se levantó con la firme decisión de que ese día sería perfecto. Su día perfecto.
Dejó la cama y al entrar en el living descubrió, con sorpresa, la mesa sin sacar y un vestido que no reconoció tirado en el piso. Le llevó unos segundos recuperar la noción de lo vivido.
Volvió a la cama y se acostó. Nunca más se levantaría.
¿Ya para qué?

miércoles, 22 de abril de 2015

26

Río de Janeiro, 12 de octubre de 1979
Laura:
Tu carta, tus escritos me emocionaron profundamente. Por eso y otros asuntos dejé correr los días que, en realidad, aquí vuelan. Parece que llegué ayer, pierdo -casi- la noción de las horas. Y hubo llanto y cierto masoquismo al releerlos.
Terrible nuestro primer encuentro combate. Denso. Doloroso. Tu súbita decisión. Y mi  ¨responsabilidad¨, y otra más, una nueva: tu ser. Tu sorpresa. Mi sorpresa de verte nacer, crecer, recomrdar, retomar nuestro pasado (las personas somos muchos seres). La transmutación. La simbiosis. La fusión de las mentes, de las almas… como pintando un retrato tomar o casi robar la personalidad del otro y sin embargo darle el propio sello, la propia voz. Y sucedió. Y estuve no tanto sorprendido, pues era lo que esperaba, sino calmamente contento. Con la calma de un arroyo que corre manso entre piedras cubiertas de culantrillos y helechos, con un techo verde, alto y ancho, sintiendo el agua muy fría correr en remolinos entre mis pies.
Y vino Pablo. Como siempre tuve un poco de compasión por él, y rabia del rey blanco perfecto. Jaque mate.
Y uno de los relatos más bellos que he leído en mi vida acerca de tu hijo que espero continúe muy vivo. Sin tiempo. Eterno. Vivo.
Tres hojas escritas a máquina están conmigo con la calidad de la tormenta, de lo posiblemente explosivo, con su belleza dura, hiriente…. Con su búsqueda de los opuestos que llegará, que debe llegar.
Sí, sé que allí arribó la primavera y que es muy bella. Eso me hace feliz.
Aquí, ya enseñando, ya luchando como siempre Cada mañana al salir el sol paseo con Rodrigo, mi perro, por las playas, pensando, mirando, rezando. De repente nos quedamos quietos. A veces nos arrojamos al mar por unos minutos. Después continuamos nuestro peregrinaje.
Me dará mucha alegría recibir otros escritos tuyos. Te envío la dirección de Arturo Villanueva, quien tal vez esté interesado en publicar tus cuentos. Me lo presentaron en la Galería Meridiana en 1975 donde yo coordinaba varios talleres de poesía. Su secretaria te dará las instrucciones necesarias para la posible publicación, si lo deseas.
Hasta mañana
                  Raúl   

martes, 21 de abril de 2015

25

18/10/79
Claudia:
Al volver de la clínica encontré bajo la puerta un sobre. Me extrañó recibir de nuevo noticias tuyas. Cuando me agaché reconocí la letra: Raúl Correa. Se me paró el corazón. Pero lo tomé con tanta calma que preparé café antes de leerla. Para saborear juntos el café, la carta y la espera. Valió la pena, era una carta para disfrutarla. No sé cuántas veces la leí. Lo que tampoco sé es por qué necesito que vos leas estas cartas. No me ha pasado antes. Es todo tan irreal que preciso testigos. Testigos lejanos y queridos como vos.
¿Cómo explicarte lo que sentí al saber que ese cuento escrito cerrando los ojos (¿te acordás que te conté?) era uno de los más bellos que él había leído? ¿Cómo explicarte mi pánico al recibir la dirección de un editor? Yo que ya no soy capaz ni de agarrar un lápiz. Y mi orgullo a pesar de todo.
Crece mi confusión porque cuando leo sus cartas siento que podrían haber sido escritas por mí. Solo hubiera necesitado que él me dijera qué quería decir. Como antes. ¿O es que ahora él escribe lo que sabe que yo deseo oír?
Creo que me estoy volviendo un poco loca.
Chau, hermanita, no quiero seguir divagando.
Todos los besos.

                       Laura

lunes, 20 de abril de 2015

24

7/10/79
Querida hermana:
Acabo de leer tu carta y todavía me dura la tristeza. Lo siento, Claudia, y vos sabés cuánto lo siento. Parece que nada debe ser fácil para nosotras. Y formar una pareja lo más difícil. Puedo decirte todo lo que vos me dirías si estuviera en tu caso. O sea, sola. Sola de hombre. También sé que lo que nos dicen sirve de muy poco. Lo más importante: te entiendo. Lo que ya aprendimos las dos: todo pasa.
Mi panorama sentimental sigue igual. Nada en el horizonte. Y lo que hasta ahora me supo a una linda calma ya empieza a inquietarme. No sirvo para estar sola. ¿Quién sirve para eso?
Una noticia: empecé a hacer régimen con un dietista. Sin pastillas, no te preocupes. O sea que, virtualmente, me muero de hambre. Pero lo soporto con estoicismo. En dos semanas bajé tres kilos Estoy contenta conmigo misma, lo que ya es bastante.
No sé nada de Eduardo. Te mentiría si te dijera que ya no lo recuerdo. Pero creo que me resigné a que no va a ser. A veces me muero de ganas de llamarlo. Hasta ahora logré controlarme. ¿Por cuánto tiempo? Estoy convencida de que lo único que borra a un hombre es otro hombre, así que será cuestión de ponernos en campaña, paralela y lejana, hermanita.
Estoy de lo más lectora. En este momento enfrascada con latinoamericanos. Entre manos ¨Conversación en la Catedral¨, de Vargas Llosa. Me maravilla el poder que tienen los libros para desconectarme de mí misma. Cuando estoy angustiada, pero mucho, lo único que me alivia es prenderme de lo que alguien escribió. La primera hoja debo leerla un par de veces para concentrarme pero cuando me quiero acordar estoy metida con los personajes viviendo sus problemas. O sea: olvidando los míos. Por un rato, por supuesto, pero qué saludable paréntesis. Hace unos días terminé ¨Las venas abiertas de América latina¨, de Galeano. Préstamo de Mario. Como de costumbre lo llevaba conmigo para leerlo si la densidad del colectivo de turno me lo permitía cuando me encontré con Edgardo. Lo menos que me dijo fue inconsciente. Parece que ya ni libros pueden llevarse por la calle. Creo que la gente está siendo presa de crisis paranoicas. O al menos prefiero pensar eso. Por las dudas, el libro ya no sale de casa.
Mamá no anda muy bien. Tuvo una bronquitis que la volteó bastante. Veré si esta semana la acompaño al médico, porque si no, no va. Me resisto a tener que cuidarla. Cuando uno empieza, ya no para. Es difícil ser hija única.
Bueno, hermana veré si como algo y si termino un informe para la clínica que, no podría ser de otra manera, vence mañana.
Besos mil.

               Laura

viernes, 17 de abril de 2015

23

Río de Janeiro, 9 de setiembre de 1979

Querida Laura:

Espero que mi amigo Julio César te haya dado mi mensaje.
Llamé a tu casa el domingo 2 para avisarte de mi viaje a esta, que fue urgente.
Conocerte y trabajar contigo fue magnífico, una inolvidable experiencia.
Aguardo las noticias pronto Aún estaré en esta dirección provisoria, Bellísimo paisaje de mar, el Corcovado y otras vistas. Tenemos aquí todas las estaciones del año en un solo día… y lluvia, sol, cielo azul, nubes… en fin, todo lo de la vida misma…
Escucho ahora una música sobre las raíces del Brasil que me hace más presente mi lejano antepasado brasileño.
Siempre.

El todo y la parte.

                        Raúl

miércoles, 15 de abril de 2015

22

16/9/79
Claudia querida:
Todavía estoy temblando. Acabo de recibir carta de Raúl Correa. No entiendo nada. Te juro que aparte de nuestro trabajo jamás intercambiamos palabra. Es más: me asustaba su mutismo. Y ahora esta carta. Lo primero al recibirla fue el alivio enorme de saber que este no era otro abandono engrosando mi historia ya pródiga en ellos. Primero me tranquilizó y luego me inquietó. No entiendo el mensaje. Te adjuntaré una copia de la carta para que me digas si estoy loca.
Interrumpí un minuto estas líneas para fijarme en la fecha en que escribió la carta: 9 de setiembre. Inmediatamente busqué el único cuento que logré hacer desde que se fue: 9 de setiembre. Me corrió frío, Sobre todo por lo extraño que me resultó escribirlo. No sé si te conté que los fines de semana trabajo para una inmobiliaria (Edgardo me hizo el contacto). Me quedo durante horas esperando la llegada de presuntos compradores a los que debo mostrarles la vivienda.
El 9 me tocó una hermosa casa con pileta en Olivos. Allí fui con mi libreta para anotar los datos de los visitantes y un kilo de manzanas, con el firme propósito de iniciar mi dieta. Engordé como cinco kilos. Es que como sin parar. Nada me llena. Vuelvo de la clínica y me preparo bife y ensalada reglamentarios. Pero a la media hora me agarra el ¨hambre¨ y arraso con lo que encuentro. O voy a comprarlo. Puedo bajarme un frasco de dulce de leche en un ratito. Imaginate cómo me siento después. Sin embargo, al día siguiente se repite la historia. Conseguí pastillas para sacar el hambre. Son maravillosas, me permiten llegar a la noche sin probar bocado. Pero también, a medida que transcurre el día, empieza a invadirme una inquietud, una desazón, una sensación de no saber qué hacer con el cuerpo, que me obligan a dejar cuanto esté haciendo y a acostarme, única manera de serenarme un poco. Entonces juro que no las voy a tomar más, pero al cabo de unos cuantos días de atracones, cuando me miro en el espejo o me pruebo un pantalón que no me cierra, reincido. Menos mal que soy abstemia que si no… No la estoy pasando nada bien, hermanita. Empiezo a preocuparme un poco.
Retomo lo que te estaba contando. Ese domingo, luego de comerme dos manzanas, abandoné mi puesto de trabajo y fui a comprar tres empanadas que, por supuesto, devoré. No podés calcular el tamaño de mi depresión posterior. En ese estado me encontraba, luego de cuatro horas en las que solo había atendido a una pareja que esperaba un chico, cuando, de repente, necesité escribir (¿estaría él escribiéndome?). Tomé una birome y sentí de nuevo que alguien me dictaba. Cerraba los ojos al terminar cada frase para escuchar mejor la voz que me salía de adentro. Rogaba para que no sonara el timbre. Y me dejaron poner el punto final. Justo después empezó un ininterrumpido desfile de gente preguntona. No podía soportar más (cumplo en comunicarte que ese fue mi último día de trabajo). Arranqué las hojas de la libreta, las doblé en dos y las guardé sin mirarlas. Hasta hace un rato cuando verifiqué la fecha.
Pasando a otro tema, ¿te acordás de Víctor, el hijo de Chola? Lo mataron. Todo muy confuso. Parece que el pibe era del ERP y cuentan que murió en un enfrentamiento con otro grupo de subversivos. El libreto de la cana cada vez que aniquila a alguno. Fui con mamá al velorio. Chola estaba desesperada. El aire se cortaba con cuchillo pero nadie hacia el menor comentario sobre cómo había muerto. El cajón estaba cerrado. Creo que todos jugaban a que estaban velando un tuberculoso o un leucémico. Una situación horrible que me dejó pensando muchas cosas pero con miedo de pensar.
En fin. Mejor termino esta carta.
Chau, hermana. Besos, besos.

Laura

lunes, 13 de abril de 2015

21

9/9/79
DETENGAN EL TIEMPO

Es extraño. Nunca estuve así conmigo. Quieta. Los ojos cerrados. Escuchándome. Me llegan señales externas. Las odio. Me apartan de mí. Ladra un perro. No lo soporto. Me roba a mí de mí. Que se calle. Por fin. Yo. Aprendo el ritmo de mis venas. Tanto tiempo en mí sin oírlo. El aire me empapa los pulmones. Siento cada uno de mis huesos, de mis músculos, de mis vísceras. Siento al hijo. Concentrado en un punto. Qué absurdo, estoy sintiendo a mi útero. Alrededor de mi hijo. Mecido por el ritmo de mi sangre, por su exacto compás. Qué viva estoy. Alrededor de mi hijo vivo.
Quiero que se paren los relojes, que se muera el tiempo. Quedarme así. Puro latido. Toda hijo.  
De pronto me llega otro jirón de instantes como este. Una mañana, al despertarme. En tus brazos. Y, como ahora, cerré los ojos y escuché tus latidos y los míos. Y fueron todos míos. Por un mágico segundo no supe dónde empezaba ni dónde terminabas. Dormías. Te quise. Tanto. Tan agudo que me dolió. Como ahora me está doliendo el hijo. Tan dormido como vos.
Todo fue tan extraño. Desde el primer día de charlas, de risa, de café. Desde esa noche (qué remotamente lejana) supe que me dolerías. Y, sin embargo, caminé derechito hacia mi destino. No caminé, corrí. Corrí como una loca. Me pregunto por qué. Y vuelve la rabia que no es rabia. Pura impotencia. Y Benedetti en su Pausa ¨la culpa es de uno cuando no enamora y no de los pretextos ni del tiempo¨. Cuánto odio, entonces, mi culpa.
Cuánta lucha, cuánta. Tanto tiempo a mi lado estando sin estar. De a ratos, tan profundamente estando. Y yo sin dejarme creer en esas ráfagas tuyas. Creyéndolas pese a todo. Y faltándome después. Porque después de esas ráfagas te hacías más extranjero todavía. Tan en mí y de repente lejos. Doblemente lejos por estar en mí. Inútiles las ganas de pegarte, de golpearte, no sé de qué. De tenerte. En mí pero teniéndote.
Cuántas cosas, cuántas. Cuánto que viví con vos. Cuántos días en cada rato. En cada angustia. En cada tocar el cielo con las manos. Y después el cielo era el techo. Y caía sobre mí.
¿Cuántas veces nos separamos? ¿Cuántas volví? Por un día, por una noche. Por tenerte y no. Sabiendo de antemano el daño. Y vos, pese a todo, estando. Mi llamado traducido en besos, en la furia de nuestros cuerpos. En tenerte un rato sin tenerte. Después la angustia. Y las pausas. Y el llamado. Y así, y así… Te quiero. Cómo me odio por quererte. Cómo te quiero.
En todo lo demás soy fuerte. Construí mi vida paralela a los encuentros y a la ausencia. Fui casi feliz. Con mi casa, con mis cosas. Supe hacerme querer y no los quise. Y casi, casi no me sirvió. Te entendí más.
Lentamente mi angustia se transformó en esta profunda sensación de entender la vida. Se borró la angustia. Pero quedó el amor.
Hubo después de mucho una llamada. Como siempre, estabas y viniste. Hablamos mucho. Qué tranquila te hice el amor. Sentí que ya no podías hacerme daño. Cando te fuiste me quedé serena. Tan distinto.
Pero desde la primera vez está escrito que tenés que dolerme. Te juro que no lo busqué, que no te engañé. Pero está.
Siento a tu hijo en mí. Que se paren los relojes, que se muera el tiempo. Porque si es tu hijo sos vos. Y, como vos, cuanto más estás, más te quitás. No me dejarás tenerlo. Y no me dejaré. O sí. No sé.
Que se pare el tiempo.
No. Eso no existe. Busco el teléfono y disco tu número. Te llamo y estarás. Estás. Tengo que hablar con vos cuantas antes. Corto. Vendrás.
Quiero ver el color de tus ojos en el minuto antes de que me digas que no. En ese minuto en que siempre me querés para escaparte luego.
Me dirás que no. Y yo, no sé, no sé qué haré.
Que se muera el tiempo.
Sentirte así. Siempre. En mí. En el hijo.

Te quiero. Lo quiero.

viernes, 10 de abril de 2015

20

7/9/79
Querida hermana:
Evidentemente mi vocación literaria está signada por la mala suerte.
El mes de agosto fue maravilloso. Seguí yendo al taller casi todos los días. Y seguí produciendo. Pude escribir sin esfuerzo, sin dolor. Pero lo bueno se acaba pronto.
El 3 de setiembre subí los tres pisos por escalera y toqué el timbre. Nadie me abrió. Insistí. Inútil. Me quedé desconcertada y un poco frustrada porque llevaba un cuento que quería mostrarle. Pensé que habría un malentendido con el horario. Regresé a casa y me acosté temprano.
Al día siguiente, a la hora acordada para nuestros encuentros, nuevamente me paré ante el timbre. Se repitió la historia: nadie me abrió. Esa noche me senté a escribir, lo que ya casi formaba parte de mi rutina. No logré borronear ni una palabra. Empezó a sonar la señal de alarma interna.
Hasta hoy, fin de semana inclusive, regresé diariamente al taller, a distintas horas. Nunca encontré a nadie ni el menor signo de vida. Dejé señuelos que en mi próxima visita encontraba exactamente en el mismo lugar. Ahí no vivía nadie, no iba nadie.
En todo este tiempo no me animé siquiera a intentar escribir. Solo hoy logré tomar una birome para mandarte estas líneas.
¿Cómo explicarte lo que siento? A veces dudo de que haya existido realmente Raúl Correa, a pesar de la carpetita de cuentos que no puedo dejar de releer. No me reconozco en ellos. Como si los hubiera escrito otra persona.
No sé a qué atribuir la desaparición, aunque en estas épocas es un fenómeno que parece repetirse. No sé. Por el momento sigo esperando. Cada vez que suena el teléfono el corazón se me desboca. Necesito serenarme. Aunque no vuelva a verlo, yo sigo estando. Y era yo la que escribía, no él. Pero no estoy tan segura por momentos.
La otra noche me pegué un susto de novela. Después del cumpleaños de Graciela, Mario me alcanzó hasta casa. Nos quedamos charlando un rato en el auto aunque eran cerca de las tres de la mañana. Cuando estábamos despidiéndonos un Falcon paró al lado de nosotros. Dos policías de civil nos hicieron bajar del coche. Nos palparon de armas, nos preguntaron qué estábamos haciendo a esa hora. Luego pasaron por la radio del auto nuestros números de documentos. Por supuesto no teníamos antecedentes así que nos dejaron en libertad luego de recomendarnos que no repitiéramos la ¨gracia¨. Todavía me dura el recuerdo del mal rato. Ya ni somos dueños de nuestras ganas de charlar a la madrugada.
El resto sigue igual. El trabajo me aburre y no puedo concentrarme. Suerte que Verónica me cubre bastante. Cómo estaré con la desaparición de Raúl que hace días que no pienso en Eduardo. No hay mal que por bien no venga.
Sé que estás contenta. Leí la tarjeta que le mandaste a mamá,
Por favor escribime ya que vos podés.
Un beso grande
Te extraño.

Laura

miércoles, 8 de abril de 2015

19

2/9/79
TABLERO DE AJEDREZ

Pablo juega a que no le importa. O, por lo menos, a que no es tan grave. De a rato, a que ya lo preveía. De a más, de a casi todos, a que es imposible. Y él, que no acostumbra detenerse a analizar lo que piensa ni lo que siente, no puede menos que percibir la suma, la confusión de ideas y de sensaciones desatadas en solo un segundo. Ante la noticia. La madre contando. La madre llorando. Pablo escuchando. Pablo sin llorar. No hay permiso. Y se pierden los detalles. Ante las lágrimas de la madre. Ante su propia conmoción. Pablo conmocionado por su propia conmoción. Sorpresa por la noticia. Sorpresa por sí mismo.
Ante la noticia.
Toda la vida de Pablo fue un tablero de ajedrez. Él con todas las piezas. Del otro lado, una sola. Un rey. Blanco. De su lado todos los movimientos desmañados, toda la energía. El rey, inmóvil. Sin defenderse. Sin necesidad de defenderse. Una sola mirada al peón que se acerca tratando de aparecer amenazante, una sola mirada es más efectiva que el más defensivo enroque. El rey inmóvil. Burlándose de los esfuerzos vecinos. Seguro. Inmutable. Helado.
Y Pablo multiplicando sus logros, inventando recursos. Inútiles. Inútil el niño cariñoso. El diez de la escuela. Ni siquiera los deportes ni las copas. Qué de las copas del joven transpirado frente al atleta rey perfecto ganando sin jugar. No, no era el camino. Tantos esfuerzos solo le valieron la incondicional rendida madre. Pero el rey no. Camino equivocado. Jugada equivocada. Por las buenas, no. No.
Después, todo. Todo válido para sorprenderlo, para descolocarlo. Todo lo malo, todo lo sucio, todo lo mezquino. Y lo peligroso. Nada. El rey firme. Imbatible. Tan seguro de sus leyes. Las hazañas de Pablo reducidas ante un gesto severo pero sereno. Ante la mirada acusadora y la falta de castigo. Hazañas reducidas a torpes movimientos de cachorro que rompe para probar sus fuerzas. El rey, rey. Toda su vida un tablero de ajedrez. Cada partida perdida de antemano. La furia de Pablo. La impotencia de Pablo.
Y hoy, en un segundo, la noticia. Como un golpe en el tablero. Un golpe en el tablero. Las piezas volando.
Ante la noticia. La madre llorando. La hermana llorando. Pablo sin llorar.
El rey ha muerto. Y no hay rey puesto. Porque jamás habrá otro rey. Perdida la última partida. Perdida, Pablo. Jaque. Jaque mate.
No hay rey.
    No hay adversario.
          No hay lucha.

Ahora, Pablo, ¿qué?

lunes, 6 de abril de 2015

18

30/8/79
REVELACION

Mientras se arreglaba inútilmente el moño del smoking sopesaba las posibilidades de huida. Enfermedad imprevista, accidente fatal… Eran nulas. El público se removía impaciente. Sabía que iba a tocar mal. Tuvo un dolor agudo en la zona de su cuerpo árbitro de la justicia. Era absolutamente injusto y, sin embargo, hubiese podido jurar que tocaría mal.
Hubiera pagado oro por sentir el acostumbrado arco eléctrico en la boca del estómago y el dedo mayor de la mano izquierda. O sea, los nervios, las dudas de rutina. Pero no, esto era certeza. Una certeza carente de síntomas, por eso mismo absolutamente demoledora.
Y, cuando apremiado por los murmullos que subían de las butacas expectantes, dio los primeros pasos hacia el escenario supo que no solo iba a tocar mal. Iba a pasar algo. Midió con los ojos el espacio hasta ese telón que todavía lo protegía del desastre y calculó los minutos, los segundos que quedaban de Rodolfo Malbrán. Después sería otro, otra cosa. Caminó la distancia calculada, hizo la seña de costumbre y soportó, estoico, el lento desaparecer del telón. El público.
Rodolfo se sentó ante el piano, más curioso que asustado, y arremetió con el primer movimiento.  En la platea se instaló el silencio. En el escenario la música. Su música.
 ¿Qué puede pasar?, ¿qué me puede pasar? Rodolfo siente la inminencia de los acontecimientos. Casi desearía que el escenario se abriera a sus pies con tal de que se acabara la espera. Necesita saber. De pronto, una extraña lucidez, como si fuera todo oído, todo ojos, todo tacto. La revelación. Solo las manos siguen sobre el teclado. Él ya no está allí. Está en otra parte. Está en todas partes. Está paseando por su vida. Como mudo testigo ve desfilar ante sí eso que llamó su vida. Está en el medio de su vida. Se ve. Y lo que ve lo hiela de espanto. Ve la soledad de su vida. La esterilidad de su vida. Lo absurdo de su vida. Sus obligaciones inventadas. Sus actividades inventadas. Su cama vacía. El gran músico. Ya no lo engaña nada. El compositor se funde en el virtuoso ejecutante. Todo pequeño. Mezquino. Su gran vida. Montada para otros. Representada para otros. Pero ahora, para él, se murió la farsa. La soledad no se llama libertad. Repetir correctamente no es crear. Lo hiela el pánico. Sus ojos descorren los meses, los años, y por más que busca y rebusca no se ve feliz. Ni una vez. Porque nunca fue feliz. Ni de muchacho.  Mató su vida. Vivió una vida muerta. Gastó una vida muerta. Su única vida. Su vida muerta. Sus manos muertas siguen tocando y ni siquiera se equivocan.

Sobre el aplauso regresa Rodolfo. Se reencuentra con sus manos. Se funde con ellas. Todos sus temores fueron absurdos. Suspira aliviado. No pasó nada. Como siempre, un buen concierto.

viernes, 3 de abril de 2015

17

27/8/79
TRISTE SENSATEZ

Hoy estoy triste.
Triste
de puro cansancio.
Cansancio
de luchar con las ganas
de verte.
¿Para qué?
Gira la noria
y después de verte estaré triste.
Porque es tan triste
no tenerte.
Y te veo
y no te tengo
doblemente.
Y muerde la rabia
de no poder asirte
ni abrazándote.
Lo que sos vos
se escapa.
Y es tan inútil
mi rabia
que ni es rabia.
Solo tristeza.
Se te velan los ojos
y ensayás una sonrisa
como pidiendo perdón,
y me enamoro de nuevo.
Y ese era tu objetivo.
Y el mío.
Hoy estoy triste,
doblemente triste,
porque amanecí sensata

y no te voy a ver.

miércoles, 1 de abril de 2015

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25/8/79
DISTINTA

Tu tiempo nunca fue el de los otros. Siempre te acompañó la sensación de ser distinta. Toda tu vida, todas tus acciones solo tuvieron una meta obtenida una y mil veces. Las eternas frases. Sonia es increíble. Sonia es distinta. Solo podría haberlo hecho ella. Qué valiente. Qué fuerte. Qué inteligente. Qué y qué y qué. Valiente. Fuerte. Inteligente. Extravagante. Sensible. Superficial. Profunda. Inventaste cien conductas y las cumpliste. Te trazaste mil objetivos y saliste victoriosa.
Curioso tu proceso. Nunca pudiste conocerlo del todo. Te levantabas cada mañana con un nuevo proyecto. Con el correr de los años llegaste a la conclusión de que el plan de cada día, el personaje de cada día, provenía del mecanismo de tus sueños. Cuando dormías, algo, alguien, te imprimía en la sangre por qué deberías luchar al levantarte. Y cada mañana te despertabas impaciente por probar tus fuerzas renovadas en la batalla siempre diferente. Confirmó tu teoría el vacío de tus días sin noche. Típico amanecer de los velorios. Sabías que hasta la noche estarías más muerta que el mismo muerto. Pocas cosas en tu vida te inspiraron más terror que el insomnio. Aunque nunca lo tuviste. Cada noche, más tarde o más temprano, te ordenabas una franja de sueño. Lo suficiente para nacer de nuevo. Cada día más viva. Cada día un mundo en sí mismo. Qué estricta manera de medir por veinticuatro. Ignorabas quién serías la próxima mañana. Sin embargo, siempre Sonia. Siempre vos. Transportabas tu esencia a cada personaje. Los jugaste casi todos y todos bien. Era tu única posibilidad. Una sola falla y quién sabe si te sería concedido un nuevo día. Y al caer la noche y al llegar las sábanas, el alivio. La prueba atravesada. Y luego otro día, otra prueba y otra noche. Estallando el cansancio. Titánico el esfuerzo.
Para cada persona fuiste una Sonia distinta. Qué fina tu intuición, tu sensibilidad, tu habilidad para hacerte querer. Imposible no quererte. Siempre sentiste lo activo de tu proceso de ser querida. Se quiere a Sonia por lo que hace, no por lo que es (porque en realidad, ¿qué es?, ¿quién es?). Tu audacia continua. Tu fuerza. Inagotable tu poder de sorprender, de estar, de comprender, de saber. Inagotable tu cansancio.
Solo tu madre estuvo al margen de tus redes. Sabías que te quería como nadie, pese a todo. Y no podías soportarlo. En ella descansaste de todos tus esfuerzos. Fuiste con ella todo lo que no te permitiste con el mundo. Todo lo desagradable, todo lo egoísta, todo lo vulgar. Notable el premio por quererte.
Hubo quien no te quiso. Creo que jamás te perdonaste ese fracaso. Intentaste todos los caminos y probaste todas tus innumerables armas. Inútil. Caíste cien veces y te levantaste mil. Nunca pudiste descubrir su punto de quiebre. Aparecía de golpe y se rompía todo. Y una arena de cristales. Vos queriéndolo y él queriéndote un instante y naufragando de repente en el rechazo. Y vos hundiéndote en sus naufragios. Rogando, luchando, aguantando. La fuerte Sonia. Tu desesperada impotencia. Y pasó por tu vida.
Y vos siempre vos. En lucha. Sin hurtarle el bulto a los combates.
Pero hubo una empresa que rechazaste desde el centro de tus días. Aunque sabías que solo eran postergaciones. Fatalmente llegaría. Viviste escapándole pero yendo en su búsqueda. Y sin saber que ese era el fin (o sabiéndolo) diste los pasos que a ella te llevaban. Te faltaba probarte en un papel. En el único en que dudabas de tus posibilidades.
Siempre supiste algo: Sonia queriendo perdía fuerza. Temblaban tus estructuras. La poderosa Sonia transformada en una masa blanda. No podías soportar verte así. Cuando querías. Las pocas veces que te permitiste querer con furia. Perdías tu esencia.
Por eso nunca quisiste un hijo. Por eso lo deseabas tan desesperadamente. Y la furia venció al terror. Y sin saber (o sabiéndolo) le buscaste una casa, un padre. Para él.
Ninguna de tus furias precedentes pudo medirse con la furia del amor por tu hijo. Violento hasta la náusea. Pasabas los días sola, quieta, casi sin oír, sin ver, sintiendo. Sintiendo la furia de tu amor. Qué terror. Nadie pudo asomarse a tu terror. Solo el insomnio. Ya nunca más serías Sonia. El ovillo de carne, de huesos que crecía en vos ahogaría tu esencia. En él se perdería definitivamente tu fuerza. Sería tu dueño. Qué terror.
Y rodaron las lunas. Creció tu amor, tu miedo y tu hijo. Tu hijo en vos. Navegándote. Zambulléndose en tu esencia. Caminándote. Nutriéndote y comiéndote. Lo amaste en vos, te amaste en él. Y fueron juntos víctima y verdugo.
Rodaron las lunas. Las lunas crecientes de tu espanto, de tu amor.
Y hoy, cuando las lunas se desataron en gritos, se esfumó tu pánico. Descubriste la salida. Salvarías a Sonia.
Salvada en la sangre que dejás que se te escape pese a la angustia, pese al inútil trajín de todos. En la sangre que dejás que se te escape. Tu esencia, Sonia, salvada. Salvada en tu muerte. Renacida en tu hija. Salvada.