14/7/89
Querida
hermana:
Aquí
estamos. Cada vez peor. No sé cómo explicarte lo que estamos viviendo en estos
pocos meses desde que te fuiste. Hace un par de días que planeo escribirte pero
estuve tan deprimida que ni ganas me quedaron. Menem ya asumió y las cosas no
solo siguen igual sino peor.
¿Estás
preparada para los nuevos anuncios? La nafta subió cinco veces, los servicios
públicos casi seis, el colectivo cuesta 70 australes y el subte 90. La leche
110, la yerba 900 así y así. No sé cómo
resistiremos. Creo que si a un contingente de suizos lo dejaran una semana aquí
terminaría tirándose en masa desde el Sheraton.
Hoy,
en terapia, me dediqué a enumerar todas las cosas que he tenido que ¨resignar¨
(para emular al pobre Alfonsín) en estos últimos tiempos. ¿Te cuento?
1) María en colegio del estado (aunque
ideológicamente estemos de acuerdo ni siquiera pudimos reflexionar sobre otras
opciones).
2) Medicus (desde hace un mes
padecemos los médicos municipales que te atienden cronómetro en mano luego de
un par de horas de espera).
3) Los pañales descartables (con mi
tercer hijo, a pocos meses de dejar de usarlos, usé el primer pañal de tela de
mi historia de madre).
4) El diario (deprime levantarse y no
encontrarlo debajo de la puerta).
5) Reduje mi terapia (este debe ser el
único país del mundo en el que en lugar de hacer tres sesiones por semana se
hacen dos por mes; Freud debe de estar revolviéndose en la tumba).
6) La leche larga vida (nueva rutina
de hervir la de sachet que, fatalmente, se vuelca sobre la hornalla todas las
mañanas).
7) Las esperas con café (cuando tengo
que hacer tiempo me dedico a caminar intentando no mirar los precios en las
vidrieras para no amargarme aún más).
8) La máquina de escribir nueva (ya no
puedo usarla porque los cassetes con la cinta son incomprables).
9) La crema de enjuague para la ropa.
10) La crema de enjuague para el
cabello.
11) El auto (lo más grave: formaba
parte de mi manera de vivir, de mi eterno gitaneo con los tres monitos a
cuestas; ahora está como La Bella Durmiente, en la puerta, esperado a un
príncipe petrolero que lo despierte).
12) Parte de mi intimidad (Felisa se
queda a dormir en casa porque los viáticos a Moreno son impagables; cena con
nosotros).
13) El cine.
14) Los libros (incomprables, ni hablar
de la ropa o los zapatos que hace años están descartados de nuestro
presupuesto).
Después
de releer la lista me siento mezquina. Me aflijo por tener que prescindir de
lujos cuando tantísimos argentinos empiezan a prescindir de la comida. Pero
siento que la situación económica me empobrece por dentro, que conspira para
hacer que de lo único que hablemos, en lo único que pensemos, sea en el
dinero).
Creo
que no es casual que haya retomado la escritura. Es lo único capaz de
arrancarme de la atmósfera opresiva que estamos viviendo. La forma que encontré
de rescatar la parte de mí que se resiste a transformarse en una máquina de
hacer cuentas, inventando permanentes formas de evitar gastos.
Me
costó muchísimo generarme un espacio, reencontrar mi tiempo y defenderlo de los
tres pares de manitos siempre dispuestas a arrasar con todo. Después del
impulso inicial que te comenté en mi anterior carta, tuve un período de inercia
en el cual no lograba dar salida a los que sentía que se acumulaba dentro de
mí, angustiándome en definitiva.
Hace
unos días y a través de ¨El arte de la novela¨ de Kundera, que me prestó
Graciela (es notable el poder que tienen los libros para modificar mi
existencia) sentí que resucitaba. Logré garabatear un cuento.
Ahora
emprenderé la tarea de revisar cuanto escribí hasta el momento para ver qué
encuentro de rescatable.
Ayer
me encontré con Ofelia. Está bastante mal. Se le llenaron los ojos de lágrimas
cuando me preguntó por papá.
Son
las dos de la mañana. Y aunque sea revitalizador sentirme viva entre mis cuatro
durmientes quisiera saber quién me levantará dentro de escasas horas para
llevar a María a la escuela, y a los chicos a lo de mamá porque Felisa mañana tiene
médico.
Beso grande.
Te
quiere mucho
Laura
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